Relato erótico
Buenas relaciones
Viven en un bloque de pisos de pocos vecinos y todos se llevan bien. Desde hace tiempo con quien se relacionan más es con una pareja de su misma edad. Van de viaje, a cenar y tienen buen rollo.
Alberto – Madrid
Vivo en un bloque de pisos donde somos cuatro matrimonios, todos nos llevamos bien, pero en especial, con el matrimonio que vive enfrente de nosotros Nos conocemos desde hace cuatro meses, pero salimos juntos los fines de semana y algunos días entre semana; él y yo, además, somos compañeros de trabajo, pero he de reconocer que me llevo mejor con su mujer. Es una chicha simpática, de 30 años, delgada, con pecho más bien pequeño, pero de cintura para abajo, el cuerpo mejora, ya que tiene un culo firme y apretado, y unas piernas como a mí me gustan, largas y macizas. La verdad es que, entre ella y yo, nos encargamos de amenizar las veladas de los cuatro cuando salimos por ahí, contando cosas graciosas y metiéndonos con todo el mundo. Su nombre es Lisa, y el de su marido Iván; nosotros nos llamamos Alberto y Sara. Sé que ella me gusta, nunca he intentado nada porque la tengo como una de tantas mujeres que me gustan, solo para eso, para mirarla y contemplarla.
Yo no sé si a ella le gustaré, pero la verdad es que nos llevamos muy bien, y no hay día que no entre en mi piso a decirle algo a mi mujer. Muchas veces, cuando entra y no me ve, le pregunta a mi mujer por mí y entra hasta el cuarto del ordenador, para ver lo que estoy haciendo. Me gusta sacar conversaciones sobre ropa interior o temas parecidos que me pongan cachondo, para así poder saber algo más de sus intimidades.
Un día, por ejemplo, le dije que le había comprado a mi mujer un tanga color morado, y ella empezó a contarnos que ella tenía muchos, de varios colores, pero que normalmente se los ponía en verano y cuando iba a fiestas. Le gustaba vestir bien por dentro tanto como por fuera, así que yo me imaginaba que cada vez que salíamos a dar una vuelta, y ella iba vestida elegantemente, seguro que llevaría debajo lencería bonita y erótica. Otro día, Lisa vino a mi casa para ayudar a mi mujer a depilarse las piernas. Yo estaba en el sofá viendo la tele y ellas a lo suyo. Mi vecina se probaba a menudo la maquinilla en sus piernas y para ello se subía el pantalón hasta las rodillas, yo le miraba las piernas, intentando imaginarme el total de las mismas, y sobre todo su parte alta. Una de las veces ella me dijo:
– Alberto, toca mis gemelos, verás cómo deja esta maquinilla las piernas de suaves.
Yo toqué la parte de la pantorrilla y noté que tenía las carnes de la pierna muy blandas.
– Tienes las pantorrillas flácidas, ¿eh? – le dije yo.
– Sí, la verdad es que no estoy muy contenta con mis piernas. Son muy gordas y poco prietas– me contestó.
– No creo que sea así. Además, a algunos hombres les gustan las piernas como las tuyas.
Me ponía cachondo ese tipo de piernas, macizas, sin llegar a ser gordas y flácidas. Subí la mano hasta sus muslos, eso sí, por encima del pantalón, para comprobar si por aquella zona eran iguales.
– No, por aquí arriba las tengo más duras– dijo Lisa.
Cierto día, quedamos los cuatro para ir a comprar algunas cosas en mi coche. Cuando ellos salieron, pude ver a Lisa vestida con una chaqueta gris, una camisa de color fucsia y una falda hasta las rodillas color gris, a juego con la chaqueta, y una raja en un lateral. Llevaba puestas unas medias negras, que simulaban un dibujo de red, y calzaba unos zapatos negros, con un tacón de tamaño mediano.
A la hora de comer, nos fuimos al McDonald’s. Iván entró en el servicio y Lisa se quedó con nosotros. Ella le estaba contando a mi mujer algo sobre la ropa que llevaba, me uní a la conversación.
– ¿Has visto que medias más chulas llevo? – me dijo al verme interesado.
– Esas son de las que me gustan. Con dibujos en forma de red fina.
– Llevo puestas dos medias, me puse las de red primero, pero creí que iba a pasar frío y me puse un panty negro encima.
Esta revelación, unido a que se subió la falda por encima de las rodillas para dejarme ver mejor las medias, me puso bastante cachondo. Comimos y decidimos ir al cine. Yo caminaba detrás con mi mujer y delante iba Lisa y su marido.
No podía evitar fijarme en ese culo prieto que había debajo de la falda y que se movía insinuante a cada paso que daba. Entré el último en la sala y no sé cómo se las apañaron, pero de los cuatro asientos que cogimos, los dos centrales nos tocaron a Lisa y a mí. La película estaba interesante, pero era larga.
Al rato noté que Lisa estaba incómoda, subió sus piernas para quedarse sentada sobre ellas, de manera que sus rodillas tocaban mi mano, que estaba apoyada inocentemente en el brazo común de su sillón y el mío. Cuando salimos del cine, ya había oscurecido. Íbamos mi mujer y yo comentando la película y escuchaba a Lisa:
– Joder, ahora tengo calor en las piernas con tantas medias.
Cuando nos íbamos a subir al coche, Lisa se metió esta vez por la puerta contraria, de manera que quedó sentada en el asiento posterior al de mi mujer. Le dijo a su marido:
– Es igual, ahora cuando salgamos a la carretera me subo la falda. Con la oscuridad no se me ve nada.
Salimos y yo sentí, como cuando estábamos ya en la oscuridad, Lisa se subía la falda. El ruido que hacía al rozarse con las medias, era inconfundible. También escuché empezar a respirar profundamente a su marido, por lo que deduje que se estaba quedando dormido. Empecé a pensar en todo ello y no me podía concentrar en la conducción. Estaba deseando de pasar por algún pueblo, donde hubiera luz y mirar hacia ella, para ver sus piernas.
Al llegar al pueblo, Iván se despertó, me pidió que lo dejara en la oficina, a pesar de que era tarde, ya que quiere ascender de puesto y llevaba varias semanas trabajando en un proyecto, al que se dedica fuera de horas. Mientras Lisa hablaba con su marido, yo aproveché para volver a mirarle las piernas. Mientras hablaba con él, ella se estaba bajando la falda hasta las rodillas. Volví a sentir el roce de la falda con las medias, y ya solo podía ver lo poco que me enseñaba la raja lateral.
Llegamos a casa, aparqué el coche cerca de la puerta.
– Ayuda a Lisa a meter las cosas dentro, yo mientras me voy a duchar y voy a ir haciendo la cena – dijo mi mujer.
Cogí las bolsas y las llevé dentro del piso de Lisa. Ella iba delante, con cuatro bolsas cargadas hasta el tope. Las dejó bruscamente en el pasillo, y se dispuso a entrar en su dormitorio. Fui a la cocina a dejar la compra y al salir a por más bolsas, pasé por la puerta de su dormitorio, miré disimuladamente a través de la puerta que estaba entreabierta y pude verla de espaldas, con la falda subida, de tal manera que solo tapaba su potente culo, bajándose las medias. Observé un segundo más la operación y vi que debajo llevaba unas medias de red que le llegaban hasta la parte alta del muslo. Antes de que se volviese y me viera, salí otra vez hasta el coche, pensando en esas macizas piernas que acababa de ver, adornadas con esas medias que me estaban poniendo cachondo toda la tarde. Cuando volví a entrar, vi que llevaba las medias en la mano, cruzando el pasillo que conducía hasta la cocina para entrar en el baño, que estaba frente al dormitorio y meterlas en un armario donde guardaba su ropa interior. Como no sabía dónde poner las lechugas, entré en el baño para preguntarle.
– ¡No entres, que estoy meando!
Salí rápidamente, pero se me quedó grabada en la retina aquella imagen. Lisa estaba sentada, con la falda subida y las bragas en los tobillos. Pese a aquella postura, no pude alcanzar a verle el coño, porque lo tapaba con la falda, pero poco me faltó. Seguí metiendo bolsas en su cocina y pasé varias veces más por la puerta del baño, pero ya estaba cerrada. Cuando salió, noté que en su cara había cierto aire avergonzado.
– Llevas toda la tarde intentando verme algo, y por fin lo has conseguido. ¿Crees que no he notado como bajabas del coche para ver mis piernas?
– ¿Yo? Pero si eras tú la que te quedabas la última para bajar.
Ella siguió hablando, ignorando lo que acababa de decir.
– Si lo que quieres es ver esto, solo tienes que pedírmelo.
Acto seguido se sentó en el sofá, se subió la falda hasta la cintura, mostrándome sus largas piernas, vestidas con sus medias de red y sus bragas negras, que dejaba intuir su vello púbico. Yo quedé atónito ante aquella escena, pero duró poco. Rápidamente volvió a bajarse la falda.
– Por favor, súbete la falda otra vez, quiero ver tus maravillosas piernas y tus excitantes bragas -le dije decidido.
Ella, sonriente, volvió a subir la falda y mostró sus bragas. Sin poder aguantarme más, me arrodillé y puse mi mano en su muslo, sobre aquellas medias de red. Ella pareció incomodarse y se retiró un poco. Me sujetó mis manos por las muñecas, pero ya era tarde, yo estaba muy excitado y no podía más. Deshaciéndome de su presa, le cogí las piernas por las pantorrillas y se las separé, mientras la terminaba de tumbar en el sofá. Ella empezó a resistirse y a forcejear. En esa postura, le pude ver mejor la entrepierna y decidido, aparté las bragas a un lado para poder ver su coño. Lo tenía rasurado, lo que me terminó de enloquecer.
– Yo no quería ponerte así. Simplemente quería que miraras mi cuerpo, que me dijeras si te gustaba, pero esto no lo podemos hacer, los dos estamos casados.
– Ya es tarde Lisa, no me puedo contener, tienes un cuerpo irresistible.
A pesar de sus forcejeos, logré meter un dedo en su coño y fue como si se hubiera paralizado de golpe, cesó en su forcejeo y comenzó a calmarse.
– ¡ Méteme el dedo hasta lo más profundo de mi coño!
La había convencido. Noté como su coño se iba mojando.
– Vamos a la cama. Quiero follar contigo en la cama -me sugirió ella.
Fuimos a su dormitorio, comenzó a desnudarme. Me quitó salvajemente la camisa y me bajó los pantalones. Después ella se quitó la camisa y dejó al aire un hermoso sujetador negro de encaje. Localicé la cremallera de su falda y se la bajé, allí quedó su cuerpo semidesnudo: en sujetador, bragas y con las medias hasta la parte alta del muslo. La giré para contemplarla por detrás y vi con fascinación, que era un tanga. La apreté contra mi polla tiesa, a través de mis calzoncillos, se desabrochó el sujetador. Quedaron sus tetas al aire, bajo el tanga, y pude ver su coño rasurado. Se acercó y me quitó los calzoncillos, se puso de rodillas delante de mí y comenzó a chupar suavemente mi polla. La mamada cada vez era más exagerada, y comenzó a succionar mi capullo. Al rato ya se engullía entera, el placer era máximo, nadie me la había comido como ella. Se levantó e inclinó sobre la cama, apoyando sus manos en el filo. En esa postura me mostraba su apetitoso coño y su hermoso culo. Me agaché detrás de ella y comencé a pasarle la lengua a lo largo de toda su raja, parándome algo más en su clítoris, notando que Lisa se estremecía y gemía profundamente, debido al placer que le proporcionaba. Mi lengua fue hasta su culo y volvió a su coño, internándome esta vez todo lo que pude en su vagina. Se tumbó sobre la cama, con las piernas abiertas, las medias puestas y los zapatos, pisando la colcha.
– Aquí tienes mi coño. Quiero que me metas esa polla lo más profundo que puedas. Quiero que me desgarres el coño.
Esas palabras hacían gran efecto en mí. Mi polla estaba dura como una piedra, pero todavía quería disfrutar un poco más de ella antes de metérsela. Le cogí un pie y pasé la punta de mi capullo por todo el zapato. Fui subiendo mi polla por sus pantorrillas y la parte de atrás de las rodillas, notando como el capullo se enterraba en las carnes tiernas de sus piernas. Seguí por la cara interna de su muslo y noté como ella llegaba a un estado de excitación muy alto, ya que su cuerpo percibía como mi polla se dirigía poco a poco a la zona donde más placer le iba a dar y se contraía conforme me iba acercando a su vagina. Pasé por la ingle, pero pasé de largo. Seguí subiendo mi polla hasta sus tetas y la froté con sus duros pezones. Subí por el hueco, entre sus dos tetas y pasé por el cuello, hasta llegar a su boca, donde ella se la volvió a tragar entera.
– Métemela ahora, por favor, no aguanto más.
Inicié el camino de vuelta, la agarré bien por sus nalgas, dejando bien abierto su coño que no paraba de palpitar, coloqué la punta de mi polla en los labios, ella lanzó un pequeño gemido de placer y no pudiendo esperar más, apretó su pelvis hasta mí y se clavó la polla entera hasta los cojones. Lanzó un grito desgarrador que temí oyeran los vecinos, entre ellos mi mujer. Comencé a sacarla y a meterla sin parar, ella me acompañaba con su cuerpo. Me puso las piernas sobre mis hombros, y yo a la vez que la penetraba, iba sobando sus piernas y medias. Se le veía que estaba gozando como nunca. Llegó su primer orgasmo y abrió más sus piernas, clavó sus uñas en mi culo y ayudó con sus brazos a que las embestidas pélvicas fueran más brutales. Cuando hubo pasado su éxtasis, se retiró sacando mi polla de su coño y me puso boca arriba.
– Ahora, te voy a hacer que te corras en treinta segundos, voy a cabalgar encima de ti como tu mujer no lo hará en la vida. Mi marido está a punto de venir y no nos podemos entretener más.
Se montó a horcajadas sobre mí y se metió la polla entera otra vez. Comenzó a follarme salvajemente, no tenía fin, no se cansaba.
– Vamos, Alberto, córrete, que tenemos que irnos. Mi marido está al venir, nos va a pillar. Venga, concéntrate y mira como saltan mis tetas, vamos, ah, me voy a correr por segunda vez.
La verdad es que no hacía falta que me concentrara, a duras penas había aguantado hasta ese punto y estaba deseando correrme, pero quería disfrutar de ese momento toda la vida, porque no sabía si se repetiría alguna vez. La velocidad que ella había imprimido a sus sacudidas era irresistible, no aguanté más y me corrí, a la vez que ella alcanzaba su segundo orgasmo. Ella gritaba sin parar y saltaba sobre mi polla, metiéndosela y sacándosela sin parar. Pese a haberme corrido, mi erección seguía todavía como al principio y ella se dio cuenta de que yo estaba insaciable. Poco a poco, fue parando el ritmo, hasta que se la sacó. Se dio la vuelta para chupármela y yo aproveché para atraer hacia mí su coño, e hicimos un maravilloso 69 para limpiarnos nuestros sexos. Cuando terminamos, ella quedó tumbada en la cama casi sin aliento. Me vestí mientras ella se quitaba por fin sus zapatos de tacón y sus medias, quedándose totalmente desnuda. Su cuerpo era precioso, lo contemplé desde la puerta de su dormitorio. Se puso unas bragas blancas que sacó de su mesita y se enfundó un excitante camisón.
– Cuando venga mi marido me lo voy a follar. Estoy muy excitada esta noche y necesito otro polvo.
Me despedí, lamentando no poder ser yo quien terminara de saciarla aquella noche. Cuando volví a mi piso, mi mujer me estaba esperando en la cocina, mientras terminaba de poner la mesa. A la mañana siguiente me encontré en el hueco de la escalera con otra vecina de ese bloque. Cuando nos metimos en el ascensor, me dijo:
– Qué bien te lo pasaste anoche con la mujer de Iván, ¿eh?
– ¿Cómo sabes tú eso? -pregunté sorprendido.
– Teníais la ventana del dormitorio abierta y lo vi todo. La verdad es que ella disfrutó bastante. Sus gritos llegaron hasta mi casa.
– ¿Me mantendrás el secreto? – le pregunté.
– Eso depende de lo que me des a cambio… -contestó.
Saludos y ya os contaré lo que vaya ocurriendo.