Relato erótico
Por fin llegó el viernes
Por fin llegó el viernes y podría salir con su amiga a “darlo todo”. Además hacía tiempo que no mojaba y estaba muy cachonda.
Judit – Oviedo
Tanto mi amiga, que estudia conmigo en la universidad, como yo, pasábamos toda la semana pensando en el viernes, día en que salíamos juntas para ir a bailar a una de nuestras discotecas favoritas de Oviedo. Como siempre, aquel viernes me vino a buscar en su coche. Tras darle un beso, arrancó el vehículo y como ya es normal, durante todo el camino para llegar a la disco nos la pasamos hablando de sexo. Hacía mucho tiempo que no había tenido un buen orgasmo y la verdad me moría de ganas, aunque no soy la típica chica que se acuesta con el primer hombre guapo que ve. Me moriré de deseo y hasta me mojaré, pero no me lo llevaré “puesto” si no me atrae también mentalmente. Silvia es un poco más “moderna” en ese sentido, prácticamente tiene sexo cada fin de semana. Me da un poco de envidia porque el placer siempre es una necesidad y más para una chica de 22 años.
Silvia mide 1’72, tiene el pelo moreno pero se lo tiñe de rubio, piel morenita, enormes ojos marrones y una figura envidiable, 96 de busto, 61 de cintura y 92 de cadera. Es realmente guapa y lo sabe, por eso es que llevaba ese vestido negro tan corto y ajustado al cuerpo y como es también típico de Silvia, no llevaba ni pantis ni medias. Ella dice que es porque se notan en el vestido, pero siempre he sabido que lo hace para sentirse más sensual y darle acceso más fácil a sus amantes pues es normal en ella hacer el amor en una discoteca, ya sea en la cabina de los DJ’s, en un coche o donde pueda.
Yo me vestí esa noche un poco más cómoda. También me gustan los vestidos cortos pero odio tener que estarme cuidando de no enseñar mis pantis cuando me siento, así que llevaba unos tejanos azules y como, a diferencia de Silvia, no me importa que se me noten mis pantis, esa noche llevaba mis favoritos, blancos con encaje, y un sujetador que completaba el conjunto, un body blanco ajustado y zapatos negros. Me encontraba muy atractiva y las miradas de los chicos, esperando fuera de la disco, mientras entrábamos me aseguró que así era. Tengo una medida de pecho de 94, que a mí me encanta, mis senos son duros y no cuelgan cuando me quito el sujetador, mis pezones son rosados y mis areolas un poco más morenitas, mi cintura tampoco es fea, allí mido 60 que según dicen es la medida perfecta, pero que me ha costado mucho trabajo en el gimnasio, mi culito es un poco más grande de lo que me gustaría, pero a muchos chicos les encanta y mis medidas allí son de 93.
Entramos a la disco y fuimos al bar, pedimos algo de beber y nos sentamos a hablar un poco pero hablar es lo menos que hicimos, pues la verdad es que nos la pasamos viendo chicos guapos, sonriendo y quitándonos de encima a los típicos perros que no tienen ni tacto para empezar una conversación. De repente lo vi, estaba caminando hacia nosotras mientras se reía con un amigo y… ¡que sonrisa y que porte! No era el típico guaperas que pone cara de galán, no sonríe y se siente adorado. Este sabía lo que estaba haciendo, donde estaba y se la estaba pasando bien. Vestía una camisa blanca arremangada, tejanos azules y zapatos negros. Pasó por mi mesa y no miramos. Sentí que me derretía por dentro. Solo hicimos contacto visual un segundo y aparté la cara, no sin antes sonreír un poco. Cuando estaban pasando por nuestra mesa, le oír decir claramente a su acompañante:
– Espera Víctor, tengo que hacer algo.
Lo que hizo fue sentarse en nuestra mesa, así de simple. Sin preguntar ni decir nada. Se sentó, me miró a los ojos y me dijo:
– Hola, soy Ignacio, ¿quieres hablar un rato?
No sabía ni que decir, solo sonreí y entonces me acordé de mi amiga.
– Ignacio, esta es Silvia – le dije.
Él la miró, le lanzó una sonrisa medio forzada y añadió, mirándome de nuevo:
– ¿Y tú cómo te llamas?
– Julia – fue todo lo que pude decir.
El tiempo paso rápido, la conversación era de lo más amena, también venían camareros con más copas. Silvia estaba bailando con no sé quien, así que estábamos solos. Me encantaba su forma de hablar, las cosas que decía y como me miraba. Me sentía de lo mas atraída por él y entre el alcohol y su conversación cada vez deseaba más un beso suyo, una caricia, pero él lo máximo que hacía era cogerme la mano mientras hablaba. Sé que se daba cuenta de lo atraída que me sentía por él y me estaba haciendo sufrir un poco más.
De pronto dejó de hablar, se acercó a mí, sus labios a poca distancia de los míos. Yo no sabía qué hacer, deseaba ese beso pero pensaba en mí, en que pasaría y lo peor fue que mientras más pensaba en eso más lo deseaba. Al final tomé la iniciativa y nos dimos un beso delicioso. Su lengua exploraba mi boca, mi lengua la suya, sus manos en mi cadera, las mías jugando con su pelo.
Nuestro primer beso duró un par de minutos y solo eso bastó para empezar a sentir esa sensación caliente y húmeda en medio de mis piernas. Mis pezones estaban duros como gomas de borrar y se notaban en la tela de mi body. En fin, no podía ocultar que este chico me excitaba y se notó más con el gemido que solté cuando su legua empezó a lamer mi cuello. Ese siempre ha sido uno de mis puntos débiles. Sus manos se paseaban por mi espalda mientras su boca y lengua me daban más placer y me obligaba a lanzar más gemidos.
Una de sus manos rozó mis pechos. Seguramente estaba intentando saber qué diría yo si seguía y cuando solo gemí un poquito más fuerte entendió bien y empezó a acariciar mi teta izquierda. Sus dedos pellizcaban mi pezón, sus manos jugaban con mis senos, su lengua lamía mi cuello y yo cada segundo me mojaba más. Podía sentir mis pantis empapados, pegados a mi coño. Una de sus manos, lentamente, viajó de mis senos a mis muslos. Esto me puso un poco nerviosa, no porque no deseara que me tocara allí, sino que estaba segura que en mi excitación hasta había mojado mis tejanos, lo cual me daba un poco de vergüenza. Su boca regresó a la mía mientras sus dedos lentamente, se aproximaban a mi vulva, me dio un beso profundo y fuerte al mismo tiempo que, por debajo de la mesa, sus dedos alcanzaron mi coño por encima de los pantalones. No lo pude evitar y de mis labios se escapó:
– ¡Siií…!
El tono me dio apuro ya que me sonó como la más puta, pero no lo podía evitar, estaba volando. Sus dedos sabían lo que estaban haciendo. Con las yemas hacía círculos sobre mi clítoris, dándome olas de placer y después bajaban a mis labios vaginales, donde acariciaba y me sacaba mas gemidos. Estaba empapada. No había duda al respecto. Su otra mano jugaba con mis pechos y estaba a punto de tener un orgasmo, cuando me di cuenta que estaba dando un show a las demás mesas y a cualquiera que pasara por allí así que, entre gemidos pude decirle:
– ¡No, por favor… aquí no!
Inmediatamente paró y también inmediatamente extrañé sus caricias.
– Vamos a un lugar más tranquilo, ¿te parece? – preguntó.
Mi primer pensamiento fue a un hotel, donde podríamos estar solos, donde podría sudar y gemir todo lo que quisiera y donde me podría correr cuantas veces lo quisiera.
– Está bien – le dije – pero tengo que decir en mi casa que me quedaré a dormir en casa de mi amiga y decirle a ella que me iré contigo.
No había terminado de decir eso cuando él sacó su móvil, hablé con mi madre y le dije que me quedaría en casa de Silvia a dormir, después encontramos a mi amiga bailando, bastante cachonda, con un amigo, le dije mis planes y sonriendo me dijo que me cuidara y que me divirtiera. Salimos de la disco, los dos de la mano, pidió el coche y segundos después estábamos en camino a algún hotel donde por fin podría tener ese orgasmo que se quedó en pausa pero que aún quería salir.
Mi mente estaba justo en eso cuando mi asiento se hizo para atrás. Él empezó a explorarme mientras me sonreía de la manera más pícara, su mano empezó en mi cuello y poco a poco bajo a mis senos, jugó, apretó y pellizco mis pezones. Estaban tan duros que a este punto ya no me importaba quien nos viera, sólo cerré los ojos y me puse lo más cómoda posible, sin olvidar dejar abiertos mis muslos, ya que pronto estaría jugando con mi clítoris de nuevo. Así fue. Sus manos bajaron por mi vientre hasta desabrochar mi cinturón. Lentamente metió la mano. Se podía sentir el calor de mi vagina y el olor de mi humedad lleno el coche en pocos segundos. Al poco rato, sin el body y sin los jeans me podía acariciar mejor. Yo estaba con los ojos cerrados, pero los abrí cuando sentí uno de sus largos dedos entrar a mi vagina. Lo metió a fondo. Mis gemidos eran aún más fuertes y no podía decir palabra.
Rápidamente lo empezó a meter y sacar. El placer era increíble. Después dé un minuto de torturarme así con mis manos apretaba el asiento, su mano, mis pechos y cuando supe que no podía más sucedió.
Exploté en un orgasmo terrible. Olas y olas de placer recorrieron desde mi pubis a todo mi cuerpo. No recuerdo que era lo que yo gritaba, pero no importa, él lo entendía perfectamente. Después de ese orgasmo no me pude mover por un par de minutos. Estaba en el cielo. Después sentí como, con mucho cuidado, me cogía de la nuca llevándome la cabeza a su entrepierna y me decía, con una sonrisa:
– ¿Te gustaría pagarme el favor?
No contesté, desabroché sus tejanos, jugué con su polla un momento, solo para saber que dimensiones tenía y me quedé sorprendida. Su verga era enorme. La más grande que había visto en mi vida. Mi vagina empezó a despertar de nuevo con tan sólo pensar en ese monstruo entrando y saliendo de mi cuerpo.
Empecé a imaginarme como haríamos el amor, yo arriba que es como más me gusta, insertada en esa verga. Se la saqué de los calzoncillos y empecé a lamerlo, primero sólo con mi lengua paseándola por la cabeza, lamiéndola, besándola, después corriendo mi lengua por todo lo largo, dejando un camino mojado y caliente de saliva, después me metí su preciosa polla en mi boquita, jugando con mi lengua alrededor de ella. Sus gemidos me daban placer ya que se lo estaba pasando igual de bien que yo hacía unos minutos. Sus manos alcanzaron mi vagina de nuevo, pero le pedí que no lo hiciera, que no me podría concentrar en él si lo hacía, así que me dejó y se dedicó a gemir, y a manejar lo mejor que podía en esa situación. Mi lengua y boca recorrían su polla, dura como madera, y mis manos jugaban con sus bolas.
Después de un par de minutos me preguntó si quería que me avisara cuando se fuera a correr. No le dije nada, con una mano traté de hacer señas de que no me importaba. Después de un par de minutos más sentí sus músculos ponerse duros y solo me dijo:
– ¡Ya…!
Sabía lo que estaba a punto de pasar así que me dediqué a chupar, mamar y lamer su verga con más fuerza. Una explosión de líquido salió de su duro miembro, un líquido caliente y espeso que sentía increíblemente bien en mi boca, pero salía más y más. Empecé a tragar lo que puede pero era demasiado. Algunos chorros salieron de mi boca y cayeron en su piel. Seguí mamando su polla hasta que se fue durmiendo y después lamí el semen que cayó en su vello púbico.
Llegamos al motel y en cuanto la puerta de la habitación se cerró, nos abrazamos y empezamos a tocarnos, a besarnos, a quitarnos la ropa. Me puso contra la pared, las piernas abiertas y las manos contra la pared, como si fuera un policía, me lamió el cuello y empezó a bajar por mi piel, lamiéndome, desde mi cuello hasta las caras interiores de mis muslos.
Con sus manos empezó a acariciar justo donde terminaban mis muslos y empezaban los labios de mi vagina. Yo solo gemía y me mojaba más. Su boca subió por mi piel hasta que sentí su aliento caliente contra mi vagina, un dedo empezó a explorar mis labios y suavemente lo metió, estaba tan mojada que mis jugos salieron y corrieron por mi muslo.
Su lengua salió como una serpiente, mojada y caliente, me hizo una lamida rápida, desde mis labios vaginales, pasando por mi clítoris hasta donde llegó su lengua. Luego sus manos en mi cadera me dieron la vuelta, de frente metió su boca y su lengua entraba en mí, lamía, chupaba, y acariciaba mi coño hasta que me corrí contra su lengua.
Sin dejar que me tranquilizara, me puso en cuatro patas sobre la cama, la cabeza de su verga rozaba los labios de mi vagina. Empujé mi cuerpo contra su polla y esta entró. Los gemidos que salían de mi boca y el placer que sentía lo decía todo. Hicimos el amor como durante cuatro horas, mis gemidos de placer eran interminables y creo que me corrí como cinco veces.
A la mañana siguiente Ignacio me llevó a casa de Silvia, nos despedimos y me pidió mi dirección y teléfono. Ahora espero que me llame para repetir este encuentro tremendamente placentero, al menos para mí.
Besos para todos.