Relato erótico

Un finde productivo

Charo
11 de septiembre del 2019

Se podría decir que tiene novia pero, en realidad, es la novia de un vecino. Llevan mucho tiempo liados y el morbo de que nos los pillen todavía los “pone” más. Ella se fue de vacaciones sin su novio y el hizo lo posible por irla a ver.

Jaime – Tarragona
Me llamo Jaime, soy y vivo en Tarragona. Me gustaría contar una de las muchas aventuras que he vivido con mi amante, novia de uno de mis vecinos. Ella había ido a pasar las vacaciones sola, sin el novio que había tenido que quedarse por trabajo, a un pueblo de la costa prometiendo que me telefonearía para encontrarnos alguna vez pero, como pasaban los días y no lo hacía, decidir a verla por mi cuenta.
Me había dicho que trabajaría en un supermercado para ganar algún dinero durante esas vacaciones y fue entrar en el primero que se me cruzó en mi camino y encontrarla. Me había costado menos de lo que yo esperaba. Ella estaba despachando en la caja y al verme, la empezaron a temblar las piernas. Con disimulo, para que la cola de clientes no supiera de que hablábamos, quedamos para vernos aquella misma noche. Yo me preparé. Primero pasé por la farmacia para comprar una caja de condones.
Cuando llegué a la cita, la vi sentada en el banco en el que habíamos quedado. Se subió al coche y me dirigió hasta un mirador que hay en la parte alta del pueblo para que ella me lo enseñara y fue llegar al mirador, bajarnos del coche, sentarnos en el banco que había al lado del acantilado y al ver que por allí no pasaba nadie, empezar a ponernos a tono. Transcurridos unos minutos, yo estaba ya con la cremallera del pantalón bajada y ella me estaba haciendo una mamada de impresión hasta que, al cabo de unos quince minutos, se tragó lo que tan insistentemente había estado trabajándose. Fue increíble. Después de esa increíble mamada que me hizo, empecé a masturbarla y a chuparle las tetas hasta que dijo que parara que no aguantaba más. Paré y nos fuimos para el coche, acercándola yo hasta su casa donde ella me dijo que esperase a que se duchara y se cambiase de ropa. Eso hice. Me quedé esperándola muy cerca de su casa hasta que se preparó para lo que iba a ser una noche de placer y lujuria.
Al cabo de unos veinte minutos, un pedazo de mujer, se acercó al coche y dijo:
– Ya está, ¿qué te parece como me he vestido?
Yo, casi con la baba colgando no pude contestarle. Se había puesto una minifalda ajustada de esas a las que los chicos llamamos cinturones anchos, y un top. Nada más. El sujetador se lo había dejado en casa para que ocupase espacio en el armario. Sus perfectos pezones se pusieron erectos y yo casi ya no aguantaba más. Estaba a punto de reventar los botones de mi pantalón o a punto de partirme el susodicho aparato en dos, pero en vez de reventar los botones, los desabroché y no tuve que decir más. Ella se abalanzó sobre mi erecto aparato y empezó a chuparlo otra vez con mucha delicadeza y poco a poco fue incrementando el ritmo hasta que yo ya no pude más y me corrí otra vez dentro de su cálida boca.
He de decir que no hay una experiencia más satisfactoria pero, cuando acabé de correrme en su boca.

Fuimos a cenar y a las once, más o menos, decidimos dar una vuelta por los bares de la zona para tomarnos unas copitas. Así lo hicimos, hasta que nos dirigimos a un espacio ajardinado y usado como picadero al aire libre, que ella conocía, y allí empezamos la tarea.
Nos comenzamos a besar y a tocar hasta que la cosa empezó a ponerse cada vez más dura y más caliente. El final nos quitamos la ropa y, total, que nos quedamos los dos sin la parte de arriba de la vestimenta, como suele pasar cuando me lo hago con alguien en el coche, pero lo que yo no me esperaba es que, al final y entre caricias cada vez más encendidas, nos quedásemos los dos desnudos por completo, cosa que nunca me había pasado en un coche.
Lo que yo esperaba que fuera un polvo rápido estaba a punto de convertirse en un polvo tras otro. Siendo ya las dos de la madrugada, más o menos, ya nos habíamos calentado a tope los dos y el roce de nuestros cachondos cuerpos pedía guerra. Eché mano a la caja de seis que compré por la tarde pero al coger mi primer condón, ella dijo que no, que primero quería chupármela otra vez, que luego no le gustaba el sabor que dejaba el preservativo sobre mi erecto miembro.
La dejé hacer y tras unos veinte minutos de chupar insistentemente y de tener ella como pequeños orgasmos, me dijo que me pusiera la goma que quería que se la metiera toda. Ella estaba echada sobre los abatidos asientos de mi coche y yo encima de ella preparándome para clavarle mi erecta espada. Me puse a la faena y la penetré sin escrúpulos, hasta que lanzó un gemido de placer que me puso los pelos de punta. Fue en ese instante cuando empecé a moverme cada vez más insistentemente, escuchando la música de fondo por el excesivo volumen que propinaban los gemidos de mi amante.
Tras estar empujando sobre más o menos unos 35 minutos, conseguí correrme, pero no lo hice sobre su vientre, como me gustaba, sino que lo hice dentro del maldito preservativo. Pero fue terminar con un polvo y empezar con otro ya que, nada más terminar con el primero y yo al verme con fuerzas para echar otro, me coloqué una goma nueva y me tumbé boca arriba en el lado que ella no ocupaba del coche, y le dije:
– Ahora te toca a ti.
Fue decirlo, y hacerlo. Ella se abalanzó sobre mí sin dejarme mover, e introdujo mi polla en su siempre chorreante vagina y en ese momento ella empezó a moverse de arriba para abajo, ayudándola yo con mis brazos para que la costase menos moverse. En ese momento sentía yo toda mi durísima polla dentro de su vagina. Ella gemía de placer y decía:
– ¡Empuja, métemela más, así… así… oooh… que gusto siento… sigue… empuja…!.
La experiencia fue excitante, pero al cabo de unos quince minutos, se acabó. Este segundo polvo fue corto pero placentero, pero cuál fue mi sorpresa cuando intenté estirar los brazos para colocarme en mejor postura y no podía moverlos. Se me habían quedado agarrotados los brazos del esfuerzo pero en este momento ella, al darse cuenta, me hizo un masaje y me dejó como nuevo. Y ahora viene la parte final de mi experiencia.
Serían las cuatro menos cinco de la madrugada cuando, después de estar más de una hora los dos tumbados y abrazados desnudos en el coche, nos volvimos a poner cachondos y ella, echándose encima de mi verga, empezó de nuevo a chuparla. Esta vez, después de tantas corridas, la cosa estaba más difícil, pero yo esperaba llegar al final.

Estuvo unos veinte minutos chupándomela, aunque parezca exagerado. A esta chica le encanta chupármela pero, después de ver que con este sistema no me corría, dijo que quería que la penetrase, y se puso a cuatro patas apoyando el pecho sobre los asientos de la parte de atrás del coche.
Me dispuse a coger otra goma, pero ella, al darse cuenta, me dijo:
-No, espera, quiero que me la metas por detrás.
-¿Por detrás? – pregunté, sorprendido.
– Sí, por el culo – insistió.
Me puse detrás de ella y con mucho cuidado fui introduciendo mi polla en ese estrecho agujero que todos tenemos. Al principio noté que la dolía un poco, pero poco a poco, se le fue calmando y cuando noté que ya no la dolía excesivamente, empecé a moverme lentamente de atrás a adelante, con ritmo, y al final terminé con movimientos fuertes y secos que propiciaban que ella diese unos excitantes gemidos de placer. Tras unos minutos empujando su maravilloso culo, conseguí llegar a lo que ella quería y me corrí dentro de sus entrañas traseras. En ese momento dio un suspiro de placer y dijo:
– ¡No me la saques hasta que deje de notar esas pequeñas convulsiones que tu polla da tras haberte corrido!
Transcurrido unos cinco minutos se la saqué y ella se quedó inmóvil sin decir nada, en la misma posición con la que la había hecho gozar. Entonces yo quise dar el último empujón al asunto, cogí otra goma y sin mediar palabra en la misma posición, me coloqué y ahora la penetré por la vagina. Ya no teníamos casi fuerzas ninguno de los dos, pero aun seguíamos gozando. Continué empujándola por detrás y al cabo de una media hora, el cansancio pudo conmigo y dejé de clavársela. Me quedé con la polla fuera y apoyado sobre ella, pero sin moverme. A ella la daban pequeñas convulsiones, que poco a poco se fueron convirtiendo en tiritona.
Terminamos los dos tumbados, mirando el techo del coche y escuchando música.

Miré el reloj. Eran las seis y cuarto y me tenía que ir aunque estaba muerto de cansancio. Fui parando de pueblo en pueblo, hasta que llegué a Tarragona. Al ir a salir del coche, siendo ya de día, me fijé en el asiento del copiloto y cuál fue mi sorpresa al ver las braguitas de mi querida Eva. Fue la noche que folle más veces de mi vida.
Un saludo para todos.

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