Relato erótico
Volver a sentir
Se fue al pueblo de su marido, a visitar a sus suegros, y a poner en venta una casa que tenía su marido. Nunca se hubiera imaginado que resultara un viaje tan “productivo”.
Sara – Madrid
Aprovechando el verano decidí, tras hablarlo con mi marido, irme al pueblo de donde es su familia, en La Rioja, para vender la casa que tenía allí y pasar unos días con mis suegros. Mi llegada coincidió con la de mi sobrino un chico muy majo de 20 años y un amigo de mi sobrino que se llamaba Jesús. Aunque soy una mujer mayor, tengo 55 años, me conservo muy bien. No soy muy alta, morena y entrada en carnes pero de mi cuerpo resaltan un enorme culo y unas grandes tetas. Os lo cuento porque es mi cuerpo el que, sin duda, dio pie a lo que voy a contar.
Por la noche, después de cenar, nos sentábamos los cinco, es decir los suegros, mi sobrino, su amigo y yo, en el pequeño patio de la casa a tomar un poco el fresco. Ya desde el primer día noté que si Jesús se sentaba en el suelo, frente a mí, no era por comodidad sino para que, al menor movimiento mío, le ofrecía una buena ración de muslo. Me hizo gracia la cosa y quise provocarle así que en un momento dado me abrí tanto que, con toda seguridad, el triángulo blanco de mi braga le quedó a menos de un metro de su cara.
En el acto cambió de postura y adiviné que era para que no se le notara el bulto que, en su pantalón, tenía que formarle la sin duda endurecida polla. Su pantalón vaquero seguro que no podía aguantar la presión de su joven verga. Me gustaba y excitaba el interés de un jovencito por una madura como yo. Era todo un piropo. Y decidí continuar con el juego. Al poco rato levantó la cabeza despacio y se encontró con mi mirada irónica. Se puso colorado como un tomate y rápidamente miró hacia otro lado. Supuse que hubiera deseado que la tierra lo tragase o largarse de inmediato, cosa que no podía hacer para que no se le viera la erección. Sonreí sin poderlo evitar y me dediqué a abrir y cerrar los muslos sin dejar de mirarle.
Ya en mi cama, me costó dormirme pensando en todo aquello. Imaginé mil cosas, cada una más fuerte que la anterior y acabé viendo con la imaginación al chico completamente desnudo y con su polla tiesa intentando meterla en mi coño. Acabé cachonda perdida y por primera vez, durante muchos años, acabé masturbándome como una colegiala soñando en algo que, con toda seguridad, era imposible. Pero decidí continuar con el juego para ver hasta donde Jesús era capaz de llegar. Jesús y yo misma. Por la mañana, cuando se levantó, ya me encontró en la cocina preparando el desayuno para todos y mi sobrino dijo que tenía que irse unos días para arreglar unos asuntos y su amigo Jesús se quedaría allí.
Me encantó la idea, si se quedaba solo seguramente se lanzaría. Después de desayunar le pedí que me ayudara a retirar unos trastos de mi casa, de la que deseaba vender. Naturalmente aceptó, aunque sólo fuera por educación, pero yo pensé que era más por la oportunidad que le daba de estar a solas conmigo.
Me puse una falda negra, corta, con una abertura en la parte trasera, y una blusa blanca que transparentaba mi sujetador negro. Él, iba con una camiseta sin mangas y un pantalón corto.
Cuando llegamos a mi casa, abrí la puerta y entramos. La casa llevaba mucho tiempo cerrada y olía a moho y humedad. Le dije que se esperara que iba a cambiarme. Entré en una de las habitaciones, cerré la puerta, me quité la falda y me puse una vieja bata muy corta y que, además, me quedaba estrecha. Cuando iba a abrir la puerta sentí unas ganas terribles de provocarlo. Estaba muy cachonda y sin pensármelo dos veces, volví a quitarme la bata y sacándome bragas y sujetador me la volví a poner saliendo entonces a donde estaba Jesús esperando. Sólo de la sensación de estar desnuda debajo de una bata tan corta y tan apretada, ya me hacía tener el coño chorreando como una fuente.
Nos metimos en una habitación donde, en una visita anterior, ya había dejado cajas y empecé a llenar una de ellas con los libros de una de las estanterías. Al estar haciéndolo de espaldas a él, e inclinada, removía yo mi gordo trasero con toda la mala intención y para ponerle caliente. No sabía lo que llegaría a pasar si el chico se animaba pero el morbo que yo sentía era excitante a tope. Creo que en mi vida había estado tan caliente. Quería que se pasase conmigo, que me demostrase su virilidad, que me jodiese con toda su fuerza juvenil.
– ¿Empiezo a bajar alguna caja? – me preguntó de pronto.
– No, espera, quédate aquí conmigo y ayúdame a llenar estas con los libros del otro estante – le dije sin levantarme.
Era consciente de que, al estar inclinada ahora ante él, por el escote de mi estrecha bata tenía que ver la mitad de mis gordas tetas y raja que formaban al estar tan apretadas por la bata. Igualmente se me marcaban los pezones que, por la excitación, tenía tiesos y endurecidos. Se acercó a la otra estantería y empezó a meter libros en la caja mientras yo le fui preguntando cosas sobre sus estudios y al final me atreví a decirle más directamente:
– Me da la sensación, por algo que he notado, que vas un poco caliente y que te hace bastante falta una mujer. – ¿Cuando lo hiciste por última vez?
Se puso colorado como un tomate, con aquella timidez que era un encanto. Tardó en contestar y al final, tartamudeando y sin mirarme a los ojos, confesó que no lo había hecho nunca. Aquello me encantó pero también aumentó mi excitación. Jesús era virgen y yo podría tener las primicias de su sexualidad. Estaba excitada a tope y sin importarme nada más que mi placer, empecé a besarle el cuello y la cara. Me había olvidado de mi marido, y de todo. Sólo pensaba en el sexo, en follar. Bajé la mano hasta su paquete.
Lo apreté notándolo muy duro. Jesús suspiraba. Bajé la cremallera mientras él intentaba besarme en la boca y metí la mano buscando su rabo. Con la otra mano me desabroché la bata mientras le sacaba la polla fuera del pantalón. La tenía muy dura y por el tacto era más gorda que la de mi marido y algo más larga. Cuando mis tetas salieron al exterior, él me las apretó con ambas manos. Le cogí una de ellas y se la bajé hasta mi coño dejándole sentir la abundancia de pelos y la humedad de mi raja.
Entonces yo lo besé en la boca. Abrí mis labios, hice que él abriera los suyos y le metí la lengua hasta la garganta.
– ¡Te deseaba tanto!
– ¡Calla y goza de mi cuerpo, de este cuerpo que tanto deseas, es tuyo, cariño… soy tuya, hazme lo que quieras, descubre en mi el placer…! – le decía yo completamente entregada y caliente como un horno.
Mi mano cogió la suya, la que tenía en mi coño, e hice penetrar sus dedos hasta el fondo de mi chocho invitándole a follarme con ellos. Mientras él me iba masturbando de esta manera, yo me fui inclinando hasta llegar con mi boca a la punta de su capullo. Entonces pude verle la polla. Era, efectivamente, algo más larga que la de mi marido pero muchísimo más gorda. Parecía un corto pepino. Le lamí con lentitud toda la brillante bola, dándole golpecitos de lengua en el frenillo hasta que la engullí como un caramelo. Mientras chupaba, cada vez más intensamente, notaba como mis melones se movían de un lado a otro como campanas a cada mamada. El chico tenía la polla tan dura que intuí que su leche estaba a punto de fluir de sus huevos y como por el momento no la quería en mi boca sino en mi coño, me separé de Jesús y le dije:
– ¡Fóllame mi amor, pónmela dentro… dentro del coño, cariño…!.
Sin esperar su respuesta, pero estando segura de ella, me quité la bata, la coloqué en el suelo como una alfombra y me tumbé encima de ella abriendo todo lo que pude mis muslos y dejando mi peludo coño completamente a la vista, abierto y mojado. Jesús me miraba con ojos muy abiertos. Su polla estaba increíblemente dura, con la punta mirando al techo. Observé sus gordos cojones apretados, sus muslos fuertes y le pedí que antes se desnudara por completo, como lo estaba yo. Me obedeció sin rechistar.
– ¡Anda! – repetí – ¡Ven, fóllame amor!
Se arrodilló entre mis piernas y luego se me echó encima. Yo misma le cogí la enorme polla y la llevé a mi raja. Jesús fue abriéndose camino entre sus pliegues hasta pegar sus cojones con mi carne. La tenía toda dentro. Me la había metido en el coño hasta la empuñadura.
-¡Que ganas tenía de esto… que gusto… que caliente está… caliente y jugoso…!.
Muy pronto mis gemidos se sumaron a los suyos. Cada vez eran más intensos, cada vez más fuertes y sus sacudidas más rápidas. Yo le apretaba el culo con fuerza a la vez que empujaba hacia arriba con mi vientre para sentirla tan adentro como fuera posible y acompasar sus entradas y salidas con mis movimientos. Y de pronto ya no pude más.
– ¡Cariño, que me voy… me voy…! – le grité, abrazándolo con fuerza – ¡Me estoy corriendo… aaah… qué bueno mi amor… córrete tú también, córrete conmigo… dame tu leche… aaah…!.
Mientras me corría noté como él se quedaba parado, tieso y en el acto su polla empezó a soltar leche en mi coño en tal cantidad que noté como me resbala por los muslos y hacia el agujero de mi culo. Jesús, derrotado, cayó sobre mí, aplastándome las tetas. Le abracé y empecé a besarle la cara, el cuello, los hombros, cogiéndole por la barbilla, la boca metiéndonos mutuamente la lengua hasta la campanilla.
Cuando empezó a reponerse del intenso placer que había sentido, fue él quien comenzó a besarme como un loco. Bajó por mi pecho hasta mis tetas, cogió los tiesos pezones con los labios y me los chupó, uno detrás de otro, hasta ponérmelos como piedras. Yo sentía un placer intenso que se iba apoderando de mis entrañas, al mismo tiempo que notaba contra mis muslos, como su polla iba adquiriendo lentamente una nueva dureza. Entonces le hice dar la vuelta, dejándolo tumbado a él en el suelo y yo encima. Le agarré la dura polla y me entretuve en lamérsela de abajo a arriba un rato hasta tragármela todo lo que pude y empezar a mamar. Jesús no podía evitar sus gemidos. Tenía la polla dura como el hierro y casi no me cabía en la boca. Entonces me fui girando hasta colocarle mi coño en la boca. El chico me lo acarició con los dedos, metiéndomelos incluso dentro pero yo, sacándome su rabo de entre los labios, le dije:
– No, cariño, así no… con la lengua, lámeme el coño, chúpame el clítoris… cógelo entre los labios y chúpalo…
Lo hizo. Primero con titubeos pero cuando encontró el lugar más placentero y yo comencé a chuparle de nuevo la verga, se animó y acabamos haciendo un 69 de lo más suculento.
– ¡Me voy a correr, no puedo aguantar…!
– ¡Pues córrete pero no dejes de chupar… dame tu leche que yo te daré la mía! – le grité.
La catarata de semen que momentos antes me había lanzando en el coño, ahora la recibí en la garganta. Me llenó la boca de leche que yo tragué hasta no dejarme una gota pero mientras también me corría descargando todos mis jugos en la boca de Jesús que, no obstante, seguía moviendo la lengua. Estábamos los dos rotos. Descansamos allí mismo, en el suelo, sobre mi bata como sábana. Estábamos abrazados, besándonos y acariciándonos pero ya no pude levantarle de nuevo la verga así que nos vestimos y regresamos a casa. Por el camino le pedí que, por favor, no se le escapara decirle a nadie lo que habíamos hecho.
– Tranquila – me contestó – Lo que menos quiero es perderte porque… ¿lo vamos a repetir, verdad?
– Cuando y donde tú quieras – le contesté con una sonrisa y sintiendo unas suaves y dulces cosquillas en mi coño.
A la mañana siguiente, tras desayunar entre besos y caricias ya que, como he indicado anteriormente, mis suegros se levantaban más tarde, le dije de ir otra vez al piso. Me miró con ojos maliciosos y para demostrarle lo que realmente iríamos a hacer, me levanté la falda, mostrándole que no llevaba bragas.
Mi coño desnudo apareció ante él.
– ¿Me lo chuparás? – le pregunté mimosa y cubriéndome de nuevo.
– ¿De quién es ese coño? – me preguntó levantándose.
– ¡Tuyo, mi amor! – le contesté sintiendo como mi excitación iba subiendo de tono.
– ¿No dijiste que podría follarte donde y cuando yo quisiera? – siguió él.
– Sí, lo dije – contesté sin entender donde quería ir a parar.
– ¡Pues quiero follártelo ahora y aquí! – dijo muy serio.
Lo tenía frente a mi bajándose la cremallera de los pantalones con una mano y con la otra subiéndome la falda.
– ¡Estás loco! – exclamé asustada – Los suegros…
– Esos duermen como troncos hasta el mediodía y además ya sabes que están medio sordos los dos – me contestó.
Me había subido la falda hasta la cintura y pasaba su polla desnuda y tiesa como un palo por los pelos de mi coño. Yo estaba tan encendida que ya no me resistía. Además el morbo era increíble. Los padres de mi marido estaban allí cerca durmiendo mientras su nieto iba a follarse a la nuera. Me dejé tumbar de espaldas sobre la mesa de la cocina. Jesús cogió mis piernas y las llevó a la altura de su cintura, apoyó el capullo en mi raja y de un solo golpe entró en mi hasta los cojones. Lancé un pequeño chillido, mezcla de dolor y placer pero sólo suspiré cuando aquella tranca comenzó a moverse dentro de mí, a follarme sin descanso. Nos corrimos los dos a la vez pero cuando él salió de mi no me fui a lavar. Quería sentir como su leche de macho joven me bañaba los muslos, tener un recuerdo del goce que me estaba dando.
Llegamos a mi casa y nada más entrar nos pusimos a pelo los dos. Así recogimos unos cuantos trastos pero como ni él ni yo parábamos de meternos mano en los sitios más íntimos, yo acabé como un volcán y él con la polla más dura que antes de haberme follado. Esta es la gran ventaja de los jóvenes. No les cuesta nada recuperar su dureza para goce de las mujeres calientes como yo. Al final me arrodillé ante él, se la cogí con las dos manos y metiéndomela en la boca, comencé a mamársela como si deseara tragármela entera, huevos incluidos.
Esta relación me estaba enseñando que mi cuerpo aún reaccionaba de maravilla a los estímulos sexuales y que un hombre joven es lo mejor que hay. Lo único que me asustaba un poco era aficionarme a aquella relación y que luego, si Jesús se cansaba de follar con una vieja, me cambiara por otra de su edad. Aquella noche, ya en mi cama, decidí darle a Jesús todo lo que me pidiera para asegurarme ser usada por él mucho tiempo. Al tercer día la cosa funcionó de manera parecida.
No follamos en la cocina pero sí en la casa aunque hubo un cambio que yo misma propuse. Habíamos echado el primer polvo y reposábamos acariciándonos cuando le dije:
– Te la he mamado hasta hacerte correr en mi boca, me has llenado el coño de leche pero falta un agujero para que tu tía te lo haya enseñado todo.
Me miró asombrado. Pero más asombro me causó ver como su polla, ordeñada hacía pocos minutos, empezaba a enderezarse, soltando pequeños botes en el aire.
– ¿Quieres decir que me dejas darte… darte por el culo? – preguntó con cara de incredulidad.
– Si tú lo quieres… – dije mirándolo sonriente.
– ¡Claro que lo quiero… darte por el culo… abrirte el culo… oooh… cuanto te quiero cuanto te quiero! – decía como enloquecido mientras su verga seguía creciendo y poniéndose dura.
– Sólo te pido una cosa, que lo hagas lentamente, con cuidado… serás el primero en hacérmelo… – y al ver su cara repetí – Sí, tú serás el primero… soy virgen de ahí.
Me abrazó emocionado. Como yo había decidido todo esto la noche anterior, ya había venido preparada. Al no tener vaselina porque en el pueblo no hay farmacia, había traído mantequilla. Nunca agradeceremos bastante a la célebre película la idea de usarla como lubricante. Me puse a cuatro patas y yo misma, llevando mis manos a mi culo, me separé las nalgas mostrándole el agujero marrón y virgen. Con dedos temblorosos noté como me ponía la mantequilla y como metía uno de ellos en mi ano. Al cabo de un tiempo de entrar y salir con él como si ya me follara, cosa que no puedo negar me proporcionó un placer muy suave, metió otro. Tampoco me dolió y medio vencida por este suave placer, me abandoné y en este momento Jesús, que había aprendido rápidamente, sacó los dos dedos y me enchufó su glande.
El grito que pegué era como si acabaran de marcarme al rojo vivo. Jesús se asustó y dejó de apretar.
– ¡No pares ahora… sigue, ya estás dentro, me matas pero sigue… el dolor es terrible pero dame por el culo, rómpemelo de una vez, acaba conmigo! -. grité retorciéndome como un loca.
Jesús siguió apretando y aquella cosa enorme dilataba mi ano hasta darme la impresión de que me lo estaba rompiendo.
El dolor era muy vivo y casi sin darme cuenta los ojos se me llenaron de lágrimas. Cuando sus huevos chocaron contra mi coño, supe que la enorme verga estaba entera dentro de mi. El chico paró otra vez, como para acoplarse mejor y luego inició el mete y saca lentamente. Esto no me causaba dolor. El dolor había sido cuando el nervio del glande había abierto mi pequeño agujero así que cada vez que se acercaba a él como queriendo salir yo, asustada, acercaba mi culo a su vientre y me tragaba de nuevo con el recto toda su verga.
Esta colaboración mía debió encantar a Jesús ya que no paraba de gemir y animarme a que moviera el culo como lo estaba haciendo. Lo malo de todo aquello era que yo no sentía placer así que le pedí que mientras me estaba dando por el culo me acariciara el clítoris. Lo hizo y así, al cabo de lo que me pareció una eternidad, llegué al orgasmo. Y vaya orgasmo. Creí que la vida se me iba por el culo.
Jamás había sentido tanto placer doloroso en una corrida. Grité y me retorcí mientras sentía, al mismo tiempo, como su leche me llenaba el culo. Caí de bruces arrastrando con mi caída a Jesús, aún con su polla metida en mi trasero y donde permaneció hasta que yo misma, ya recuperada, le pedí que me la sacara. Todos los demás días que seguimos en el pueblo, íbamos a mi casa y allí, aunque también recogíamos trastos, no parábamos de follar recibiéndolo yo tanto por la boca y el coño, como por el culo.
Cuando volví a Madrid, vino a verme en alguna ocasión a mi casa, aunque para follar, nos vamos a un motel. Mi marido ni se imagina que, este chico tan amable, como dice él, se está follando a su mujer por todos sus agujeros.
Un beso para todos los lectores.