Relato erótico

Dulce venganza

Charo
26 de octubre del 2019

Su mujer le pone los cuernos, él lo sabe y aparentemente no le importa. Al contrario que ella, siempre le ha sido fiel. Aquel día, se levantó “con el pie izquierdo” y decidió que ya no aguantaba más y que iba a “vengarse”.

Pedro – Madrid
¿Se puede ser bueno y honesto, mientras que tu mujer te pone los cuernos una y otra vez? ¿Se tiene derecho a la venganza planificada y después llevar una vida en casa como si nada pasara, para guardar las apariencias? Soy un hombre, al que podéis llamar Pedro, como muchos en España y fuera de nuestras fronteras, a quien su mujer le pone los cuernos un día sí y otro también, aunque yo aún le doy “fiesta”. Ella se acuesta con quien le gusta y yo estoy para cuando le dé la gana o no le duela la cabeza, la espalda o lo que sea.
He sido un hombre, lo digo honestamente, de los llamados decentes, que nunca le he puesto “adornos” a su mujer.
Por la forma en que las mujeres me miraban por la calle, en tiendas y supermercados, me daba cuenta que si quisiera las tendría a montones y que cualquiera daría incluso dinero para acostarse conmigo. A veces hasta me echan piropos.
– Adiós, Pedro, cada día estás más atractivo… ¡Que bien te conservas…. ya quisiera yo que mi marido se pareciera a ti… como me lo iba a pasar…! – decían.
Quizá por ello, lo que colmó mi deseo de venganza fue el enterarme de algo que me irritó al máximo. En nuestro barrio, casi en el mismo corazón de Madrid, hay un tío, que yo conozco, que regenta una casa de citas, en el sentido de buscarles planes a las señoras que no son profesionales de la prostitución, pero que les gusta la marcha o necesitan dinero en forma rápida. Ahí va de todo y por los motivos más diversos. Casadas, viudas, solteras, separadas que, a través de este hombre encuentran todo lo que buscan. Por pura casualidad me encontré un día con él y como sabe perfectamente quien soy y como soy, me dijo, mientras tomábamos un café en la Puerta del Sol:
– Pedro, lo que tengo que decirte es bastante delicado… incluso, de no habernos visto hoy quizá no te lo hubiese dicho jamás, pero te considero un hombre honesto, responsable, amante de tus hijos y me duele que te chuleen…
Yo no salía de mi asombro. No entendía muy bien la situación hasta que él continuó:
– Tu mujer frecuenta mi casa, ya me entiendes. Hasta te pudo decir con quien se acuesta, le conozco a él y aunque es un buen hombre, no está mejor que tu, físicamente hablando al menos. Pero eso, Pedro, les pasa a muchos hombres.
No me atrevía a ir a esa casa, pero deseaba ardientemente que mi amigo me pusiera en contacto con alguna de las mujeres que la frecuentaban y a ser posible, alguna amiga de la mía.
A los pocos días me lo encontré en la estación de Atocha y le expuse rápidamente mi anhelo. Me había decidido a ponerle los “cuernos” a mi mujer y quería que ella se enterase antes de llevarlo a cabo, por si lo quería presenciar en directo. Si tantos años había esperado, tampoco estaba dispuesto a realizarlo con hembras que no me calentaran a tope. Vamos, que mi mujer viera que su marido tenía más polla que con quien ella jodía y que sabía practicar el sexo de todas las formas habidas y por haber. Dejé a mi amigo todos los datos de las hembras que me gustaban y me dediqué a esperar la ansiada llamada. Al fin, una tarde, el hombre me llamó anunciándome el día y la hora de la cita.
En parte me alegré de poder concretar mi venganza de una vez, pero también me puse muy nervioso por ser algo que iba a hacer con otra mujer, después de casado, que no fuese mi esposa, desde que nos dimos el sí. Llegué a la casa del encuentro, donde también estaba citada mi mujer con su amante, con pasos vacilantes. Es más, incluso pensé en volverme y dejar toda esa historia, como si hubiese tenido una loca fantasía. Pero no me retuve, recordé a mi mujer engañándome, las noches de insomnio pasadas por su culpa, mis masturbaciones forzadas y todo eso se agolpó en mi mente, empujándome a esos brazos desconocidos que me estaba esperando. Desconocidos sexualmente, claro, porque la persona con quien me iba a acostar me conocía bien.

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– Quiero – dije al amigo de la casa – que mi actuación sexual la pueda ver cualquiera, por lo cual lo haré en el escenario que tienes para tales ocasiones.
Al entrar en la casa, el amigo me recibió con mucha amabilidad, con verdadera distinción. Yo creo que a él también le agradaba que yo me vengara. Me guió hasta un pequeño teatro preparado para el amor en directo. Su luz era tenue, la cama amplia para llevar a cabo la orgía, especial para revolcarse en ella loco de placer. Esperé solo mientras miraba detalle por detalle esa habitación del delito, del pecado hasta que, de pronto entró una mujer tal y como se la había pedido a mi amigo. Se dirigió hacia mí y me tendió la mano, saludándome. Me cayó muy bien, pues era una persona agradable y simpática. Creo que yo también le caí bastante bien, ya que se la veía cómoda.
– Me alegro – me dijo – que nos podamos conocer por dentro, ya que por fuera, por el exterior, cuando te miraba en el supermercado y observaba tu entrepierna, me volvías loca…. Tienes una buena polla, ¿verdad?
Yo ya no me podía volver atrás, so pena de caer en el ridículo y no sabía si desnudarme o si esperar a que ella tomara la iniciativa. No tuve tiempo de pensarlo dos veces. Amparo, que así se llamaba, se me acercó y me besó apasionadamente, metiéndome la lengua hasta la campanilla. Lentamente comenzó a desvestirme al tiempo que me besaba el cuello y la cara. Mientras lo hacía, se quitó la ropa de la parte superior del cuerpo y continuó con sus chupeteos hasta llegar a mi entrepierna. Mi polla, tiesa al máximo, acusaba mi excitación y ella, lentamente, se metió en la boca la mitad de mi sexo. ¡Cuantos años hacía que una lengua no visitaba mi capullo! Creo que ya no recordaba lo que era. Sin esperar y sin dejar que sus labios aprisionaran más mi polla, la acabé de desnudar, la senté en la cama con las piernas muy abiertas y arrodillándome ante ella, entre sus muslos, me lancé hacia su coño para comerle el clítoris, pero la muy puta me lo impidió ya que, tomándome con fuerza, cambió mi postura y echándome sobre ella fue entonces cuando se la clavé en todo el chocho, ardiente y jugoso.
Esa primera penetración fue brusca e inesperada frente al público, aunque todos iban a lo mismo, pero me llevó a otro mundo donde lo único que existe es la felicidad. El orgasmo llegó fuerte, pero no fue el único. Repetimos el delicioso acto cinco veces más, ese mismo día. Mi mujer falló a la cita, sin que diera una explicación a juicio de mi amigo satisfactoria. Estos encuentros se repitieron durante ochos días pero al cabo de los cuales, mi deseo sexual así como el de venganza, aún tenían algunos vacíos. Así pues, otra macabra idea se había adueñado de mi cabeza. Expuse a mi amigo y dueño de la casa, no sé si llamarla burdel, pues allí follan todo tipo de personas, incluso unos delante de otros, lo que pretendía hacer. Se trataba de citar a mi esposa diciéndole que un personaje importante deseaba poseerla, explicarle que el hombre lo hacía a las mil maravillas, pagaba muy bien pero que debía ser a oscuras para evitar ser reconocido. Él lo aceptó encantado.
Así fue como le contó a mi mujer que había un hombre importante, una máquina de follar en el sentido real de cantidad y calidad, pero imponía la cláusula de la oscuridad, la follada la llevaba a cabo a oscuras y en silencio, solo con palabras entrecortadas, para no ser reconocido y nadie revelara su identidad. Mi esposa, que al parecer no despreciaba ninguna novedad ni ninguna manera de ponerle los cuernos a su marido, estuvo totalmente de acuerdo y le dijo al amigo:

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– Perfecto, concierta la cita cuanto antes y ten la seguridad de que ese hombre repetirá, porque le voy a volver loco.
¡Vaya viciosa que tenía por esposa y yo sin enterarme! Naturalmente, el día y fecha señalados, me dirigí a la habitación designada, la mejor, donde para más guasa, era donde iba mi mujer a ponerme los cuernos con su amante y, con la luz apagada, esperé a que la puerta se abriera. Como es natural y para que no me reconociera en ningún detalle, me había puesto un buen bigote.
Me metí en la cama desnudo y al oír sus pasos tosí. Ella fue directamente en mi busca y al palpar mi cuerpo, se desnudó y se inició el besuqueo más ardiente que había tenido con ella en quince años de casados. Jamás, a pesar de habérselo pedido miles de veces, me había hecho lo que ahora mi cuerpo estaba experimentando. Me besaba, sin reparo, con todo su ardor, todas las zonas erógenas y me pasaba la lengua por todo el cuerpo, excitándome al máximo. Así, de esta forma, jamás habíamos jodido en casa. Siempre se caracterizó por una constante desgana sexual, que me llevaba a tener que correrme haciéndolo yo todo. En vista de la maestría que me estaba demostrando, estiré mi mano hasta coger su cabeza e hice que me lamiera desde el pecho hasta la polla, que tenía dura como una piedra. Una vez aquí, y como una perra en celo, se la metió toda en la boca, y eso que tengo un buen instrumento, y chupó desesperadamente hasta que lancé chorros de leche como un toro, mientras ella gemía diciéndome:
– ¡Déjame, déjame que me la trague! La tienes como la de mi marido de grande pero a él no le puedo hacer eso… me descubriría.
La verdad es que, al principio solo pensaba en la venganza, en encender la luz y putearla, pero esos besos y sus caricias fueron tantos y tan ardientes que pronto me puse otra vez tan cachondo que me dejé llevar por el deseo y el placer que todo aquello me estaba produciendo. Por primera vez en mi vida le eché tres polvos seguidos, a cuál de ellos más violentos, sin que ella me rechazara, todo lo contrario, quería más y más.
– Eres único – me dijo tendida a mi lado – De todos los hombres que he conocido en mi vida, y que han sido muchos, con ninguno he follado tan a gusto como contigo. Te ruego que volvamos a repetirlo, aunque me pagues menos…
Yo permanecí mudo, pero por dentro tuve una extraña sensación de triunfo, de éxito rotundo, de macho engañado por una viciosa puta, y recompensado con las palabras de reconocimiento de esa misma mujer, “santa y buena”, creía tener en casa. Me excitó otra vez y un cuarto polvo, ahora todo lo bestia que me fue posible, entró en su coño, que me parecía no reconocer. Se concertó otra cita a los diez días y todo transcurrió con absoluta normalidad, ella tan apasionada o más que la vez anterior. Me besaba con pasión, me la chupaba y yo me la jodí con todas mis fuerzas, hasta no poder más. Descansamos un rato y otra vez empezamos de nuevo. Cuando mi polla, totalmente endurecida, estaba metida en su boca todo lo que podía y tras chupármela un momento hasta a punto de correrme, se la sacó y me dijo con voz suplicante:
– ¡Por favor, por favor, me quiero tragar toda tu leche, llevármela conmigo como recuerdo para siempre…!

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Encendí la luz y… ¡se quedó de piedra! Se abrazó a mí llorando, reconociendo que nunca había sabido valorar al hombre que tenía al lado, prometió serme fiel hasta la muerte y entregarse en cuerpo y alma a nuestros hijos. Yo la perdoné pero sin olvidar, así que juré ponerle unos “cuernos” tan hermosos como los del mayor de los toros, si no cumplía su promesa.
Hoy seguimos nuestra vida habitual. He conseguido, gracias a las personas que me rodean, que el tema no haya pasado a más. Sin embargo, para mí, ya nada es igual. A mí alrededor veo a una mujer que me engañó.
Saludos.

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