No nos podiamos negar

Ahora están casados pero, lo que van a contar, ocurrió antes de terminar la carrera. Se cambiaron de piso para ahorrar y se hicieron muy amigos. Ella los ayudaba en muchas cosas y un día les pidió “un favor”

Pilar – Salamanca
Somos Pilar y Pedro, llevamos casados tres años y juntos más de cinco, en ese tiempo conocimos a muchas personas, pero antes de continuar describiremos como somos físicamente. Yo, Pedro, soy de mediana estatura, cabello oscuro, complexión fuerte, algo entradito en carnes. Pilar tiene unas caderas que resaltan su figura, pechos pequeños y una carita de niña.
Estábamos terminando la carrera cuando nos mudamos a un piso menos costoso, más pequeño pero más tranquilo, un lugar ideal para estudiar sin ser molestados, Allí conocimos a Begoña, una chica atractiva y muy simpática que vivía frente a nuestro piso. Begoña es algo más baja que nosotros, cabello claro y tetas más voluminosas que las de Pilar y ella fue nuestra salvación en muchos momentos de nuestra estancia en ese lugar, cuidaba de nosotros, procuraba que comiéramos bien, cuidaba el piso y a veces aparecía con algún aperitivo. Pero una tarde nos sorprendió con un favor que nos pedía a ambos, y mirándome a los ojos, me dijo:
– Me gustaría que Pedro me hiciera el amor, como lo hace contigo. Es un favor que os pido de corazón, ya que soy virgen y me gustaría conocer las delicias del sexo que solo conozco por televisión y lecturas. Ahora que os conozco y la forma como que me habéis tratado, me atrevo a pediros ese favor, aunque con esto no quiero interponerme en vuestra relación y menos perder vuestra amistad.
Bajó la mirada esperando una respuesta, me acerqué a ella, levanté su cara con una mano y vi sus ojos llorosos y avergonzados. Entonces tomé a Pedro de las manos y lo llevé a la habitación para conversar y acordamos, aunque un poco indecisa, aceptar siempre y cuando yo
estuviera presente.
Volvimos a la sala y le dijimos que sí. Al oírlo Begoña, se le dibujo una sonrisa en el rostro. Por decisión de ella, el lugar sería nuestra habitación, que la decoró en color blanco, sábanas, cubrecama, cortinas, etc. Como tenía las llaves de casa, lo había encargado de todo.
El día acordado llegamos del trabajo y encontramos una nota junto a una ropa de dormir bastante sugerente por cierto, en color blanco, que sería nuestro atuendo. Nos duchamos y una hora después, Begoña llamó a la puerta y entró. Llevaba puesta un camisón blanco y semitransparente se notaba que debajo no llevaba más que un diminuto tanga. Pedro, entonces, la tomó de la mano, la llevó a la habitación, mientras yo preparaba una fuente de fresas, que es la fruta que le encanta a Begoña. Pedro hizo sentar a Begoña en la cama, le quitó las agujas del cabello para soltarlo. Lo llevaba largo, pasados los hombros. Se arrodilló en la cama detrás de ella y empezó a besar su cabello, buscando sus orejas y su cuello. Debía estar muy caliente porque su respiración era entrecortada y jadeante.
Pedro le sacó el camisón, mientras la besaba. Después la tumbó en la cama mirándose frente a frente. Se reclinó sobre ella y empezó a explorar cada centímetro de su piel desde el cuello, la barbilla, los pechos, bastante más voluminosos que los míos, y su vientre. Begoña a estas alturas estaba caliente como una gata en celo.

Tengo que reconocer que ver aquel cuerpo retorciéndose de gusto, ver a Pedro recorriéndolo con la lengua era todo un espectáculo.
Pedro llegó a su vientre y fue bajando despacito, le arranco el tanga y dejo al descubierto un precioso chocho depilado y palpitante y empezó a lamerlo, mordisquearlo, chuparlo y consiguió que Begoña tuviera su primer orgasmo. Yo me acerqué y chupé sus tiesos pezones, parecía que aquello le gustaba pues susurraba:
– Sigue, sigue, sigue…
Entonces puse una fresa en boca de Begoña y otras a lo largo de su vientre, mientras Pedro se desnudaba. Vi que Pedro tenía una erección tremenda y de su capullo salía ese hilillo inconfundible que precede a una buena corrida. Tomé una fresa, la froté sobre la polla de Pedro y se la ofrecí a Begoña, que sin pensárselo se la metió en la boca, empezando una torpe, pero apasionada mamada.
Si bien es cierto, que a los pocos minutos la mamaba como una experta. Tomé otra fresa, la metí en el chocho de Begoña, que no pudo evitar un escalofrió y le dije a Pedro que se la comiera. Se pusieron en la posición del 69 y empezaron a comerse mutuamente. Estaban como locos, Begoña no paraba de correrse y me pareció ver que a Pedro le quedaba poquito para soltar su leche. Le dije a mi chico que parara y entonces Begoña desesperada dijo:
– ¡Necesito una polla en el coño, ahora, ahora, quiero que me folles!
Como ella era la reina de la noche Pedro se colocó sobre ella y empezó a penetrarla despacio. Begoña gritaba, se retorcía, pero aquella polla que ella deseaba seguía su camino sin importarle sus quejas. Hizo un poco más de fuerza y terminó por desvirgarla junto a un grito ahogado de dolor, que se fue apaciguando conforme entraba el resto del pedazo de carne que ya no era exclusividad mía.
Con un poco de celos vi como Pedro disfrutaba al tener una virgen para él solito, empezando el juego del metisaca, rápido y violento como a mí me gusta. Tras un rato de bombeo cambiaron de posición y la hizo poner a cuatro patas sobre la cama y le empezó a penetrar el coño por detrás despacio, disfrutando cada milímetro de su estrecha cueva que aprisionaba su rabo. Pedro ya no podía más, sacó la polla e hizo tumbar a Begoña sobre la cama. Le colocó una rodilla a cada lado de la cabeza y le dijo:
-Ahora vas a comerme los huevos y cuando me corra, quiero que te bebas
toda mi leche.
Begoña obedeció y le masajeaba y chupaba los huevos con pasión, entonces Pedro le metió la polla en la boca y se corrió como un cerdo. Parecía que Begoña se ahogaba, pero la muy putita no dejo escapar ni una sola gota. Se relajaron y Begoña sonriendo dijo:

– Sentí un dolor y como se desgarraba la carne dentro de mí, pero pasado esto, el placer fue tremendo.
Esta confesión me calentó y me acerqué a Begoña, abrí sus piernas y la visión que me brindaba era preciosa, su coño brillaba del néctar. Tenía unos labios rosados abiertos por la faena. Pedro me acompañó a limpiar con nuestras lenguas y bocas, la estrenada sexualidad de Begoña.
Estábamos los tres recostados cuando Begoña se incorporó, arrodillándose frente a nosotros, tomó el aún dormido miembro de Pedro, se lo meneó de un lado a otro pues quería hacerlo despertar pero yo, mirándola, le dije:
– ¿No te apetece chuparlo?
Begoña empezó a besarlo, luego se lo metía todo en la boca y lo volvía a sacar y así, poco a poco se fue endureciendo. La tentación era irresistible y decidí acompañarla en la mamada. En eso ella me miró y dijo:
– ¿Todo esto me ha entrado? Es grande. No puedo creer que todo eso haya soportado mi cuerpo, con razón sentí el desgarro dentro de mí.
Ya con la polla bien tiesa, Begoña se sentó sobre ella colocándosela en la entrada de su coño y poco a poco fue bajando hasta metérsela entera y luego cabalgarlo como una experta. Paró un rato, me miró de frente y dijo:
– Quiero que complete la faena, lo quiero también por atrás.
La miré y le pregunte si estaba segura, a lo que Begoña añadió:
– Ya sé que duele, la primera vez duele, pero lo quiero.
– ¿Estás segura? – repetí.
Ella asintió con la cabeza y entonces, tal y como estaba ensartada por Pedro, le metí un dedo en el coño, junto con la estaca que lo llenaba, lo saqué todo húmedo y se lo metí por detrás, por ese agujerito que quería ser ensartado. Empecé a meter y sacar, luego metí dos y el resto se lo dejé a Pedro, que tenía el brillo de lujuria en sus ojos. Pero no le dio tiempo, fue ella quien se separó de Pedro y trató de clavarse ella misma la polla en el culo sujetándose de los hombros de Pedro pero sin lograrlo. Yo, viendo lo que quería hacer, la ayude, cogí la dura herramienta de mi amado y la guié, cogiendo las caderas de Begoña, hacia su destino. Pedro no podía hacer mucho, Begoña tenía el control de esa especial situación.
Ella hacía esfuerzos para hacer entrar la verga en su pequeño agujero y dio un grito cuando entró la cabeza como un corcho en ese estrecho orificio. Pedro también gritaba y en ese momento, cuando Begoña quiso escapar de su captor, perdió el equilibrio y de un solo tirón su culo quedó atravesado por ese pedazo de carne. Dio un grito fuerte de dolor, acompañado de una lágrima que corría por su mejilla, la cual sequé con mis labios, haciéndola calmar. Tenía una expresión de dolor que fue pasando a medida que su cuerpo aceptaba al invasor, cediéndole paso a la dilatación. Pedro la tomó de la cintura y la levantó un poco para tener mayor movilidad, sacó despacio su polla, dejando la cabeza dentro, y volvió a metérsela.

Ella se quejaba pero ya no tanto mientras él seguía con el metisaca en esa posición hasta correrse, dentro con fuerza.
Begoña quedó rendida, se quitó esa daga que la tenía presionada y salió un chorro de leche.
Entonces Pedro, me miró y dijo:
– Ahora no puedo folla, pero te voy a comer el coño hasta que no puedas más, creo que ahora te toca a ti disfrutar.
Después de eso hemos seguido nuestras sesiones juntos.
Besos de los tres.