Relato erótico

Herramientas para el placer

Charo
30 de julio del 2019

Estaba aburrida y de pronto le entraron ganas de ir a un sex shop. Era la primera vez que iba y se sorprendió al ver todos los artilugios que había para satisfacer, tanto, a hombres como a mujeres.

Elena – Valencia
Medía un metro setenta y uno y tenía unos pechos grandes que a duras penas conseguía disimular bajo grandes jerséis en invierno y blusas en verano. Sus labios eran gruesos y perfilados y los pocos hombres con los que había probado las delicias del sexo oral, habían alabado su forma de hacerlo. Pero eso ya no le bastaba.
Aquel día, quizá en plena subida de hormonas, quizá en un ataque de locura, decidió entrar en una tienda especializada en sexo y buscarse algo con lo que divertirse. Al principio le dio algo de vergüenza. Era verano y hacía calor. O quizá es que se sentía algo intimidada por la mirada insistente del vendedor. El hombre, el vendedor, era alto, moreno y tenía el pelo algo largo. La mirada azul, clarísima, me estaba observando de arriba abajo. No terminé de decidirme.
– Creo que andas algo perdida – me dijo de pronto
Seguro que enrojecí hasta la raíz del cabello, pero encontré fuerzas para responder:
– Es que busco algo para hacer una broma y…
– Me llamo Rodrigo – me cortó sonriendo – Muchos vienen con esa excusa… no te preocupes, todos hemos tenido fantasías alguna vez… no solo es bueno darles rienda suelta, sino que creo que eso nos ayuda a conocernos mejor.
Me sentí mucho más tranquila, aunque mi impaciencia aumentó cuando vi que cerraba la puerta con pestillo mientras me decía:
– Te sentirás más tranquila si hablamos sin miedo a interrupciones, luego sales por la puerta trasera, si quieres, pues nadie sabe que es de esta tienda – suspiré aliviada y él siguió:
– Veamos, ¿qué es lo que buscas?
No me atreví a responder. Pero pareció adivinar. Bajó su mirada, ahora clavada en mi pecho, abundante, y sentí una creciente excitación. La situación, imagino, unida a su atractivo, su desinhibición y su aparente experiencia, era la causante. Me hizo señales, me llevó a un apartado de la tienda y me enseñó una serie de consoladores de diferentes tamaños y formas. Algunos eran una imitación perfecta del miembro, algunos incluso eyaculaban una especie de líquido igual que el semen, otros eran transparentes, doblados, de forma que uno podía darse placer anal y vaginalmente. Pero lo que más me impresionó fue un aparato que estaba en una pared. Era una reproducción humana muy bien hecha, casi perfecta, y estaba provisto de dos pollas, gruesas y grandes. Al quedarme mirándolo, advirtió que ignoraba su funcionamiento. Me explicó amablemente. :
– Es muy fácil, he vendido varios, y está hecho de un plástico genial. -Lo malo es que con eso no se necesita ningún hombre.
Solo imaginar lo que podría hacer con eso y que alguien me mirara, la sangre se me encendió. Supongo que él notó el calor que mi cuerpo irradiaba, porque me propuso que buscáramos lo mío. De pronto, le vi acercarse mucho a mí, musitando que me deseaba desde el primer momento en que me vio. Sabía que debía negarme, que aquello no era normal, pero una especie de ansia incontenible me obligó a aceptar su lengua en mi boca. Hundí la mía y él, con algún gemido, se alegró de mi respuesta. Su lengua lamió mi cuello, mientras sus manos se aferraban a mi pecho, enfervorizadas. Me pellizcó varias veces los pezones, obteniendo respuesta.

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– ¡Eres una hembra formidable y me gustaría joderte hasta que caigas rendida! – me dijo.
Eso aún me excitó más. Me hizo señas de que no me moviera y sacó de otra habitación una especie de camilla de cuero negro, algo levantada en la parte del cuerpo. Estaba provista de dos apoyos para las piernas, bastante separados, como en una consulta ginecológica. Lo curioso es que, aunque creo que debería haber sentido miedo, lo que me daba todo aquello era un morbo increíble. Me dijo que iba a probar lo que necesitaba exactamente mi coñito. Con esas palabras exactas.
Sin rechistar, vi como se desvestía y mostraba ante mí una fenomenal erección. Sus inequívocas señales me indicaron que quería que se la chupara. No me lo pensé dos veces. Me arrodillé y la tomé en mi mano. Acto seguido la lamí de abajo a arriba, pasé a los huevos y volví a lamerle. Esta vez, cuando llegué a la cima, me la introduje en la boca. Hasta el fondo de la garganta. Cuando vio aquello se maravilló y me acarició los labios con brusquedad, diciéndome que eran muy sensuales. Le miré desde aquella posición y me lancé a un frenético chupeteo que parecía de su agrado. Cuando notaba que sus venas se hinchaban, succionaba como si se tratara de un biberón, a veces solo la punta, otras toda, y volvía a chupar insistentemente. A veces la dejaba en mi boca y me dedicaba a juguetear con mi lengua, hasta que me pidió que parara, que ahora llegaba mi turno.
Me levanté. Me quitó la camiseta que llevaba y se deshizo de los sujetadores. Chupó con delicia mis pezones erectos, hasta que palmeó la camilla, indicándome que subiera. Le obedecí sin rechistar. Estaba demasiado enardecida. Me sentí algo indefensa allí arriba, con las piernas tremendamente abiertas, enseñando mis braguitas a un desconocido. Pero no las iba a llevar por mucho tiempo. Tras sujetarme las piernas, recortó las sujeciones y cayeron al suelo. Yo podía verle por el hueco que quedaba en mis piernas, pero quería que disfrutara al máximo. También me ató las manos y colocó un espejo anchísimo junto a nosotros, de forma que yo podía ver exactamente lo que me estaba haciendo. Mi trasero colgaba libre, casi fuera, y me parecía que todos mis agujeros se habían hecho pequeñísimos bajo su mirada. Él lo supo y dijo suavemente que sabía que era virgen y que no sabía cuánto le excitaba eso. Le vi acercarse a mi coñito con una brocha y una maquinilla de afeitar. Comentó que iba a prepararme.
Haciendo caso omiso de mi humedad, procedió a quitarme todo el vello que consideró superfluo y que fue poco. Dejó mis labios tersos, mi clítoris totalmente libre y tan solo un pequeño triángulo sobre mi pubis. Era increíble la sensación de notar sus dedos suaves quitándome la espuma afeitadora. Cuando terminó se apartó para que lo contemplara. Dijo que era tan hermoso que daban ganas de besarlo. Sin que mediara tiempo, introdujo su lengua en mi interior, moviéndola rápidamente mientras con sus labios se dedicaba a succionar mi clítoris. Me corrí bestialmente cuando a su boca siguieron sus rítmicos dedos. Según él, ya estaba más que lubricada para empezar la prueba. ¿Qué prueba?, pensé. Se fue a la vitrina cercana y vi que tomaba varios consoladores de diferentes tamaños. ¡Quería que fuera probándolos todos hasta que encontrara el de mi medida!

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Gemí cuando imaginé el suplicio que iba a contemplar a través del espejo. Como ya me había derramado varias veces, él procedió a recoger los líquidos que caían de mi coñito limpio de vello y empapaba el artilugio. Sin mediar palabra, fue metiendo uno bastante pequeño, del tamaño de un tampón. Veía como iba desapareciendo, engullido por mis labios.
– No, este es demasiado pequeño, ¿verdad?
El siguiente era muy diferente. Tenía el tamaño de una polla, exactamente igual, con la punta hinchada y abierta en un espectacular orificio.
– Este… este les encanta a las zorritas como tú.
No podía moverme. Yo solo veía aquel falo de enorme punta que se acercaba a mi coñito. Rodrigo fue muy suave. Antes de introducirlo, me ayudó a abrirme con sus manos. Con una mano abrió mis labios y con la otra mi agujero aún virgen de aquellos aparatos. Metió dos dedos dentro de mí, empujando mi himen hasta que sentí que se desgarraba. Cuando grité, Rodrigo me besó, introduciendo su lengua en mi boca, mientras notaba como me introducía más dedos. Volví a gritar, pero esta vez se me ahogó en la garganta. Empecé a moverme para poder correrme, pero él no me dejó.
– Vamos a probar con otra cosa antes de meterte esa enormidad, cariño. Primero quiero probarte.
Fue endiabladamente bueno. Se cogió la polla y empezó a restregar su capullo por mis labios, recogiendo todos mis jugos e introduciéndolos levemente de nuevo. Lo mejor fue cuando me masajeó el clítoris con la punta. Me corrí de nuevo y de pronto, con una embestida brutal, entró en mí. Se pegó a mi cuerpo y noté sus huevos golpeando en mi culito, que ahora se estaba distendiendo, ya más calmada y excitada. Estaba abierta para él, sin ningún impedimento, y él era magnífico metiéndose hasta el fondo y moviendo las caderas de forma que su polla inundaba todo mi cuerpo y rozaba, rotativamente, en las paredes de mi vagina. Sus dedos seguían tocándome, así que mis gemidos tenían que oírse desde la calle, pero no me importaba. De pronto paró. Estaba totalmente encharcada y su polla inundada de mí, pero no estaba dispuesto a renunciar a su juego.
Noté que me ponía algo fresco, que deduje que era una crema. No hacía falta, solo notar su dedo insidioso ya notaba que iba mojándome. Confirmé mis sospechas cuando me llevó hacia un sitio y me dijo que me tendiera. Era aquel aparato que había visto. Le obedecí.
Era una postura incómoda. El tablero era delgado y tenía que soportar mi peso. La postura era algo humillante, con las manos atadas y los pies, ofreciéndome, con los pechos colgando, pero no me importó. Me dijo que cuando me hubiera corrido tres veces, tendría una sorpresa. Se ausentó. O eso creí. No tardó en volver. Me dijo que iba a prepararme. Noté que estaba detrás de mí. En aquella postura lo tenía fácil para hacer cualquier cosa. Sus labios calientes se posaron sobre los pliegues de mi sexo.

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Su lengua lamió toda mi piel, desnuda para él. La punta, insidiosa, rozaba cada milímetro con estrategia estudiada a conciencia y yo notaba que la excitación crecía en mi interior por momentos. Parecía que tuviera un volcán en el vientre. De pronto sus dedos, suavemente, separaron mis labios y tejió una alfombra de saliva sobre mi clítoris. Gemí cuando lo noté. Su boca pasó a abarcar toda la superficie, chupando como si fuera un dulce helado que deseara con ansia. Oyendo el ruido de sus chupetones y sintiendo la estimulación de su lengua, creí que moría y así me sorprendió un primer orgasmo. Paró un instante.
– Ahora que ya estás preparada, mi amor, vamos a probar mi juguete.
Estaba detrás de mi, manejando los artilugios. No necesitaba esforzarse para que la polla que debía penetrarme en la vagina entrara. Yo misma notaba que mi corrida tan bestial se estaba derramando. Aún así fue tan lento, tan pausado, que creía que me moría. La colocó justo a la entrada. A pesar de haber sido llenada abundantemente el día anterior, notaba, que el diámetro de la verga era grande, bastante, y pensé que quizá él la había cambiado. La dejó a la entrada, rozándome, pero sin penetrarme. Si movía un ápice de mi cuerpo o mis caderas, podía metérmelo, pero tenía que ser un todo. Mientras él lo dejaba allí, con la punta muy ligeramente introducida, procedió a dejar el resto listo. La yema de sus dedos recogía ahora mi flujo en abundancia y lo colocaba en mi culito. Metió un dedo hasta dentro, llenando mi trasero, abierto a medias, de la humedad de mi cuerpo.
Cuando se consideró satisfecho, puso en su lugar lo que quedaba. La verga que había de follarme por el culo estaba dispuesta a la entrada, también. Quedaba el pequeño apéndice. Rodrigo, muy lentamente, conteniéndose, lo cual me ponía a mil, lo enderezó. Noté que separaba mis labios y buscaba. Me tocó en un punto y di un respingo.
– Vaya, con que es ahí…
Me pareció que sonreía y noté una leve presión sobre mi clítoris. La fiesta estaba a punto de empezar. Musitó unas palabras de tranquilidad y oí un chasquido que me anunciaba que iba a ponerse en marcha. Muy poco a poco, muy despacio, el muñeco se estaba “agachando”.
Una mano, de Rodrigo, abrió mi boca. Su polla fue a parar en ella, mientras oí que decía:
– ¡Empieza el espectáculo!
Un ruido nuevo y todo empezó. El mecanismo, listo, se puso en marcha. ¡El que había inventado aquello sabía lo que hacía! Un mete y saca delicioso me inundó.
¡Que magnífico regalo! Pero no era todo. Alguien estaba delante de mi. Alguien estaba abriendo mis labios. Una segunda polla se estaba clavando en mi interior, por el coño, mientras notaba que apoyaba sus piernas sobre las mías, que estaban abiertas. Y tampoco fue todo. Una tercera se coló en mi boca. Unas manos fuertes sujetaron mi cintura y me hacían seguir el compás. Otras me tomaron las manos. En cada una tenía una verga igual de hinchada que las que me llenaban. Con semejantes malabarismos tardé poco en sentirme de nuevo atravesada por el placer del clímax total. Notar que me corría y empujar más fuerte, era todo uno, deleitándome.

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Mis senos eran halagados por expertas manos y bocas, que no sabía de quien eran. Ni cuántos eran. Mientras yo intentaba darles a todos el mismo placer que recibía, me quitaron la venda.
Cuando me acostumbré, divisé lo que sucedía. Estaba sentada sobre un hombre que yacía en una camilla. A la altura de esta, otro, guapísimos ambos, me estaba regalando su mejor dureza. Sus dedos se metían entre ambos, haciendo vibrar mi centro.
Rodrigo estaba de pie delante de mi, con su polla profundamente incrustada en mi boca, con los ojos semi cerrados, casi exultante de placer, y a cada lado, dos más. Los dueños de las pollas que tenía en la mano masajeaban cada uno mis pechos y con la boca me provocaban espasmos. Creí que me iba a desmayar, pero Rodrigo me dijo que ni me atreviera antes de la sorpresa final. Cambió su posición con el que tenía dentro de mi vagina. Sentí que me abandonara la boca, aunque fuera por un instante. Rodrigo, entonces, dijo que o todos a la vez o nadie se corría, así que noté que todos aceleraban el ritmo. Yo nada podía hacer. Fue una explosión perfecta, simultánea. Todos rugieron salvajemente, pero creo que mi grito les superó.
Rodrigo se corrió dentro de mi, abundantemente, con fuerza, salpicándome toda, como una fuente. El que me tomaba por el culo, pareció ensancharse bestialmente, hasta que creí que me lo rompería, para acabar, como un surtidor, llenándome de su leche caliente. Los demás se corrieron sobre mis pechos y el que tenía en mi boca, lo hizo dentro, casi ahogándome, llenándome la garganta, la boca, la cara, los ojos. Estaba llena de leche por todas partes. Cuando todos salieron, recuerdo que empezaron a restregar la leche por mi cuerpo, suavemente. Luego recibí tantos besos y abrazos que me sentí querida, adorada e incluso amada. Y quise a todos por igual. A veces el sexo más bestial encierra el amor más profundo y cuanto más profundo sea… mejor.
Un beso

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