Relato erótico

Mi primera infidelidad

Charo
9 de octubre del 2018

Su marido tiene una empresa de ingeniería que funciona muy bien. Llevan una buena vida y es normal que tengas que acudir a cenas de negocios. Aquella noche celebraban el buen funcionamiento de un buen proyecto y fueron a cenar a un importante hotel de la ciudad.

Mercedes – Madrid
Primero me presentaré, me llamo Mercedes, tengo 36 años y dicen que soy una mujer atractiva. Mi marido se llama, Eduardo, tiene 42 y tiene una empresa de ingeniería. Vivimos bien y por motivos de trabajo, tenemos muchos compromisos sociales.
En esa ocasión, mi marido me pidió que lo acompañara a una cena-baile, con la que culminaba un importante negocio. Sin especial ánimo, accedí a acompañarlo, pensando en que sería otro de esas reuniones en los que juego el papel de una simple muñequita bonita que sonríe y acompaña a su marido.
Me puse un vestido azul tenue. El cual, dejaba al descubierto mi espalda y cubría mis pechos con una tela tan fina, que se notaban mis pezones embelleciendo su anatomía firme y sensual. El escote era pronunciado, prácticamente hasta la cintura. En esa parte, el vestido se cerraba con un delicado mecanismo, del cual, dependía que se mantuviera toda la prenda en su lugar. No me puse bragas, solo una finas pantimedias, por supuesto, me puse unos zapatos de tacón de alto.
Estaba concentrada en mi tarea, cuando noté la mirada de Eduardo, el cual, al verse descubierto, me dijo con voz grave:
-Mercedes, eres la mujer más hermosa que he conocido. Llevo 10 años viviendo contigo y me sigue turbando tu sensualidad. Tus movimientos, tus expresiones, tu feminidad. Me tienes loquito.
Me gusta cuando me dice estás cosas y le quité importancia, diciéndole que era él que me veía con buenos ojos.
Salimos, Eduardo me abrió la puerta para subir al coche. Al llegar al hotel, me di cuenta que al chico que nos aparcó el coche, casi le cae la baba mirándome-
Ya estaban los invitados en las mesas del restaurante del hotel. Hablaban animadamente, cuando empezaron las presentaciones. No puedo negar que, sentí las miradas de muchos en mi cuerpo, cuando me quité el abrigo para sentarme.
Miguel, un ingeniero y amigo de mi marido, con una seguridad que me encanta en los hombres, comentó:
-Eduardo, me habían comentado que tenias una mujer muy bonita, pero creo que se quedaron muy cortos en la descripción. Te felicito y, por supuesto, te envidio.
Indudablemente, ese hombre maduro, pulcro y educado, evocó unas ligeras palpitaciones en mi clítoris, que me son tan familiares, cuando percibo esa corriente de sensualidad y afinidad por un hombre. De inmediato, empezó ese juego delicioso de la mutua atracción. Las miradas, los acuerdos implícitos, el roce de las manos, el brillo de los ojos colmados de pasión contenida, las palabras llenas de promesas encubiertas.
Poco a poco, me empecé a excitar. Las copas, las miradas de lascivia que despertaba mis pechos que se dibujaban a través de la delgada tela de mi vestido, mi espalda y mis piernas, que lucían hermosas a través de la generosa abertura, cargaban el ambiente de sensualidad, que me fue imposible impedir la secreción de mis jugos vaginales.

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Después de la cena, los invitados, estimulando la camaradería, invitaban a unos y otras a compartir el baile, la charla y las copas. Miguel se puso de pié y se dirigió a nosotros diciendo:
-Eduardo, me encantaría invitar a tu mujer a bailar ¿te importa?
-Por supuesto que no, si Mercedes acepta, no hay inconveniente.
Sentí una corriente de placer que recorrió todo mi cuerpo, cuando Miguel me puso sus varoniles manos en mi espalda. Me acercó hacia él y pude percibir un delicioso aroma de loción masculina. Estaba verdaderamente excitada. No pasó mucho tiempo cuando sentí en mi vientre su poderoso instrumento. Con movimientos suaves y delicados, moví mi cuerpo para estimular, con disimulados roces, su pene erecto.
Mi respiración se aceleró cuando me dijo al oído:
-Mercedes, eres una Diosa, querida. Me haces temblar.
En ese momento, subiendo mis manos para abrazarle por su cuello, le dije:
-Querido, ya te has dado cuenta de que no llevo ropa interior, y, evidentemente, tú también me excitas, amor. Luego, expresé ese suave ronroneo, que me sale sin querer cuando me siento ardiendo.
La música seguía y Miguel empezó a besarme, delicadamente y de manera fugaz, en los lóbulos de mis orejas. Como he comentado, eso me provoca sensaciones deliciosas. No tardaron en llegar los pequeños orgasmos, que en cadena, se suceden cuando he llegado al límite de la excitación. Por supuesto que se dio cuenta, cuando no pude evitar los inevitables temblores de mi cuerpo. Me atrajo hacia sí, acariciándome mi espalda desnuda y, con su voz grave, halagó mi feminidad, susurrándome palabras cargadas de un profundo erotismo:
-Tienes un cuerpo hermoso, Mercedes, eres sensual, te deseo, estás hecha para el amor.
Estaba en ese éxtasis, cuando se acercó Isabel, una amiga de nuestra familia, y me dijo al oído:
-Mercedes, estás dando el espectáculo, además de Eduardo, tienes a todos como hipnotizados viendo cómo te abrazas con Miguel, creo que solo esperan el momento en que empiecen a follar en la pista de baile. Se al menos un poco recatada, por favor.
Miré a los de la mesa y noté el evidente el nerviosismo de mi marido. Luego, me dirigí a Isabel y le comenté:
-No te preocupes querida amiga, las escenas de amor no dañan a nadie. Tomé a Miguel de su mano y lo invité al pasillo del hotel, que se encuentra contiguo a los aseos. Ahí, le ofrecí mis labios que temblando reclamaban ser besados. Él, tiernamente me separó la tela del vestido y liberó mis pechos, y comentó:
-Tienes unas tetas divinas –y empezó a acariciarlas y besarlas como poseído.
En ese momento, llevé mi mano a su entrepierna y le acaricié su erecta polla, que se erguía enorme debajo de su pantalón. Sentí su temblor en cuanto le puse mi mano en su instrumento viril.

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Al ver que en ese lugar pasaban algunas personas, las cuales sorprendidas, disimuladamente giraban la cara, le sonreí y me dirigí al baño de los hombres. Entré en uno de los cubículos, cerré la puerta y, sin más preámbulo, le abrí el cierre del pantalón. Al mismo tiempo, desabroché mi vestido y le ofrecí la visión de mi desnudez. Ante mi acción, quedó boquiabierto y comentó:
-Nunca me imaginé que hoy iba a conocer a la mujer más hermosa que mis ojos han visto.
No le respondí, así desnuda, tomé su polla entre mis manos y, lentamente, me agaché para colocar en él mis turgentes labios.
Durante algunos minutos, le ofrecí al excitado Miguel, las suculentas mamadas que, de acuerdo con mi experiencia, enloquecen a cualquier hombre. No tardó nada en correrse en mi boca. Mi lengua, llena de su semen, distribuía sus fluidos a través de mis labios. Seguí chupando su polla, hasta que su tamaño disminuyó lentamente. En esos momentos solo escuchaba los apagados sonidos graves que caracterizan a los orgasmos masculinos.
Luego, me senté en el wáter, me quité las medias y le ofrecí el espectáculo con las piernas abiertas. Los labios de mi sexo, alentaban a Miguel a colocar su lengua en ellos. Divinamente, me empezó a acariciar, primero lentamente y luego con profundidad. Recorrió mi clítoris que se inflamó y, después de nuevos orgasmos, le supliqué que me penetrara. En esa posición sentí su enorme verga, maravillosamente recuperada, que se introducía lentamente en mi vagina.
No me importó si había en ese momento hombres en el baño. La verdad, es que no pude disimular los gritos y expresiones de inmenso placer, al sentir el clímax con una serie de orgasmos que, no recordaba haber sentido antes.
Todavía sintiendo las sensaciones que te quedan después de un delicioso orgasmo, me colocó sobre él y así, me monté sobre el espléndido miembro erecto. Sentí como me llenaba la totalidad mi caliente chocho. Plenamente lubricada su polla, se movía de arriba a abajo, mientras que mis tetas, firmes, temblaban ofreciéndole la oportunidad de intensificar la experiencia.
No tardó en tomarme de la cintura y con una fuerza, que en ese momento me pareció otra placentera muestra de su virilidad, me colocó en la posición “de perrito” y sin más, me introdujo su falo, acariciándome al mismo tiempo mis redondeadas nalgas.
No sé cuánto tiempo estuvimos follando. Una vez que nos sentimos plenamente relajados y satisfechos, nos vestimos y me dio un profundo beso. Le agradecí la maravillosa experiencia y, por supuesto, insistió en que nos volviéramos a ver.
Tornamos al salón. Mi marido me miro y me preguntó:

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-Aquí estás amor, estaba preguntando si alguien te había visto. ¿Te pasó algo querida?
En ese momento Miguel se adelantó y le dijo a mi marido:
-Por supuesto que no, me atreví a secuestrar a tu mujer para enseñarle unos cuadros de arte moderno que exponen en el lobby del hotel. ¿Verdad que te gustaron Mercedes?
Le respondí:
-Me encantaron, cada uno de ellos me pareció una profunda y exquisita expresión de pasión y sensibilidad. Me encantaría continuar ahondando en ellos.
Volvimos a casa. Me di cuenta que iba sin medias, totalmente desnuda por debajo del vestido y con mi recuerdo de la exquisita experiencia de infidelidad que acababa de tener con Miguel. Mi chocho guardaba los restos de su semen, el cual, poco a poco se incorporaba a mis tejidos corporales y su recuerdo, se hacía imborrable en mi mente.
Fui mi primera infidelidad, pero no la última. Besos para todos vosotros.

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