Relato erótico
Polvos mágicos
Más que novia era una “follamiga” y habían quedado para verse. Vivian en distintas ciudades, pero de vez en cuando se encontraban y echaban unos buenos polvos. En aquella ocasión, vivieron nuevas experiencias.
José – Zaragoza
Quiero compartir con todo el mundo el último polvo que eché con mi chica. En realidad tampoco es novia, sino lo que ahora se conoce como “follamiga”. Ella no está hecha una sílfide, es más bien gordita, con unas tetas enormes y redondas, un gran culo, y unas piernas anchas y poderosas. Nos conocemos desde hace algo más de un año, y en este tiempo nos hemos visto unas seis o siete veces; no han podido ser más porque vivimos en dos ciudades a varios cientos de kilómetros de distancia.
La última vez que quedamos fue hace quince días. Vino un fin de semana a mi ciudad, Zaragoza. Nos habíamos citado en un centro comercial que está a la entrada, a la hora que salía yo de trabajar.
Estaba bastante contento porque hacía meses que no la veía, y llevaba toda semana pensando en las guarradas que le haría. Nos dimos un beso al encontrarnos en el centro comercial, rápido y casto. Tomamos algo en un bar, pero en seguida nos encaminamos a mi casa. Ambos estábamos ansiosos por disfrutar el uno del otro, aunque sospecho que yo tenía más ganas. Una vez en mi piso, no empezamos inmediatamente a enrollarnos; antes ella dejó sus cosas y le saqué una cerveza de la nevera.
Me había imaginado el encuentro varias veces, y me parecía morboso darme una ducha antes de empezar a hacer cualquier cosa, y salir con el pelo mojado y una toalla en la cintura.
– Voy a ducharme, mientras tanto ponte la tele, o puedes entretenerte con el móvil –le dije.
– Vale, vale, no te preocupes.
Me duché pensando en lo que en unos minutos íbamos a hacer, y la polla empezó a reaccionar. Terminé y me sequé, poniéndome la toalla en la cintura, como decía. Entonces salí del cuarto de baño, y me encaminé a mi habitación con naturalidad. Ella estaba sentada en el sofá, trasteando con su iPhone. Lo que más morbo me daba es que me encontraba medio desnudo, tan sólo con una prenda sobre mi cuerpo, estando ella delante, con quien, aunque me he acostado varias veces, tampoco tenía tanta confianza. Pero la situación parecía de lo más normal, como si fuéramos una pareja que llevase muchos años juntos, como si me hubiera visto salir de la ducha miles de veces. Entré en mi habitación mientras ella seguía atenta a su móvil, pero yo no quería vestirme. De modo que salí y me senté a su lado, pasándole un brazo por los hombros. Me acerqué a su cuello, noté el calor de su aliento, y dejó su teléfono.
Mi erección se notaba bajo la prenda, pero ella no parecía haberse dado cuenta.
– Sólo llevo una toalla puesta… -le susurré al oído.
– Jajaja, no, venga, vístete y vamos a cenar -negó en un primer momento.
Pero yo estaba más excitado que hambriento, y no me iba a rendir tan fácilmente.
– Va, mira –dije, señalándole el bulto en la toalla.
Ella se echó a reír y se lanzó sobre mí, buscando mi boca. Después de todo, fue ella la que se rindió antes.
– Vamos a mi cuarto –le indiqué.
Allí la abracé, y me quitó la toalla mientras nos besábamos. Me quedé desnudo y erecto frente a ella, que se tumbó en mi cama quitándose la camiseta. Tumbado a su lado, la fui desnudando; primero las zapatillas y los calcetines, luego el pantalón, y por último sus grandes bragas negras. Se quedó únicamente en sujetador. Vi aparecer ante mí su bonito sexo: la última vez que estuvimos juntos, tenía un poco de pelo encima de la vagina; pero esta vez se encontraba completamente afeitado. No había ni rastro de vello púbico, lo que lo hacía más apetecible todavía.
Ella jadeaba deseando que le pusiera la boca ahí, pero no se lo iba a dar tan fácilmente. Yo también me moría por comérselo, mas quería prolongar el placer, y que ella se excitara más y más. Le di un beso en el monte de Venus, a lo que ella respondió con un “ahhh”. Bajé acariciando con las dos manos su piel suave, y lamiendo toda la pierna. Me detuve en los pies, masajeando desde el talón hasta los dedos, una y otra vez. Entonces me los metí en la boca, saboreando su dedo gordo, y luego todos los demás, pasando la lengua por debajo de cada uno. Lamí todo el puente, y fui subiendo poco a poco, calentando como sé que le gusta, besando la pantorrilla y las rodillas. Su respiración se agitaba cada vez más, mientras yo refrotaba mi glande reluciente contra su empeine. Me estaba acercando despacio hacia su coño; estaba justo al lado. Cuando ella pensaba que ya se lo iba a comer, pasé mis labios rápidamente por los suyos, y bajé hasta abajo por la otra pierna. Repetí la operación que había hecho ya, mordiendo y chupando, aumentando su sufrimiento a la par que su placer.
– Por favor… -escuché que decía.
Una sonrisa malévola se dibujó en mi boca, me gusta hacerla esperar. Por fin llegué hasta su chocho, y empecé a lamerlo sin prisas. Tracé círculos en su clítoris, combinando esto con una pequeña penetración con la lengua en la vagina. Sus jadeos eran fuertes, y, abriéndose más de piernas, me cogió la cabeza con las manos, apretándome contra ella. Cambiaba de movimiento, haciendo como si estuviera comiendo un helado. También abría la boca absorbiendo todo, lo cual era muy agradable porque no tenía vello. No obstante, recuerdo que apareció un pelo en mi boca, y extrañado pensé “¿de dónde será?”, puesto que desde donde yo me encontraba, hasta la cabeza, su cuerpo estaba totalmente depilado.
En esas, llevaba más de veinte minutos chupando, y la chica no se corría. Mi posición era algo forzada y tuve que cambiarla varias veces. La polla me había decrecido, porque aunque estaba muy excitado y la frotaba contra su cuerpo, me hallaba completamente concentrado en mi labor oral.
Ella, ansiosa por correrse y en vistas de que el orgasmo no llegaba, empezó a ponerse nerviosa. Me detuve y subí hasta arriba, abrazándola y tranquilizándola. Le dije que no se preocupara, que podía estar toda noche si hacía falta para que se corriera. Aquello pareció quitarle un peso de encima, y cuando regresé a mi posición no tardó ni dos minutos: retomé mi movimiento, cada vez con más fuerza, y ella volvió a agarrarme la cabeza apretándola contra sí misma, mientras su deseado clímax llegó en un grito de liberación.
Estaba agotada, y yo, aunque cansado también, quería mi recompensa. No es que le fuera a exigir una mamada, pero cogí un condón, y rasgué el sobre, sin preguntarle.
– Espera, espera que descanse… -me pidió.
– Sí, sí, espero -dije, al tiempo que me ponía la goma en mi polla dura.
Me giré hacia ella y comencé a sobarle los grandes pechos, a morderle el cuello, y pellizcarle sus pezones.
-Anda venga, que te lo has ganao -dijo, abriéndose de piernas y dejando su sexo preparado para la acción.
La penetré despacio al principio, metiéndola y sacándola lentamente, disfrutando el momento. Pensé que llevaba más de dos meses esperando eso, y quería sentir cada segundo al máximo. Me concentré en todas las sensaciones: besar su cara, aspirar el olor de su pelo, acariciar la redondez de sus senos y bajar con las manos hasta el culo, entrar profundamente en ella, sentir el roce de mis piernas en las suyas.
-Dale un poquito más rápido, porfa -dijo, interrumpiéndome en mis agradables pensamientos.
– ¿Más fuerte? -pregunté.
– Sí, sí, un poquito más fuerte.
No había problema, aceleré el ritmo de mis empujones, intentando notar cómo llegaba hasta el fondo de su coño.
– Córrete cuando quieras -me dijo.
-¿Ya? Es que… aún no… No estoy a punto… -jadeé, debido al esfuerzo.
– Bueno, pues cuando tú quieras…
Hubiera querido seguir durante horas, pero tampoco era plan de llevarle la contraria.
– Pues prepárate -le avisé.
Se puso como sabe que me gusta: me colocó las manos en las nalgas, entrelazó sus piernas con las mías, y me miró directamente a los ojos al incorporarme un poco. Le di varias embestidas hasta estar a punto, frené en seco, y volví a dar, hasta que inevitablemente llegó el orgasmo, y me derrumbé sobre ella mientras todavía duraban las sacudidas. Noté cómo el semen caliente salía a ráfagas de mi polla, y así me quedé unos instantes.
Me separé de su cuerpo lo justo para que pudiera agarrarme la polla y que no se saliera el preservativo, y me tumbé junto a ella. No hacía frío, pero nos apretamos y subimos la manta para taparnos.
– ¿Qué tal te has quedao? -quiso saber.
– Muy bien… mañana repetimos -dije poco antes de quedarme dormido.
Al día siguiente la cosa fue diferente, empezó haciéndome una mamada larga, viciosa y muy placentera. Además experimentamos con varias cositas que os contaré en otra ocasión.
Un saludo.