Relato erótico
Unos días de alegria
Trabaja como conserje en una bloque de apartamentos de un pueblo costero. En invierno casi siempre está solo, pero aquel fin de semana fue la hija de una de los propietarios. Era joven, guapa y descarada.
Paco – Málaga
Soy un viudo de 56 años, me llamo Paco y trabajo en un pueblo costero, muy cercano a Málaga, como conserje en un inmueble de apartamentos.
Durante los tres meses de verano, así como todos los fines de semana y más si son largos, el trabajo es intenso pero los otros meses y entre semana, aquello es un cementerio, pero como muchos de los apartamentos son de compra y sus propietarios pueden presentarse cuando quieran, yo he de estar al pie del cañón. Aunque me muera de aburrimiento.
Hace un mes, sobre las doce del mediodía, se presentó en el inmueble la hija de los propietarios de un apartamento del sexto piso. Macarena, que así se llama, es una preciosidad de 22 años. Guapa de cara, muy buen cuerpo, tetas grandes y tiesas, piernas largas y bien torneadas y el culito respingón.
Lo único que no me gusta de ella es su carácter tan libre y su desparpajo.
Pienso que a su padre se le hubiera tenido que escapar, alguna que otra vez, una buena regañina. La niña lo tiene todo. Hermosura, dinero y sobre todo el hecho de ser hija única.
Como digo, Macarena se presentó en su deportivo. Iba sola y me extrañó. Me acerqué por si llevaba alguna maleta o bolso y efectivamente, sacó uno y al tenderle yo la mano, me lo entregó al tiempo que me saludaba.
– ¿Sola, señorita? – le pregunté mientras le abría la puerta del ascensor.
– Sí, me he cabreado con mis padres y he decidido estarme aquí unos días hasta que me pase o me muera de aburrimiento – me contestó – ¿No habrá
nada abierto en esta época, verdad?.
Le dije que no, que excepto algunos bares, no había nada abierto.
Llegamos a la planta, abrí la puerta del ascensor, la dejé salir y luego fuimos hacia su apartamento. Cuando abrió la puerta, me preguntó:
-Usted también estará muy solo aquí, ¿verdad?
– Pues sí pero ya estoy acostumbrado. Tengo mis libros, la tele…
– Pero sin nada de sexo – me cortó – ¿Como se las arregla, matándose a pajas?
Eso es lo que no me gustaba nada de esa chica. Su grosería, que contrastaba con la educación que habían procurado darle sus padres.
No le contesté, dejé el bolso en el suelo y salí del apartamento en dirección al ascensor. Oí su burlona risa a mis espaldas.
Debían de ser las dos cuando llamaron a la puerta que hay detrás de la conserjería, o sea, la de mi piso. Yo cierro a la una y media y no abro hasta las cuatro.
Por lo general nunca abro dentro de estas horas de mi descanso pero imaginándome que sería ella, lo hice. Efectivamente era Macarena que, sonriendo, me preguntaba dónde podía ir a comer algo “decente”.
Tentado estuve de decirle que fuera a una pocilga, pero me contuve. Le di el nombre y la dirección de dos o tres tabernas, de esas que servían comidas para los albañiles que aprovechaban la ausencia de turistas para arreglar o construir pisos.
No le gustaron, como ya imaginaba, porque a los veinte minutos volvía a importunarme.
-Allí yo no como – me dijo nada más abrirle la puerta.
-Hay un súper pero está bastante lejos… o vaya algún restaurante de carretera, hay muchos y alguno muy bueno – empecé a decirle.
– Es igual, ya iré a cenar, estoy cansada – y dando la vuelta añadió – Un día que no coma tampoco será grave.
– Si no es ofenderla podría ofrecerle compartir mi mesa – le dije para hacerme el sociable más que por tener ganas de que aceptara.
-El olor es muy bueno – contestó – Ya lo había notado antes.
-Pues es un simple estofado…
-¡Me encanta, se lo acepto! – exclamó y se metió en mi casa.
Yo suelo hacer plato único así que preparé un poco de ensalada y serví el estofado. Era la primera vez en muchos años que tenía compañía. En realidad Macarena había tenido razón en lo de que me la pelaba. No me gusta ir de conquista por ahí y menos liarme con mujeres de pago así que la mano era, desde que me quedé viudo, mi única compañera. Y de eso hacía seis largos años.
La comida fue divertida. La alegría de la juventud es contagiosa, aunque me sobraba alguna expresión bastante hortera e incluso soez que salía de aquella preciosa boca de labios sonrosados y abultados.
Al acabar me felicitó por ser tan buen cocinero.
– La soledad hace espabilarse a uno – le dije y recordando lo que ella me había dicho antes, añadí – Y no sólo en el terreno sexual.
– He estado un poco grosera – me reconoció – pero como para mí lo más importante del mundo es el sexo, pienso que a los demás les ocurre lo mismo.
Preparé el café y como aún era muy temprano, nos sentamos los dos en el sofá, delante de la tele.
Yo hago lo mismo cada día y acabo durmiéndome hasta las cuatro menos cuarto. Aquella tarde intenté por todos los medios mantener los ojos abiertos pero al poco rato perdí la conciencia de todo y entré en un estado de beatitud perfecta. De pronto desperté con la extraña sensación de que algo o alguien me estaban tocando los cojones.
Me había olvidado por completo de Macarena y era ella la que con la mano metida dentro de mi bragueta, intentaba sacarme fuera la polla.
– Pero, señorita Macarena… ¡¿que hace?! – exclamé intentando apartarle la
mano.
– Tranquilo, sólo quiero chuparte la polla – me contestó como si fuera la cosa más natural del mundo que una chavalita de 22 años se la chupara a un viejo de 56 – Voy cachonda, estamos solos, los dos necesitamos gozar, entonces… ¿qué mal hay en todo ello?
No pude decir nada pues ya me la había sacado fuera y la contemplaba con expresión muy alegre.
– ¡Es magnífica! – exclamó – Larga y gorda como me gustan… nunca pensé que tú la tuvieras así y además siempre creí que a los viejos no se les ponía dura tan pronto ni tanto – luego, masturbándome lentamente, añadió – Bueno, la verdad es que nunca he tenido ninguna así en mis manos, ni en otras partes del cuerpo. Las de mis amigos son mucho más pequeñas.
Sin dejar de mirarme a los ojos, sacó la lengua y me lamió el capullo. Yo no podía creerme lo que me estaba sucediendo pero dejé de pensar cuando todo el capullo desapareció entre aquellos labios tan hermosos. Las chupadas me arrancaban gemido tras gemido mientras que mi verga continuaba creciendo y adquiriendo la máxima dureza. Al mismo tiempo que me la chupaba, intentaba soltarme el cinto del pantalón.
Yo la ayudé y acabé sin pantalones ni calzoncillos con las manos de Macarena, una agarrando mi verga mientras la chupaba y la otra sobándome a placer los cojones. Yo le hice bajar el top hasta la cintura, dejando aparecer dos melones increíbles. Nunca toqué nada tan hermoso, grande y duro.
Con aquel contacto y sus mamadas, yo estaba al borde del orgasmo. Cuando se lo dije me soltó la polla, se levantó y en un segundo se había quitado la ropa quedándose completamente desnuda.
Luego se me acercó, separó las piernas y se sentó en mi regazo, de cara, haciendo coincidir mi capullo con la raja de su abultado y peludo coño.
Estaba tan mojado que se la fue metiendo sin dificultad hasta que, entre suspiros y gemidos de los dos, mis cojones se aplastaron bajo sus nalgas.
Empezó a cabalgarme lentamente, haciendo entrar y salir mi polla de aquella cueva ardiente y húmeda a tope.
Mientras follábamos, nos dábamos la lengua y yo le sobaba los pechos con una mano y el culo con la otra.
– ¡Que gorda la tienes, cabrón! – exclamaba ella sin dejar de cabalgarme – ¡Como la siento, como me llena el coño… que gusto me das… así… así… ah…!.
De pronto empezó a gritar más fuerte y a galopar con más violencia:
– ¡Me corro, ya… me corro… Córrete tú también, quiero tu leche… dámela, dámela toda, ya… ahora… ahora… sí, la siento!
Hacía años que no me corría con tantas ganas, con tanta violencia y con tanta leche.
Llené tan a tope el coño de Macarena que, incapaz de guardarla toda, le resbaló por el interior de sus muslos cuando se la saqué. Se quedó un rato abrazada a mí. Notaba los temblores de su joven cuerpo mientras se lo acariciaba suavemente.
– ¡Que gusto más intenso me has dado! – me dijo besándome los labios –
Gracias, lo necesitaba.
– Gracias, a ti – dije yo – Tenías toda la razón cuando me dijiste que me la tenía que pelar mucho. Eres la primera mujer de la que puedo disfrutar en muchos años…
– Pues vas a seguir haciéndolo, si te apetece -me cortó – Yo una polla como la tuya no me la pierdo.
Ya era la hora de abrir la conserjería y aunque no había nadie más en el edificio lo hice porque era mi obligación.
Macarena se quedó sobre mi cama, dormida como un tronco. Despertó sobre las siete de la tarde, se duchó en mi baño, se vistió y subió a su apartamento pero únicamente para ir a buscar su bolsa.
– Si no te importa, voy a vivir contigo todos los días que esté aquí – me dijo.
No me importó en absoluto.
Por la noche fuimos a cenar, emperrándose en ser ella la que me invitara. También quiso llevarme, al acabar la cena, a una discoteca de Málaga pero yo me negué en redondo.
De acuerdo en estar cenando con ella en un restaurante. Podían tomarnos tranquilamente por padre e hija pero nada de discotecas. Allí se nos vería el plumero.
Regresamos a casa. Nada más cerrar la puerta, Macarena se quedó en pelotas.
– Piensa que yo ya no tengo tu edad – le dije, desnudándome a mi vez – No sé si podré complacerte tanto como tú lo deseas.
– Tú tranquilo que ya verás cómo este cuerpo joven que poseo te pone a cien tras trabajarte un poco – me contestó agarrándome de la mano y llevándome a la cama.
Me tendí en ella, boca arriba. Macarena no perdió el tiempo y empezó a besarme entero. De vez en cuando me lamía o chupaba las tetillas y pasaba sus pezones por mi polla. Aquel tratamiento acabó dando el resultado que ella esperaba.
Mi polla se puso dura, tiesa como una lanza e incluso de su boquita manaba el hilo de semen transparente que denunciaba mi excitación.
Lentamente, cuando su boca llegó a mi polla y comenzó a besármela, se fue dando la vuelta hasta colocar su joven y caliente coño contra mis labios.
A mí nunca me había vuelto loco comerme un coño pero sus mamadas en mi polla y la visión de aquel soberbio culo me animó a sacar la lengua y comenzar a lamer la mojada raja.
Macarena no tardó en correrse y por primera vez en mi vida, me tragaba todo lo que salía de una almeja.
Ella siguió mamándomela, quizá con intención de que me corriera en su boca, pero yo quería follármela como mandan los cánones.
La hice apartarse, la tumbé sobre la cama, separé sus piernas y se la metí en aquel coñazo, estrecho y caliente como un horno.
Me la follé hasta que, al correrse ella de nuevo, yo lancé toda mi leche en sus entrañas.
Todo el tiempo que estuvo allí, algo más de una semana, disfrutamos como locos del sexo. Al despedirse de mí, pensé que todo se había terminado. Me equivocaba.
Una vez a la semana sigue viniendo para que me la folle y me dice que ese verano que viene, cuando estén sus padres, ya encontrará momentos para estar conmigo. Me gusta todo eso pero también me da cierto miedo. Tengo miedo de enamorarme de una cría que puede ser mi hija pero más miedo me da que sea ella la que se enamore de mí.
Saludos para todos.