Trabajo muy recompensado

Se casaron y por motivos laborales cambiaron de ciudad. Hicieron amistad con unos vecinos, mayores que ellos e incluso acabó dirigiendo sus negocios. Consiguió un trabajo bien recompensado.

Andrés – MADRID

El año que me casé y por motivos de trabajo, nos trasladamos a Madrid, donde actualmente vivimos. No conocíamos a nadie y fuimos haciendo amistades con la gente del trabajo. Teníamos unos vecinos, que eran muy agradables y fueron los primeros que nos invitaron a su casa.

El marido se llamaba Marcos, debía tener unos cincuenta años, bajito 1, 65 m aproximadamente, bastante gordito y calvo, y Carmela que era bastante más joven unos 44 años, una mujer muy distinguida, un poco más alta que su esposo, muy hermosa, de unos ojos negros impresionantes y un cuerpo muy bien proporcionado.

Se conocieron cuando Carmela fue a trabajar a la zapatería que tenían los padres de Marcos, se enamoraron y se casaron. Al poco tiempo de conocernos le ofrecieron un trabajo a mi mujer y como aún no teníamos hijos y se aburría en casa le fue muy bien. Poco a poco nuestra relación era como si fuésemos de la familia.

Un día Sara me dijo que Carmela quería proponerme algo y que después del trabajo pasara por la tienda o fuera a su casa, fui a la tienda, ella me hizo pasar a su oficina y me dijo:

– Le he dicho a Sara que vinieras porque quiero proponerte algo, mira Andrés, tú conoces bien nuestra situación, yo realmente no puedo seguir con este ritmo de trabajo y de repente voy a explotar, con mi marido no puedo contar así que te ofrezco que te vengas a trabajar conmigo y te hagas cargo tú de los negocios, sé que eres un hombre muy inteligente y en la única persona en quien puedo confiar, pues sois parte de nuestra familia.

– Pero Carmela, yo no se nada de negocios, el trabajo que realizo en mi empresa es otro.

– Estoy prácticamente sola en este mundo, gracias que os tengo a vosotros que sois como mis hijos, mi única familia.

Al poco tiempo, se divorció de su marido y él se fue a otra ciudad. Carmela ya se lo esperaba.

Hace tres años sucedió un hecho para mi increíble, que cambió totalmente el trato con Carmela. Ella en ese momento tenía 49 años aproximadamente, y yo 36 años. Pero debo confesar que ella no los representaba. Un sábado en que no vino a la tienda, como las 10:30 de la mañana, me llamó y me dijo:

– Andrés, por favor, ha sucedido algo en el baño, y no sé qué hacer, a lo mejor tú lo puedes arreglar.

Avisé a Sara que me había llamado Carmela, porque tenía un problema con el baño y que iba a su casa, cogí la camioneta de la tienda y fui a su casa. Ella salió a abrirme, llevaba una bata de estar por casar blanca, y me puede dar cuenta que no llevaba ropa interior, ya que sus pechos y los vellos de su coño se dejaban ver por la transparencia de la bata. Yo sé que ella no se dio cuenta que su bata transparentaba, pero yo sí.

– Estaba a punto de bañarme – me dijo – y me he dado cuenta que no tenía agua caliente y yo con agua fría no me baño, no sé qué pasó, ¿por favor puedes mirarlo? Yo no entiendo nada de eso.

Nos fuimos los dos al baño y exactamente salía solo agua fría y le pregunté donde estaban las calderas, que a lo mejor allí estaba el problema. Hacía un calor terrible y de pronto la cañería empezó a soltar agua. Nos quedamos empapados. Arregle el desperfecto y entonces me dijo:

-Puedes ponerte un albornoz que hay en el baño y te secas bien

Me fui al baño y no me preocupé de cerrar la puerta, mejor no me di cuenta que no la había cerrado, La impresión de ella, como la mía, fue de asombro. Mi polla estaba morcillona desde que la había visto con aquella bata. Me miró y dijo:

– ¡Que herramienta que te gastas Andrés y como me gustaría que me arreglaras este desperfecto que tengo yo, ya hace varios años, que está como las cañerías, estropeándose por el poco uso! – yo no sabía qué hacer, ni que decir y al ver que quedaba inmóvil, Carmela añadió – Andrés. Tú no te has dado cuenta que soy una mujer y que necesito satisfacer mis deseos sexuales, ahora al verte despertaste ese deseo que por muchos años he tenido reprimidos.

Yo escuchaba y estaba petrificado. Mi polla se había puesto tiesa por lo que estaba oyendo. Pero lo que hizo después me dejó claro de que estaba dispuesta a satisfacer sus deseos, dejó caer su bata y quedó completamente desnuda diciendo:

– Mi cuerpo todavía está bien proporcionado, aunque no lo cuido lo suficiente, sus partes están en su lugar, y quiero que seas tú quien me haga feliz – dijo muy resuelta.

Me cogió de la mano y me llevó al dormitorio. Yo aproveché para llamar a Sara y avisarle que iba a tardar. Ya animado, comencé a acariciar su cuerpo, sus tetas. La besaba suavemente y ella empezó a tocar mi polla despacito, como si no se atreviese.

– ¡Cuantos años que no tocaba ni tenía una polla en mis manos y nunca una tan grande, cuando te dije hace un rato que grande tienes tu herramienta, lo estaba diciendo de verdad!- dijo

Después de estar un rato, besándonos, acariciándonos y tocándonos bajé hasta su coño, lamiendo y succionando…

Se retorcía como una serpiente y en ese momento dijo:

– ¡Mi amor, mi vida, me estoy corriendo, me estoy corriendo en tu boca… que deliciosa sensación que estoy sintiendo!

Entonces la coloqué en posición, levanté sus piernas, se las abrí, y así abierta como estaba, dejé la punta de mi verga justo a la entrada de su coño y comencé a hacer presión suavemente introduciéndole ese pedazo de carne, Carmela gemía, gritaba, se retorcía, no sé si de placer o dolor, pero creo que las dos cosas se conjugaban en ese momento. Hay que pensar que eran más de diez años sin ser penetrada, su coño debía de estar casi virgen. Mi verga estaba entrando muy apretada, percibía el dolor que Carmela sentía, así que paraba un momento y seguía muy despacio con la penetración, era como si la estuviera desvirgando. Cuando ya estaba toda dentro empecé a follarla despacito.

Al poco rato, Carmela empezó a moverse, y pronto esos movimientos se fueron intensificando y los quejidos, los gritos de satisfacción también, era una locura lo que estaba sucediendo en ese dormitorio.

– Soy muy feliz mi amorcito, y quiero seguir gozando por mucho tiempo, si tú quieres.

– Claro que sí, estoy para complacerte también en lo sexual.

Durante varios minutos estuvimos en un metisaca fenomenal hasta que ya no pude contener mi eyaculación, así que le dije:

– Estoy a punto de correrme… ¿lo hago dentro o afuera?

– ¡Dentro, dentro… quiero sentir tu leche recorrer mis entrañas y empaparme de ella! – me contestó sin pestañear.

.Comencé a soltar una gran lecherada en su coño, que se habría con más ganas para recibirlo, y estaba en eso cuando ella empezó a  gritar:

– ¡Me corro… me corro… me corro de nuevo mi amor… no sé cuantas veces me he corrido que he perdido la cuenta!

Después de haberle dado toda mi leche, me recosté encima de Carmela, la acaricié de nuevo, la besé muchas veces en la boca y le dije:

– Espero que hayas gozado y disfrutado, querida mía.

Me vestí y salí corriendo hacia la tienda. Mi mujer solo me preguntó si lo había arreglado, le contesté que había sido un poco laborioso, pero que ya estaba.

Con Carmela, nos veíamos y follábamos siempre que podíamos, incluso una tarde cuando faltaba una hora para cerrar, vino a la tienda y le dijo a mi mujer que podía irse antes, que ya cerraríamos nosotros.

Me hizo una mamada en el almacén que me dejó seco, pero me hizo prometer que al día siguiente, a primera hora de la mañana iría a su casa y le comería el coño. Y en eso estamos, follamos tantas veces como podemos.

Otro día os contaré como se enteró mi mujer y la sorpresa que me lleve yo.

Besos para todos