Relato erótico
Trabajo de verano
Nunca se hubiera imaginado que vigilar una finca, vacía, en verano, pudiera aportarle un “entretenimiento” tan satisfactorio.
Ramón – Marbella
Tengo 30 años, me llamo Ramón, estoy soltero y sin compromiso. Añadiré que soy un auténtico “forofo” de la Revista Clima y Charo Medina. Me gusta leer lo contactos y ver el morbo de la gente y sobre todo, me “ponen” los relatos. Siempre me han atraído las mujeres maduras, bien servidas de un buen par de tetas y un buen culo.
Soy guarda de seguridad y llevaba cinco días trabajando en una finca particular puesto que los dueños estaban de viaje. Mi labor, como es natural, consistía en vigilar la casa hasta su regreso, pero, mi sorpresa fue al ver que llegaba a la casa una señora madurita, que se presentó como la suegra y madre de los señores, cosa que comprobé tras llamarles por teléfono.
Esto ocurría el pasado verano, durante el mes de Agosto y Septiembre debía estar en la casa vigilando.
Se instaló en la habitación de invitados, situada en la planta superior, mientras que, yo dormía en la planta baja, en la habitación del servicio, que también estaban de vacaciones. Desde su llegada, yo me había fijado en la señora que, a pesar de sus 62 años, se conservaba muy bien, con un cuerpo espléndido, un culo firme y respingón, unos pechos gordos, preciosos, y un atractivo y cuidado rostro, ya que no tenía ni una arruga.
Hasta la llegada de la señora, solía darme un baño en la piscina, pero con ella allí no me atrevía. Una mañana, dando la vuelta a toda la casa por el jardín, llegué a la piscina y allí me la encontré tumbada sobre la hamaca, boca arriba y con la sorpresa de estar pellizcándose los pezones a través de la tela de su biquini. Como desde donde yo estaba, no la veía muy bien, me acerqué lo más que pude para no ser descubierto. Allí sí que tenía mejor visión e incluso podía oír sus suspiros que pronto pasaron a ser gemidos cada vez más fuertes, hasta que llegó a quitarse la parte de arriba del biquini, desnudando sus grandes tetas y pasando a sobarse toda la superficie de sus pechos, sin dejar de pellizcarse los pezones una y otra vez.
Yo estaba a tope, pero no acababa de decidirme, hasta que vi como bajaba las manos hasta su entrepierna, cosa que hizo que yo saltase sin pensarlo e hice mi aparición preguntándole lo primero que se me ocurrió:
-Señora, perdone que la interrumpa, me preguntaba si usted va a quedarse a comer en casa.
Ella, sin preocuparse de tapar sus impresionantes tetas de pezones durísimos, solo añadió:
– ¿Cuánto tiempo llevabas mirando? No te he oído llegar. ¿Es que me espiabas?
– Por favor, señora – mentí – no diga eso, acabo de llegar y siento haberla molestado, disculpe.
Entonces me giré para marcharme, pero ella me detuvo diciéndome:
– Quiero creerte pero, tras verte el paquete, sé que tienes la polla bien hinchada, así que ven, siéntate aquí, no puedes irte así…
Me senté en una silla de esas de jardín pero, no estaba nada cómodo por tener la polla como la tenía y entonces ella se incorporó en la hamaca y me dijo:
-¿Por qué no te quitas la ropa? Aquí no te ve nadie y sobre todo el cinturón con la porra que, por cierto… ¿me la dejas?
Sin pensar, me la saqué del cinturón, se la entregué y ella acto seguido, empezó a pasársela por todo el cuerpo, principalmente por sus pezones y tetas, hasta pasarle incluso la lengua como si fuera una polla. Luego alargó la mano con la porra hasta mi entrepierna y yo, entonces, ya no esperé más, me levanté, me fui hacia ella, me arrodillé y tras tumbarla, pasé mis manos por sus pechos, pellizcándole los tiesos pezones y luego se los chupé, pasando del uno al otro, oyéndola gemir y suspirar de gusto.
– ¡Te voy a comer la polla, cabrón! – me dijo de pronto.
Me desnudé a toda prisa y le dije, agarrándome la tranca:
– Aquí la tiene señora.
– Deja de tratarme como a una vieja -me cortó ella -Llámame Chelo y… ¡Trae eso para acá, cacho cabrón!
Se agarró a mi polla y se puso a mamarla delicadamente, saboreándola con mucho gusto poniendo en marcha su lengua, sin parar de hacerme diabluras alrededor del capullo y de pasar su lengua por el frenillo al tiempo que sus manos no paraban de tocar y acariciar mis huevos.
Tenía una gran habilidad con la boca, sus labios se deslizaban a todo lo largo de mi rabo, se lo tragaba entero y cada vez que lo hacía todo mi cuerpo se estremecía de pies a la cabeza. Me pareció que era una mamada de buena tragona de pollas, una buena tragona de kilómetros de rabo en su vida.
Cuando yo estaba punto de correrme se lo dije y ella se separó al instante haciéndome pensar que no quería beberse mi leche, pero me equivocaba. Era sencillamente que quería cambiar de posición. Me tumbó en la hamaca y se puso encima de mí, quedando de tal forma que metió mi polla entre sus tetazas, masturbándome con ellas haciendo subir y bajar esas maravillosas mamas y cada vez que mi verga llegaba a su boca me daba con su lengua en el capullo.
Con este tratamiento no tardé en descargar toda mi leche sobre sus tetas y cara y ella, cogiendo con sus dedos los espesos grumos, se los llevaba a la boca diciendo:
– ¡Que sabroso lo tienes!
– Supongo que como todas las que debes haber chupado – le contesté.
– No digas tonterías, a cada tío la leche le sabe de una manera – dijo – ¿O es que a ti te saben igual todas las tetas de las tías? Y no solo las tetas. ¿Te saben igual todos los coños?
– Eso lo vamos a saber muy pronto – la corté – Veamos como sabe tu coño.
La tumbé y quitándole las braguitas, tras abrirle las piernas, empecé a pasarle la lengua y a comerle el coño, un coño con labios grandes y muy gruesos, un clítoris gordo y toda la zona cubierta de mucho pelo espeso, rizadito y muy negro. Se lo comía a fondo haciéndola estremecer de gusto hasta arrancarle dos buenos orgasmos que, al correrse, me dejaron la cara pringada de sus jugos vaginales.
Luego follamos a la manera tradicional volviendo ella a correrse otras dos veces y yo con ella, lanzando mi leche en el interior de su coño.
Tras darnos un baño y tumbarnos un rato en las hamacas, decidí hacer algo que me encanta a una mujer con la que estoy liado. Entré en la casa y salí con los utensilios de afeitar para rasurarle su espléndido y espeso coño. Ella no puso ninguna objeción, todo lo contrario, estaba encantada e incluso me animó a hacerlo.
– Adelante – me dijo – Déjamelo sin un pelo, limpito y suavecito pero después quiero que me lo vuelvas a comer, cacho cabrón, que me tienes loca perdida.
Así lo hice, volví a comerle el coño hasta hacerla correr y a continuación, para terminar, me pidió que me hiciese una paja delante de ella para ella masturbarse al mismo tiempo.
– Es uno de mis pequeños vicios -me explicó- Me gusta veros a los tíos haciéndoos pajas delante de mí, me excita y tengo unos orgasmos muy satisfactorios.
La complací y esto fue todo por el momento aunque por la noche follamos
otra vez y pude probar su culazo, aunque esto, ya os contaré en una próxima carta como ocurrió.
Saludos.