Relato erótico
A tope
Son muchas las parejas, que cuando llevan unos años casados, se les “disparan” las fantasías. En este caso, pudieron llevarlas a buen fin.
Amanda – Barcelona
Me llamo Amanda y tengo 37 años. Esta historia que voy a contar nos sucedió, el pasado año, en septiembre, casi cuando estábamos a punto de volver a la rutina del trabajo, del colegio de los niños, etc. Mi marido y yo habíamos hablado muchas veces de tener un intercambio y habíamos hecho el amor, muchas veces, como si en realidad estuviésemos con la otra persona y tantas vueltas le habíamos dado que incluso cada uno sabía quién era el personaje que despertaba la excitación del otro. Habíamos fantaseado y disfrutado con eso, por lo que estábamos dispuestos a intentar probar la experiencia, pero el problema es que quienes queríamos no eran pareja entre sí, se conocían, pero solo de un par de veces. En fin, que la cosa estaba cruda. Pero hay días de suerte, como aquel día de septiembre y ya, sin enrollarme más, voy a contar lo que sucedió.
Sonó el teléfono y era Nuria, esa amiga común que hace que mi marido con solo mirarla se agarre unos empalmes de aúpa y a la que en nuestras fantasías se había follado unas cuantas veces. Rápidamente le pasé el teléfono, le oí que quedaban y me contó que como estaba cerca de casa se vendría a tomar un café. Aquello podía ser divertido, efectivamente, pero no iba a pasar de ahí. Para un intercambio se necesitaban cuatro y allí éramos tres. Llegó Nuria. Estaba preciosa, con un vestido de esos que por su transparencia dejaban poco a la imaginación. Comenzaron las bromas con toque picante y en una de esas, cogiéndola las manos, Jaime, mi marido, dijo:
– Nuria, ¿te atreverías a jugar con nosotros a algo realmente excitante?
Ella creyó que la cosa era de broma y dijo que sí.
– ¡Ah, vale! – dije yo – Entonces ir pensando a qué jugamos, que están llamando a la puerta.
Realmente iba pensando que qué pena que no viniera ahora mi cuñado Pablo, lo bien que nos lo íbamos a pasar. Me quedé helada, a pesar del calor, cuando abrí la puerta. Allí estaba Pablo, eso sí, no estaba solo. Nada es perfecto. Le acompañaba su hija. Nos saludamos con un abrazo más caluroso que otras veces y nuestros labios, no sé porqué, se rozaron. Cuando llegamos hasta el jardín y mi marido vio a su hermano, nos leímos el pensamiento, aunque su expresión cambió al ver a su sobrina. Al cabo de un rato, Nuria, con picante discreción me dijo:
– ¿Bueno, no íbamos a jugar?
– No sé – respondí – Erais Jaime y tú los que teníais que pensar…
Ella inmediatamente dijo:
– Bueno, pues al parchís.
A mi sobrina aquel rollo no le iba y como había quedado en Terrassa, con unos amigos, me pidió que la llevara hasta la estación del tren.
– Bien, yo te llevo – dije e Nuria se ofreció a venir con nosotras – Mira, Jaime – añadí – mientras llevamos a la niña, intenta contarle a tu hermano de qué va la cosa y, si le apetece la propuesta, colocad el terreno de juego que volvemos enseguida.
Yo iba ya nerviosa y excitada. Hacía mucho tiempo que mi cuñado me ponía a cien cada vez que lo veo. De vuelta a casa, le dije a Nuria cual era mi plan. Teníamos mucha confianza y de hecho, ella me había contado la mayoría de sus aventuras. Yo sabía que mi marido le gustaba y que podría entrar al trapo. Le propuse que el parchís fuese erótico, le pareció divertido y aceptó al instante.
Cuando volvimos a casa, mi marido, tras darme ese azote disimulado que significaba que las cosas habían ido bien, dijo que habían decidido que puestos a jugar al parchís, tendría que ser muy especial. Tendría que ser erótico. Aceptamos todos inmediatamente y ya con una notable calentura pusimos las reglas del juego, quedando en empezar a jugar con cuatro prendas. Me fui a la cocina para poner unas copas y mi cuñado se vino conmigo, al parecer para ayudar, pero en la misma cocina y sin esperar más, me abrazó por detrás mientras sus manos me tocaban por todas partes. Al darme la vuelta, nos besamos, su lengua entraba en mi boca y el aire faltaba. Nos colocamos un poco y volvimos al salón. Nuria, sentaba encima de mi marido, se estaban dando un buen morreo. La visión me excitó muchísimo ya que aunque me lo había imaginado, nunca antes lo había visto con otra mujer. Mi cuñado me volvió a besar y ahora era yo la que le metía la lengua. Aquello era una gozada. Nos recompusimos un poco los cuatro, nos sentamos y comenzamos a jugar.
Jugábamos, chicas contra chicos y la verdad es que ellos perdían las prendas antes que nosotras. A esa altura de la partida, a mi marido y a mi cuñado ya nos les quedaba nada puesto, Nuria tenía aún braga y sujetador y a mí solo me quedaba el tanga. La penalización le tocó entonces a mi cuñado e Nuria dijo:
– Como Amanda aún tiene el tanga puesto, haz lo que quieras con ella pero sin metérsela, que quede claro.
Mi cuñado me tumbó en el sillón y me empezó a meter mano. Metía los dedos entre la braga y notaba lo mojada que yo estaba, me chupaba las tetas y su mano jugaba con mi clítoris hasta que no pude más y le dije que me iba a correr y claro, me corrí. Vaya empalme que tenía Pablo, me hubiera encantado chupársela en ese momento, pero, de acuerdo con las condiciones, el que no estaba desnudo del todo, no podía tocar. Cuando fue mi marido el que perdió, me tocaba proponer la penalización a mí y, sin pensarlo dije:
– Nuria, hazle una mamada.
Nuria se sentó entre sus piernas, puso su boca en los labios de mi marido y desde allí fue bajando hasta el aparato. Lo chupaba y lo chupaba. Él había apoyado la cabeza en el sofá y con las manos sujetaba la cabeza de Nuria, como si quisiera guiar sus movimientos. Yo no perdía detalle de lo que estaba pasando y me aceleró muchísimo ver como cerraba los ojos, mientras de la boca de Nuria caían unas gotas de semen. Ganamos las chicas y exigimos una felicitación. La de Nuria ya no la vi, porque Pablo me tenía totalmente ocupada haciendo un 69 sobre la alfombra. ¡Como estábamos de calientes! Pero no quería que Pablo se corriera así, quería que me penetrara de una vez y además bien, por lo que sin más preámbulos me subí encima de él y empecé a cabalgarlo, mientras que con una mano llegaba a tocarle los huevos. Él me mordía los pezones. Aquello daba un gusto de muerte. Cambiamos de posición y se puso él encima. Me cogió las manos y me penetró con fuerza y mientras entraba y salía me dijo:
– ¡Que ganas te tenía, cuñada!
La frase me hizo acelerar y estremecerme. Fui yo la que se corrió primero pero él me siguió al poco tiempo. Nuria y mi marido habían terminado y mientras se metían mano no habían dejado de mirarnos. Yo no había podido verles y a aquellas alturas de la película no me iba a quedar sin hacerlo. Bebimos y comimos un poco y pusimos música. Bailamos, sin ponernos una sola prenda de ropa, Nuria con mi marido y mi cuñado y yo. Ni que decir tiene que nos recuperamos inmediatamente, probablemente más por la visión de tu pareja metiendo mano con otro, que por el propio restriegue y de nuevo nos dedicamos a aprovechar el momento.
Mientras yo estaba a cuatro patas y mi cuñado me estaba metiendo todo aquel aparato, que me parecía que se me iba a romper, vi como mi marido se la estaba metiendo a Nuria. El resto de lo que sucedió me lo contó en la cama, mientras estábamos echando un polvo grandioso.
No sabemos si repetiremos la experiencia en alguna otra ocasión, pero, ¡vaya polvos que echamos recordándolo!
Saludos para todos y ya os contaremos si lo repetimos.