Relato erótico
Sexo de categoria
Nunca se habría imaginado que su compañera de trabajo, Rosa, pudiese proporcionarle tanto placer y un sexo de “categoría”.
Renato – VALENCIA
Amigos de la revista, yo trabajaba en una tienda de electrodomésticos y televisores, como repartidor y montador. Allí había una dependienta como de veintidós años, no era muy agraciada y además, era bastante delgada con respecto a lo que yo considero que debe ser el cuerpo de una mujer.
Los dueños del comercio eran un matrimonio, de unos treinta años ella, y de unos cuarenta él. Clarita, como su marido la llamaba, era una hembra estupenda, tenía unas buenas tetas y voluminoso trasero, aunque era alta y fuerte, pero se puede decir que no era gruesa. Clara no iba mucho por la tienda, por lo que la mayor parte del tiempo estábamos el jefe, Rosa y yo. Rosa a veces se quedaba sola mientras el jefe y yo hacíamos reparto. Muchas veces él salía sin mí, por ello Rosa y yo terminamos haciéndonos muy amigos, y entre nosotros empezó una gran amistad.
Como dije antes, Rosa era muy delgaducha y poco atractiva, pero siempre llevaba ropa muy provocativa. Yo hice un pequeño orificio muy discreto en la pared del servicio, para verla. Sin embargo, muchas veces al quitarse los pantalones o la falda descubría que no llevaba bragas, permitiéndome ver su coño. En esas ocasiones, veía que al abrirse de piernas, se metía el dedo previamente mojado en su boca, repetidas veces. En otras se desnudaba totalmente, comenzando a sobarse las tetas y a meterse destornilladores y martillos por el culo o el coño. Al cabo de unos meses ya conocía cada rincón del cuerpo de Rosa, no dejaba de ser excitante y gracias al espectáculo que me proporcionaba cuando iba al aseo me hacía unas pajas sensacionales.
Una tarde estaba yo en plena masturbación, cerré los ojos para eyacular, ella salió antes del lavabo, y cuando terminé de correrme me encontré con su sonrisa pícara y burlona. Pasaron los días y no comentamos el hecho. Aunque cada vez que iba al servicio o a cambiarse de ropa me lo decía.
En un principio no me atrevía a mirar por mi agujero, hasta que decidí hacerlo debido a la insistencia con que Rosa me hacía saber sus movimientos por la tienda. Ese día, al mirar por el agujero, vi como Rosa se desnudaba totalmente y hacía lo de siempre, pero mirando al agujero y acercándose cada vez más a él. Yo, con la polla fuera y apunto de correrme, me asusté un poco saliendo corriendo a mi puesto en la tienda.
Al poco tiempo estábamos en la trastienda y la cogí por la espalda, agarré sus pechos y ella no protestó, pero emitió una especie de gemido. Llenándome de valor, bajé mi otra mano hacia su coño y metiéndola bajo la falda, metí mis dedos por entre sus suaves bragas, y separando los pelos de su conejo, llegué con mi dedo corazón al botoncito del placer. Masturbé su clítoris y ella, inclinando su cabeza, aflojó sus piernas y noté cómo se había corrido.
Rosa agradeció mis caricias, bajó la cremallera de mi pantalón para coger mi duro miembro y se metió la polla en la boca. Se puso las manos a los lados de la cabeza, apartándose el pelo hacia atrás y eso me permitió ver con todo detalle cómo aquella boca lujuriosa tragaba con ansias mi plátano, lamiendo lentamente hasta los mismísimos huevos, que acariciaba con la mano. Uno detrás del otro, se los metió en la boca para saborear su firmeza. Chupó profundamente, mirándome a los ojos. Su cara estaba consumida por el éxtasis. Igual que la mía.
Volvió a la punta, para tragarse al menos doce centímetros de un golpe. Su cabeza se agitó nerviosa durante al menos treinta gloriosos segundos, mientras la metía dentro de su garganta profunda. Luego se puso a sorber arriba y abajo la piel morada, apretando los labios con fuerza. Rosa puso sus manos sobre la base de aquel falo hinchado y las movió al mismo ritmo que su boca, y mamaba a tal velocidad que su boca era apenas un borrón. Luego se sacó la polla de la boca, meneándomela a dos centímetros escasos de su cara y su mano iba tan rápida que llegué a temer que iba a prender fuego a la polla.
Fuego, a lo mejor lo era, pero de color blanco. Vi como un litro de semen salía disparado hacia su cara y pelo, a la vez que abría su boca e intentaba alcanzar con la lengua el semen que salía de la polla, y, con gran placer mío, recibió todo mi semen. Dejando al final que parte del líquido viscoso se derramase por las comisuras de su boca.
Desde ese día cambió todo entre nosotros y aprovechábamos cada momento libre para masturbarnos mutuamente. Aunque en verdad, a mí quien me tenía loco era la señora Clara, veía en ella una mujer con todas las de la ley, aunque sin duda totalmente imposible. De vez en cuando el jefe iba a algún recado, entonces me dedicaba a mirarla con detenimiento, con admiración.
Un día tuve que llevar un televisor a un cliente y efectuar la instalación, se me hizo un poco tarde, por lo que no me sorprendió ver el cartel de cerrado cuando llegué a la tienda, pero lo que sí me sorprendió fue que la puerta estuviera abierta. La empujé y en seguida oí unos gemidos y cuchicheos. Me aproximé sin hacer ruido y no debieron oír como entraba, porque estaban muy metidos en faena, comprobando que el jefe estaba follando a Rosa con una incomprensible pasión para mí, teniendo en cuenta lo que era Rosa y lo que significaría su mujer.
El vestido de ella estaba por el suelo, no llevaba ropa interior, y los dedos del jefe estaban enterrados en su conejo. Ella se peleó con su cremallera, hasta que pudo abrirla, bajándole los pantalones hasta los tobillos. Metió la mano dentro de sus calzoncillos y sacó una polla gorda y rígida, que comenzó a menear de arriba a abajo. Él puso sus manos sobre el delicioso culo de Rosa y la levantó con facilidad, rozando su espalda contra la pared. La cabeza del tipo se movió a todos lados mientras devoraba aquel apetecible melocotón.
Los labios de su coño abrían paso a su boca y lengua, haciendo que se cerraran y abrieran, a medida que recorría su raja. A ella se le aceleraba la respiración por momentos, sobre todo cuando él encontró su clítoris y se puso a trabajarlo concienzudamente. Luego bajó a la temblorosa chica hasta el suelo, y comenzó a besarla otra vez. Ella puso las manos a los lados de la cabeza, como hacía siempre, apartándose la melena negra hacia atrás, y permitiéndome ver con todo detalle cómo aquella boca lujuriosa tragaba con ansias aquella polla, lamiendo lentamente hasta los mismísimos huevos, que le acariciaba con la mano. Uno detrás del otro, se los metió en la boca para saborear su firmeza. Después ella empezó a lamer sus huevos mientras le agarraba la porra. Rosa puso sus manos sobre la base de aquel falo hinchado y las movió al mismo ritmo que su boca. Pero yo, alarmado por lo que veía, y con miedo de que me pudieran descubrir, me fui sin hacer ruido. Aunque siempre me hubiera gustado ver como la zorra de Rosa se tragaba el semen del jefe, pero no pudo ser.
Un día que estaba reparando un vídeo, Rosa se me acercó, me puso la mano sobre las bolas y me las apretó un poco.
– ¿Por qué no echamos un polvete, muchachote? – me dijo, mientras sus dedos se paseaban sobre el enorme bulto que se estaba formando.
Me ayudó a quitarme los pantalones, y me sacó los calzoncillos a toda prisa. Sentí sus húmedos labios alrededor de mi polla, y entonces un gemido de placer escapó de mi garganta, mientras su lengua jugueteaba con mi glande, y casi le lleno la boca con mi espesa crema, pero interrumpí su espléndido trabajo porque no quería correrme en ese justo instante. Le dije que se echara en una mesa y se dispusiera a gozar con todo lo que tenía para darle. Le gustó la perspectiva, se quitó el vestido y se bajó las empapadas bragas hasta sacarlas por los tobillos. Se sentó encima de la mesa, abriéndose totalmente de piernas y colocando los pies en las esquinas. Pero antes de que la penetrara me insistió en que le metiera la lengua en el coño.
Pero la idea de correrme dentro de ella era tan tentadora que no podía ser ignorada. Rosa sacó un condón de su bolso y me lo colocó con su boca. Apunté con la punta de mi polla y di en el blanco. Seguidamente mi miembro entraba y salía de su raja, luego le di de nuevo, un repaso a su sabroso coño, cuyo olor me subyugaba. Ella gemía de placer, mientras la penetraba más y más profundamente. La sensación de su coño enfundando mi polla era puro delirio. Seguí bombeando hasta que sentí cómo me hervían las pelotas. Se la saqué y me quité la goma a toda prisa. Ella ofreció su boquita pecadora. Un rápido lechazo la golpeó en plena cara, sobre sus cejas, mejillas, sobre su nariz, boca, sobre sus parpados cerrados, y también salpicándole el pelo. Sacó la lengua de su boca para alcanzar todo el semen que podía recoger, el resto se lo fue acercando con los dedos hasta que se limpió completamente, excepto los restos del pelo que se los limpio con su braguita, que metió después en su bolso.
– No te creas – me dijo – Me encanta el semen recién salido de su envase, porque rejuvenece.
– Anda, tú lo que eres es una viciosa – le respondí.
– No, no, es que tiene oligoelementos, vitaminas y minerales. Y además me gusta su sabor, sobre todo el tuyo – siguió explicándome ella.
Aquel mismo día comimos juntos. Mientras tanto, en los ojos de Rosa se encerraba el deseo de comprobar de nuevo mi virilidad, conocer al “nuevo hombre” en que yo me había transformado, ya que hasta ese día no la había penetrado nunca.
Por la tarde, más allá del horario de oficina, los dos nos encontramos en su piso. La coloqué apoyada en la pared, la besé en la boca y llevé una de mis manos debajo de su falda para palpar un coño sin bragas, caliente y en el que un clítoris agitado ya me estaba llamando.
Sin más pérdida de tiempo nos lanzamos al goce. Fuera las ropas, nuestros cuerpos se buscaron con la piel ardiente, nuestros genitales en la máxima dimensión y con unas manos que sabían lo que querían obtener. Besé la línea que dividía los cachetes del culo y, al momento, me tumbé para lamer el pubis encabritado y toda una obra de arte, humedecida y muy agitada, que me saludó con unos chorritos de caldos.
Beber en fuente vibrante y ardiente, con unos muslos que se cerraban cada vez más. Los tuve que controlar con las dos manos, y a la vez, Rosa se acariciaba los pequeños pezones y estiraba el cuerpo con su cabeza ligeramente vencida hacia atrás. Montada en mi boca le estaba permitiendo gozar de una realidad prometedora. A ella le gustaba ser dominada de aquella manera. Se movía como se la estuviera follando con la boca, apretando su coño sobre mi boca y hacía que recorriera su coño de punta a punta con mis labios, lengua y nariz. Estaba posesa, con tanto frotamiento y con mi cara más hundida en su coño, yo creía ahogarme.
Cuando se corrió, me levanté y la metí hasta el fondo de su chorreante chocho. Rosa empezó a balancearse de derecha a izquierda, como si el hierro candente que yo le había encajado en las entrañas le estuviera brindando un placer superior al que podía soportar. Para entonces los desplazamientos de mi polla ya eran más rápidos, sin perder en ningún momento la profundidad de las perforaciones. No pude aguantar más y me corrí.
Después esperó unos segundos, dejando que yo soltara mi carga de semen. Los dos pensábamos que nos quedaba mucho tiempo por delante. Poco más tarde, ella se separó de mi polla semiflácida y se arrodilló en el suelo. Yo supe que me tocaba echarme en la cama y así recibí una felación recuperadora.
Desde entonces cambiaron más aún las cosas eróticas entre Rosa y yo, ella estaba más satisfecha ya que yo también la follaba, con lo cual la chavala tenía dos pollas duras a su disposición.
Saludos.