Relato erótico

Sexo casual

Charo
21 de enero del 2019

El pueblo que había escogido para pasar unos días, estaba en la ruta del Camino de Santiago. Se sentó en un parque y se entretenía viendo como pasaban los peregrinos. Una chica se paró en la fuente a beber, era guapa y sensual.

Andrés – Pamplona
Este verano tuve un encuentro que yo calificaría como providencial. Me encontraba veraneando en un pueblo por el que pasa el Camino de Santiago, huyendo del estrés de la rutina diaria. Buscaba un lugar tranquilo, un lugar que me permitiese descansar y dedicar tiempo a mí mismo. Había elegido la localidad donde me hallaba porque cumplía todas esas condiciones, y a parte, su historia, su paisaje, su gastronomía y sus gentes, me invitaban a pensar que recordaría con agrado aquellos días.
Como he dicho antes, el pueblo es parte del Camino de Santiago, y en los pocos días que llevaba allí, raro era el que no viera peregrinos que pasaban por el lugar. Unos caminaban en grupos más o menos numerosos, otros en solitario. Unos a pie, otros en bici, y los menos, a caballo. Había gentes que claramente eran foráneas, unos del norte y centro de Europa, con sus pieles sonrosadas por soportar en su piel el castigo del sol del verano español; otros orientales, que caminaban estoicamente, avanzando paso a paso, sin descanso, llamados aquí por quien sabe qué razón; y como no, también había españoles, procedentes de todos los rincones de España; andaluces, catalanes, madrileños, vascos…
Yo me distraía sentado en un banco del parque del pueblo, leyendo, y de vez en cuando dedicado a ver pasar a todas esas gentes. Siempre me ha gustado observar a la gente, y me gusta imaginar sus historias. En eso estaba, cuando vi que una peregrina se aproximaba renqueante a donde yo permanecía. La verdad no parecía que caminase muy bien, y aparentemente cojeaba un poco.
A pocos metros de mí había una fuente, y la chica se detuvo para beber en ella. Se quitó el sombrero que llevaba, liberando una melena morena y rizada que llamó mi atención. Como ella misma me confesaría más tarde, se veía como una chica normalita, pero aquel pelo rizado le confería cierto atractivo. Sus labios se acercaron al chorro de agua, y bebió con avidez. Con un gesto no carente de cierto erotismo, su lengua atrapó las gotas de agua de sus labios, relamiéndose. Refrescó su cuello y su nuca mojando un pañuelo, y también su generoso escote, que brillaba por el sudor y la humedad dejada por el pañuelo. Me fijé con más atención en esa parte, y la verdad, que inclinada como estaba hacía mí, la panorámica era espectacular. ¡Menudo canalillo! Eso sí que eran un par de tetas… Embelesado por esa visión, yo casi no parpadeaba. Ella seguía refrescándose, y yo cada vez me ponía más malo y mi polla que ya despertaba poco a poco, terminó de dar el último estirón ante lo que ella hizo a continuación. Abrió un botón más de su blusa, y se refrescó el pecho con el pañuelo. Se dio aire haciendo abanico con la mano, mientras mantenía los ojos cerrados, disfrutando de la sensación de frescor. ¡Vaya par de tetas…!, pensé.
Hipnotizado como estaba, casi no me dio tiempo a reaccionar cuando ella se dirigió a mí, o mejor dicho al banco en el que yo estaba, y se sentó a mi lado.

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Era el único con sombra, así que la elección no estaba fuera de lugar. Me sonrió y me dijo “hola”, mientras empezaba a descalzarse. Se quitó una de las botas que llevaba, y tras quitarse el calcetín, vi que presentaba una gran ampolla. Hizo un gesto de dolor, y comprendí que le molestaba bastante. Se ve que tantos kilómetros, y un calzado nuevo, no habían sido la mejor combinación.
Empezamos a hablar, y le pregunté cosas sobre ella. Me contó que se llamaba Aurora, y que era su segundo año haciendo el camino de Santiago, ya que lo hacía por etapas, cada año un tramo. Dijo que había pecado de pardilla, ya que no había caído en la cuenta de que un calzado sin domar podría provocarle problemas. El año anterior no había tenido ese contratiempo, ya que eran botas usadas, pero este año ni lo pensó. Parecía una chica simpática, y mientras descansaba estuvimos hablando un rato. Me contó que era de Jaén, y la verdad que su acento andaluz la delataba, pero como tampoco conozco mucha gente de Andalucía, no había podido situarla por completo. Durante la conversación ella no dejaba de inclinarse y masajear sus pies, con lo cual sus tetas quedaban colgando ante mis ojos, y creo que más de una vez me pilló mirándoselas, pero no dijo nada al respecto. ¡Eran como un imán para mi vista!
Me ofrecí a darle yo el masaje en los pies, y ella aceptó. No sé porque lo hice, pero supongo que la posibilidad de tocar su piel, fue lo que me indujo a hacerlo. Colocó el pie sobre mi regazo, y apliqué mis dedos en él. Se veía cierto grado de satisfacción en su cara, y supe que le estaba causando placer con mi masaje. Por la expresión de su rostro parecía que iba a alcanzar un orgasmo, y no sé cómo me atreví, pero hice un comentario jocoso al respecto.
Entre risas me dijo que poco le faltaba, y que como se me diesen todos los masajes igual que ella se apuntaba. Le contesté guiñándole un ojo, y diciéndole que cuando quisiera. Ella sonrió y me dijo que me tomaba la palabra y que quedaba pendiente.
Me dijo que debía continuar su camino, y que había sido un placer hablar conmigo. Se puso el calcetín con muestras de fastidio, pero al intentar ponerse la bota, los gestos eran de algo más que fastidio. Le comenté que con el pie así iba a tardar una eternidad en llegar al siguiente albergue. Se quedó pensativa unos instantes, y dijo que tenía razón. Había cierto tono de frustración en su voz, pero era consciente de que necesitaba descansar. Me ofrecí a acompañarla al hostal en el que yo estaba, no era muy grande pero a lo mejor tenían sitio. Resignada a no poder continuar, aceptó, y la acompañé a mi alojamiento.
Cuando llegamos hablamos con la dueña; la presenté como una amiga, sin decirle que la había acabado de conocer. Nos dijo, que lo sentía mucho, pero que justo había acabado de reservar la última habitación. Era temporada alta, y aunque el resto del año estaba prácticamente vacío, en esos meses solía tener ocupación completa. Aurora se sentó pesarosa, preguntándose qué podía hacer ahora. Se me ocurrió una idea, le ofrecí quedarse conmigo en mi habitación. La había presentado como a una amiga, y la dueña no iba a poner pegas. Ella primero me miró recelosa, en plan… “mira como aprovecha…”, pero lo pensó un poco y dijo que aceptaba, pero que sólo si pagaba la mitad de la habitación. Yo me negué, y dijo que entonces no. Al final acordamos que ella invitaría a cenar y en eso quedamos.

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La acompañé a la habitación, y cuando vio que había una sola cama, volvió su mirada de “mira como aprovecha…”, pero no dijo nada al respecto. Dijo que quería ducharse antes de cenar y me pareció lógico, después de un día caminado, así que la esperaría en la recepción, pero me dijo que no hacía falta, que ella se duchaba rápido. Cogió algo de ropa de su mochila y se metió en el baño. Oía el agua resbalar por su piel y me la imaginaba mojada… En esos pensamientos estaba cuando ya salió. Riendo me dijo que hubiese estado bajo el agua durante horas, pero que no hubiese sido justo hacerme esperar tanto. Su sonrisa era bonita, y con el pelo húmedo también estaba atractiva. Me pregunté si más partes de su cuerpo estarían húmedas. Le ofrecí unas sandalias de playa que había llevado conmigo, para que pudiese andar más cómoda, y me lo agradeció. Me dijo que la estaba tratando como a una reina, y que tenía mucha suerte de haberme conocido. Respondí que la suerte había sido mía y nos fuimos a cenar.
Yo elegí el sitio, y aunque la oferta no era mucha, mis días anteriores me habían permitido encontrar un sitio acogedor, dado a una cena romántica. En mi mente, que en un principio no albergaba mayor intención que el de ayudar a una “dama en apuros”, ahora bullían mil ideas de cómo podría llevármela a la cama, es decir, follármela en toda regla. El tópico es que los tíos siempre estamos pensando en lo mismo, y debe ser verdad. Además, no sé porque, la veía receptiva. Reía con mis gracias, ponía mirada pícara de vez en cuando y seductora otras. Tenía la sensación de que esa noche me la follaba. O me follaba ella a mí… que también hay que verlo desde ese punto de vista.
Al final y tras unas copas de vino y una suculenta cena, nos volvimos a la posada. El vino había hecho efecto en los dos, pero más en Aurora, que estaba muy extrovertida y cariñosa.
Llegados a la habitación se colgó de mi cuello y mirándome a los ojos mientras inclinaba su cabeza hacía un lado me confesó melosa que estaba caliente, que entre unas cosas y otras llevaba ya un mes sin echar un buen polvo y que ya era hora de romper esa estadística. Nuestras bocas se fundieron en un beso y acabamos desnudándonos el uno al otro. Mi lengua jugaba con la suya, mis manos se multiplicaban recorriendo su anatomía. Aurora tenía buenas curvas, y mis dedos las recorrían. Me aferré a su culo, que no era pequeño, pero que ya me imaginaba ante mí cuando la tuviese a cuatro patas, y eso me la puso aún más dura.
Clavé mis ojos en sus tetas cuando al final quedaron desnudas, y si con ropa eran impresionantes, desnudas eran maravillosas. Grandes, redondas y firmes. Con areolas marcadas y de un buen tamaño. Sus pezones duros mostraban su excitación. Acerqué mi boca a ellas y las mamé con gusto. Gemidos escaparon de su boca. Pellizqué los pezones, e incluso los mordí, tironeando con mis dientes de ellos. Aurora cada vez estaba más cachonda, y yo quería seguir descubriendo su cuerpo, pero ella también estaba ansiosa, y unas veces palpaba mi paquete, otras mi culo. Al final sacó mi polla, y tumbándome en la cama, comenzó a comerme la polla. Lo hacía bien y yo estaba disfrutando mucho. Ensalivaba el capullo y pasaba la lengua a lo largo del tronco. Me tenía la verga a su tamaño máximo. Yo mientras le tocaba el coño alargando el brazo para poder alcanzarlo. Estaba mojada y con ganas de polla. Sabía que con esa mamada que me estaba haciendo no iba a poder aguantar mucho, así que aparté su boca y mientras nos morreábamos aproveché para hacerle un dedo. Aún llevaba el tanga puesto, pero apartando la tela no me era muy difícil estimularla. Ella me meneaba la polla y me la mantenía dura con sus caricias, en su máximo esplendor.

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Tenía ganas de jodérmela ya, así que saqué los condones de la mesita de noche, rasgué el envoltorio de uno y me lo puse. La coloqué a cuatro patas, y sin quitarle el tanga, simplemente apartándolo a un lado, se la clavé. Su gemido y el mío fueron simultáneos. Había mucha tensión sexual acumulada. Bombeé con ganas aquel coño, dándole caña. Veía su cara reflejada en el espejo del armario, desencajada de placer, y sus gloriosas tetas bamboleándose con cada sacudida de mi polla. Los huevos golpeaban aquel tremendo culo, y el coño hacía “chof chof” con cada bombeo. La estaba montando como merecía semejante hembra y si seguía a ese ritmo no iba a tardar en correrme. Ella, que desde el principio estaba más cachonda que yo, se me adelantó, y después de unos gemidos que se podían confundir con gritos, acabó por llegar al orgasmo. Quedó desmadejada sobre la cama, con mi polla en su coño. La follé suave, para no sobre estimularla. Ella gemía ahora bajito, gemiditos suaves y apenas audibles, como si estuviese ida, en una nube.
Al cabo de un rato de este ritmo pausado, saqué mi polla. Su coño se quedó abierto, con sus jugos asomando. Poco a poco se fue cerrando, como resistiéndose a terminar el polvo. Aurora se dio la vuelta, y se abrió de piernas, ofreciéndose a que la siguiese follando. Su mirada era lánguida, como en un sueño, mostrándose más bien pasiva, incluso sumisa. Volví a penetrarla y esta vez tenía sus tetas al alcance de mi boca, con lo cual se las comía mientras la montaba. De nuevo volvió a estar más activa, y a medida que la follaba, ella gemía cada vez con más fuerza. Me dijo que quería mi leche en sus tetas, así que cuando noté que ya no aguantaría mucho más, saqué la polla y me quité el condón, di unas cuantas sacudidas a mi polla, y derramé la leche en sus tetas. Salía en chorros largos y bien dirigidos, que se extendieron por su piel en forma de gotas blancas y espesas. Ella mientras se hacía un dedo y no tardó en correrse delante de mí. Acabamos los dos exhaustos, desnudos sobre la cama, piel con piel.
Aurora no terminó ese año el tramo del Camino de Santiago que se había propuesto, pero en el resto de días que le quedaban, folló a base de bien. No todo es ganar el jubileo.
Un beso y hasta pronto.

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