Relato erótico
No es lo que parece
Cuando se encontraba con su vecina le daba la impresión de que era una mujer muy clásica y poco comunicativa. Un domingo la vio salir para ir en bicicleta y su atuendo le dejó sin respiración
Hugo – La Rioja
Hola amiga Charo, quiero contar lo que sucedió con mi vecina, la cual, ahora es mi gran amiga. Yo siempre la había visto como una de las vecinas solteronas, que no faltaban a las reuniones del edificio para quejarse del volumen en que los jóvenes escuchaban la música.
Siempre iba vestida muy formal y eso me hacía verla como una persona seria, con la que no pasaría de un “buenos días”. Casualmente nunca la había visto los fines de semana, hasta el día en que coincidimos un sábado en el ascensor. La veía tan diferente, tan linda, tan voluptuosa, con ese pantalón blanco tan ajustado, de aquellos que se ponen las mujeres en el gimnasio, y con esa camiseta pegada a su pecho que le dejaba ver sus grandes senos.
Ese día no atiné ni a darle los buenos días, solo levante la cabeza y sonreí tímidamente. Lo que sí hice, como todo un caballero, fue cederle el paso, y por supuesto, girarme a mirar ese lindo trasero que devoraba las diminutas bragas, que solo asomaban un pequeño triángulo que se perdía en esas dos grandes y firmes nalgas. En ese momento, me di cuenta que no sabía ni su nombre y de inmediato lo pregunté al conserje del edificio. Él sonrió y me dio la información, no solo el nombre y el apartamento, sino además me contó que, todos los sábados salía al gimnasio y los domingos a montar en bicicleta.
– Siempre con esos pantaloncitos – remató.
En toda la semana no hice más que bombardear al vigilante con preguntas sobre Raquel, que así se llamaba, y no hacía más que esperar la hora en que me la encontraría de nuevo en el ascensor. Ahora yo no hacía más que fantasear con ella, con sus grandes tetas, en cómo me gustaría chupárselas, en cómo me gustaría oler esos tanguitas que se devoraban ese enorme culo, para saber cómo huele su lindo coño. Estaba tan caliente que decidí hacer un plan para contactarla, pues no podía llegar a su casa y decirle, “hola, que guapa eres”, no, tenía que planearlo para el domingo, cuando ella saliera a montar bicicleta, como según el vigilante siempre lo hacía.
Bien temprano le pedí al vigilante, el cual ya sabía mi plan, que me avisara por el intercomunicador cuando ella saliera. Yo ya tenía mi bicicleta lista y apenas sonó el timbre, salí rápidamente detrás de ella. Pensé en un primer momento que ella ya me llevaba mucha ventaja y que no podría encontrarla, pero rápidamente y como un faro, ese enorme culo me guió hacia mi meta. El resto del plan era alcanzarla, saludarla e inventarme que yo igualmente montaba todos los domingos y que podríamos seguir saliendo juntos.
Antes de seguir con la segunda parte de mi plan no pude evitar seguirla y admirar su hermoso cuerpo durante un rato, lo cual me ponía tan caliente que deseaba asaltarla, meterla en cualquier calle solitaria y allí y follármela. Mientras me pasaba ese pensamiento por la cabeza, la vi perder el control de la bicicleta e ir directa al suelo. De inmediato llegué hasta ella, la ayudé a ponerse de pie y a recoger su bici. Increíblemente, ella no solo me reconoció sino que además me saludó por mi nombre. Me dio las gracias y me pidió que la acompañara hasta el edificio, pues le dolía una rodilla.
Mientras caminábamos empezó a contarme cosas de su trabajo y de cómo aprovechaba los fines de semana para hacer deporte, mientras yo no dejaba de hacer rápidas miradas a sus increíbles tetas. En uno de esos movimientos ella se dio cuenta que la estaba mirando, de inmediato paró de hablar, sonrió y preguntó por mí. Yo le empecé a contar mi afición por el cine y claro está, desde ese momento dejé de mirarla tanto.
Cuando llegamos al edificio, el vigilante puso cara de terror al ver la rodilla de Raquel, pero ella misma se encargó de contarle su accidente. Yo me ofrecí para ayudarle a subir la bicicleta a su apartamento y ella aceptó, pues le seguía doliendo la rodilla. Al llegar me di cuenta de lo ordenada que era y eso me excitó al saber lo limpio que podría ser su cuerpo. A diferencia de mi apartamento, el de ella, a pesar de lo pequeño, parecía más grande por la forma en que tenía organizado todo. Entonces Raquel me ofreció un zumo, que yo acepté complacido pues en ese momento mi plan iba más lejos de lo que esperaba de ese primer encuentro.
Ella se excusó un segundo para irse a cambiar de ropa, ya que se había ensuciado en la caída. En este momento fue cuando pude ver todo su precioso cuerpo gracias al espejo que ella, por descuido o con toda la intención, pasó por alto. El espejo reflejaba todo lo que sucedía en el único cuarto y gracias a la ubicación que yo tenía podía ver todo lo que sucedía en éste.
Primero se quitó la camiseta y de inmediato salieron esas enormes tetas, que aumentaron aún más su tamaño al salir de esa prisión en que estaban y yo, en ese momento, empecé a tener una erección bárbara. Pero el espectáculo aun no había terminado. Después, como si supiera que la estaba observando, y todavía me pregunto si ella era consciente de eso, comenzó a bajar lentamente su pantalón y apareció de inmediato ese tanga con el que había soñado tanto. Su culo se abría apuntando hacia el espejo y claro, por su reflejo, directamente a mí. No podía creer en mi suerte.
Se puso una bata estilo japonés y salió hacia la cocina, sirvió el zumo, me lo dio y se sentó en un sofá frente a mí, mientras yo trataba de cubrir mi erección con mis manos. Ella continuó haciéndome preguntas sobre cuánto tiempo llevaba en el edificio, si tenía novia y también se reía al saber lo cerca que vivíamos y no nos conocíamos, con lo cual yo estuve absolutamente de acuerdo.
Mientras hablaba de su fascinación por el deporte, al cruzar la pierna, se asomó su minúsculo tanga, que se notaba ensombrecido por los pelos de su coño. Me quedé mirando su entrepierna y empezó de nuevo a crecer mi polla. Fue tanto mi asombro, que Raquel se dio cuenta y me dijo sonriente:
– No soy tonta y me he dado cuenta que, desde que nos hemos conocido,
no haces más que mirarme.
Yo solo guardaba silencio y entonces ella, de repente, se abrió la bata y me dijo:
– Así te ahorro el esfuerzo de espiarme.
No podía creer que me estuviera ofreciendo todo su cuerpo. Me quedé unos segundos como una estatua y después, sin aguantar un momento más, me lancé directo a sus tetas, las que empecé a succionar salvajemente hasta que Raquel, tomando mi cara, me empezó a besar. Así estuvimos un buen rato, pero mi meta era otra.
Empecé a bajar lentamente lamiendo todo su cuerpo, que por el ejercicio estaba salado por el sudor, al llegar a su coño no aguanté la emoción y empecé a lamer su tanga. No podía parar, después lo aparté, y empecé la tan deseada comida de chocho. No paraba de gemir y de pronto me dijo que se corría, apresé su clítoris con mis labios y sorbí toda su corrida. Entrecortadamente me dijo que la follara por favor que quería mi polla. Me incorporé, la puse a cuatro patas y mirando aquel maravilloso culo, le aparte las nalgas y se la metí en el chocho hasta el fondo. Empecé la follada, mis huevos chocaban contra su culazo y sus tetas se balanceaban como dos grandes campanas.
Yo estaba llegando al límite y la muy guarra me pedía más y más. A los pocos minutos le dije que estaba a punto de correrme, y dijo que no me corriera dentro, que quería tragarse mi leche. Quedé desconcertado, normalmente las mujeres que yo conocía se hacían las estrechas cuando les había pedido que se la tragaran. Se sentó en el sofá, se metió la polla en la boca y mientras con una mano me hacia una paja, con la otra me agarraba bien los huevos. No pude resistir mucho más y me corrí como un cerdo. Note que aquella suave presión que propinaba a mis huevos, me había proporcionado más placer que nunca. La leche seguía saliendo como un torrente y casi no le daba tiempo a tragar. Le salía por la comisura de los labios y caían gotas sobre sus tetas. Cuando terminé, me limpio la polla a fondo y se restregó la leche que se había derramado sobre sus pechos, como si fuera crema.
Quedamos agotados y sin decir palabra, Raquel me abrazó fuertemente, a lo que yo correspondí y así nos quedamos un buen tiempo encima del sofá.
Ahora salgo casi todos los domingos a montar en bicicleta con Raquel y en muchas ocasiones recordamos y repetimos, desnudos y en su cama o en la mía, lo que hicimos en el primer día en que nos conocimos.
Besos de los dos.