Relato erótico
No era tan buen amigo
Un amigo de su marido se había separado y estaba pasando por un mal momento emocional y laboral. Lo invitaron a su casa para que viviera con ellos una temporada, mientras encontraba trabajo y se recuperaba, pero…
Carmen – Huelva
Todo comenzó, el año pasado, cuando Alejandro mi marido, trajo a vivir a nuestra casa a un amigo suyo, llamado Daniel. Aparte de que los dos se criaron en la misma región, estudiaron juntos y todas esas cosas, ambos tienen una fuerte afición por el fútbol, al grado que la mayoría de los fines de semana salían a jugar en el mismo club. Pero al parecer Daniel, según me contó Alejandro, se había divorciado de su mujer porque ella lo acusaba de serle infiel. Después del proceso Daniel quedó en la calle, literalmente, por lo que mi marido, decidió brindarle todo su apoyo, al punto que como ya dije lo llevó a vivir a la casa, mientras como decía Alejandro, levantaba cabeza nuevamente.
Desde el primer día que llegó Daniel, lo traté como de la familia. Realmente es un hombre atractivo, simpático y de trato amable cuando él quiere pero apenas se instaló en nuestra casa, comenzó hacer de las suyas. Durante un tiempo no me di cuenta, hasta que ya fue muy tarde, ya que él, a diferencia de Alejandro, no trabajaba, ya que en el proceso de su divorcio perdió también su negocio de masajes. Supuestamente estaba buscando empleo, pero siempre regresaba a casa con el mismo cuento, de que no había conseguido nada y en muchas ocasiones Alejandro hasta le daba dinero de nuestra cuenta de ahorro, para que el pobre Daniel se sintiera mejor. Para esos momentos yo tenía un trabajo de media jornada en las tardes, por lo que por las mañanas me quedaba en casa. Al principio, Daniel llegaba por la tarde después de que yo me marchaba, pero poco a poco comenzó a llegar más temprano o simplemente no salía.
Pero entonces me hacía compañía, siempre tratándome de una manera muy cortés y dulce. Además era mi confidente en ciertos aspectos y como sí fuera poco, hasta me ayudaba con los quehaceres de la casa, los cuales realizábamos juntos. Ya me había acostumbrado tanto a su presencia, que en ocasiones ni me molestaba en ponerme nada después de levantarme, es decir me quedaba con mi pequeño pijama puesto, sin nada más.
Un día en que Alejandro salió más temprano de lo usual para su trabajo, Daniel me sorprendió llevándome el desayuno a la cama y lo que más me agradó fue ver un pequeño florero con una solitaria rosa. Después de que desayuné, me levanté y él me ayudó a mover unos muebles. En cierto momento mientras empujábamos el sofá de la sala, nuestros cuerpos quedaron bastante pegados, tanto que pude sentir su calida respiración sobre mi nuca, me di la vuelta y sus ojos y los míos quedaron frente a frente, sus labios y los míos se rozaban, mi corazón latía intensamente y de momento sin decirnos una sola palabra nos comenzamos a besar con una ardiente pasión que jamás sospeché pudiera existir entre Daniel y yo.
El sofá que estábamos empujando fue nuestro lecho de amor. Nos recostamos en el, mientras que nos seguíamos besando con mayor intensidad, sintiendo como sus manos acariciaban todo mi cuerpo, sobre el corto pijama, que yo llevaba en esos momentos y que me fue quitando lentamente, a medida que continuábamos besándonos.
En cierto momento pensé en Alejandro, como era posible que le fuera a ser infiel con su mejor amigo y estaba a punto de levantarme del sofá, pero los ardientes besos de Daniel borraban de mi mente todo lo que había estado pensando y simplemente me entregué sin oponer la menor resistencia. En cierto momento quedé completamente desnuda, mientras que Daniel de inmediato se comenzó a quitar toda la ropa y yo lo ayudaba bastante apurada, deseaba seguir de inmediato sintiendo sus besos, sus caricias, su aliento, sus manos y a él dentro de mi. En cuanto se quito el bóxer, yo sin perder tiempo, abrí las piernas. Daniel se acomodó sobre mi cuerpo desnudo y deseosa de que me penetrase, fui yo la que busqué su boca para seguir sintiendo sus calidos labios contra los míos, en esos momentos comencé a sentir como su miembro comenzaba a penetrarme, mi coño estaba completamente húmedo y más que lubricado. En cosa de segundos ya estaba disfrutando por completo del contacto de todo su cuerpo sobre el mío. Mi mente, que se me nubló, no pensaba en otra cosa que no fuera el seguir disfrutando del placer que Daniel me proporcionaba. Tanto él como yo movíamos nuestros cuerpos con un ímpetu tremendo, era algo de locura, nos seguíamos besándonos y acariciándonos mutuamente. De pronto su boca comenzó a chupar deliciosamente mis pezones, mientras sus manos me tenían agarrada por las nalgas apretándome con fuerza contra su cuerpo.
Al rato cambiamos de posición, yo me di vuelta mientras que él se colocó sobre mi cuerpo, volviéndome a penetrar, para casi de inmediato sentir una de sus manos de manera traviesa como me apretaba el clítoris, con sus dedos. Sentía con placer como su verga entraba y salía por completo de mi coño, mientras que yo movía mis caderas con fuerza contra su cuerpo.
Mi excitación era tal, que cuando me llegó el orgasmo, en lugar de gemir grité como una loca, con bastante pasión. Daniel por un corto rato continuó moviéndose sobre mi cuerpo, hasta que me apretó con fuerza entre sus brazos, y se corrió llenándome el chocho de leche. Por un buen rato nos quedamos sin movernos, hasta que de pronto nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho.
Yo era la mujer de Alejandro y él su mejor amigo, no sé pero me dio una especie de ataque de culpa, que hasta me puse a llorar a su lado. Daniel me consoló diciendo, que eso había sido algo que ninguno de los dos, habíamos querido que sucediera pero sucedió, que lo mejor era que procurásemos controlarnos, por el bien de Alejandro. Yo le di la razón en todo, hasta nos dijimos, que nunca más, eso volvería a pasar entre nosotros. Daniel después de vestirse salió de la casa, mientras que yo arrepentida de lo que había llegado hacer me fui a bañar. Desde ese momento comenzó mi calvario, en realidad no sabía lo que sentía por Daniel, tenía tal confusión en mi mente, que en ocasiones pensaba en confesárselo todo a Alejandro.
Al tercer día, que Daniel volvió a quedarse sin salir de la casa, nos pusimos a conversar a petición mía. Cuando le comenté la idea de decírselo a mi marido, fue el mismo Daniel quien me recomendó que no lo hiciera, por que la noticia lo destruiría. Pero al mismo tiempo nos fuimos acercando, hasta que de momento nos comenzamos a besar nuevamente. En esos momentos recién yo había salido de darme una ducha y nada más llevaba puesta mi bata larga de baño, por lo que el que me quedase completamente desnuda frente a Daniel nuevamente, fue algo que se podía esperar.
Daniel me llenó de besos por todo mi cuerpo, hasta que sus labios se posaron sobre mi coño y cuando sentí su calida lengua y sus labios chupando mi clítoris, ya me encontraba entregada y todo lo que, segundos antes habíamos hablado, ya no me importaba.
Al tiempo que me lo chupaba divinamente, sentí como iba introduciendo gran parte de su mano dentro de mi coño, lo que me excitó mucho más todavía. Yo estaba nuevamente acostada en el sofá de la sala completamente desnuda, con las piernas bien abiertas, disfrutando de todo lo que Daniel me estaba haciendo y moviendo mis caderas como una loca. Nunca en mi vida de casada ni de soltera, había tenido un orgasmo como que el que me provocó Daniel en esos momentos. Después él se bajó los pantalones y con la misma ardiente pasión, volvió a penetrarme. Pero a medida que metía y sacaba su verga de mi coño, yo como una loca le pedía más. Daniel me preguntaba con insistencia, si me gustaba a lo que yo respondía que sí, sin tan siquiera pensarlo.
Nuevamente volví a tener otro ardiente orgasmo, al tiempo que Daniel también alcanzaba el clímax, llenando todo mi coño con su semen. Fue como dicen los biólogos, un acto reflejo y apenas separamos nuestros cuerpos, me vino ese sentimiento de culpa que me destrozaba toda. Hasta que Daniel me dijo, que no me sintiera así. Cuando lo oí comencé a calmarme, y de inmediato me preguntó qué sentía por él realmente. En ese instante estaba tan confundida avergonzada y apenada, que no atinaban a salir las palabras de mi boca, realmente no lo amaba, era algo muy diferente a lo que sentía por mi marido, pero no se lo dije por vergüenza. Daniel siguió hablando para decirme.
– Tu no me amas, amas a Alejandro, lo nuestro es simplemente atracción física, deseo de la carne – aunque no lo crean, entendí que sus palabras tenían mucho sentido, después continuó diciéndome – Por más que tú y yo queramos no volver a tener relaciones entre nosotros, sí continuo viviendo aquí, las vamos a volver a tener y cada vez más salvajes, por lo que lo mejor que puedo hacer es mudarme hoy mismo.
Al oír sus palabras se me escapó un fuerte “no”, pero de inmediato tapé mi boca con mis manos y Daniel continuó diciendo:
– Ves, lo nuestro no es amor, es tan solo una necesidad física que ambos tenemos.
Después me propuso que no nos resistiéramos, que lo más probable es que no volviéramos a tener sexo. Pero no fue así, con la idea de que entre él y yo lo que existía era únicamente simple atracción física y sexual, de que si me acostaba con él no era por amor, volvimos hacerlo en múltiples ocasiones más.
Pero un día ocurrió un pequeño cambio. Alejandro le había conseguido empleo, del que Daniel me dio la impresión de que no estaba muy contento, pero comenzó a trabajar de inmediato y al mes finalmente se mudó de nuestra casa.
Durante unos cuantos meses no supe nada de él hasta que, sin avisar, se presentó a casa después de que Alejandro se había marchado al trabajo. Apenas me vio trató de reanudar nuestras relaciones, pero yo ya había decidido que no le sería nunca más infiel a mi marido. Daniel se marchó molesto por mi decisión y lo siguiente que supe de él era que la empresa lo había enviado a sus oficinas fuera del país. Pensé que todo había felizmente terminado entre Daniel y yo, pero no fue así. A los pocos días mi marido recibió un correo electrónico de su gran amigo y compañero del alma Daniel, en el que aparte de contarle que él y yo habíamos tenido infinidad de encuentros sexuales durante todo el tiempo, que él estuvo viviendo en nuestra casa y no conforme con eso, sin que yo me percatase, en varias ocasiones tomó fotos y también videos, los que adjuntó al correo electrónico. Desde luego que yo no sabía nada de eso.
– ¿Cómo te has atrevido a hacer todo eso? – oí de pronto gritar a Alejandro.
Al principio no supe de que hablaba, no me imaginaba lo que Daniel había hecho y cuando le pregunté qué sucedía, Alejandro me tomó a la fuerza por el brazo y me llevó hasta el ordenador. Después de ver lo escrito y algunas de las fotos, lo único que pude decir fue:
– Lo mío fue una infidelidad ocasional, pero tú fuiste el culpable al traer a casa a ese desgraciado.
Cuando Alejandro oyó lo que le dije se quedó como pasmado, sin saber que responder, lo que yo aproveché para contarle todo lo sucedido pero desde mi punto de vista, en el que le daba a entender que yo fui victima de las maquinaciones de Daniel. No se si me creyó, pero nunca más ha vuelto a decir una sola palabra sobre el tema y nunca más ha traído a un amigo a quedarse en casa.
Besos y hasta otra.