Relato erótico

Locura de “amor”

Charo
7 de octubre del 2019

Ocurrió cuando era joven, pero ahora, aunque han pasado más de 20 años sigue recordando a Teresa, su vecina. Le enseñó lo que es una “locura de amor”.

Pedro – GUADALAJARA
Quiero explicar este testimonio que significó mucho en mi vida. El gran amor que a mis 21 años sentí por una mujer mayor, y que fue ampliamente correspondido. Aún no he olvidado los buenos momentos que pasé con Teresa y durante mucho tiempo pensé que era el amor de mi vida.
Teresa tenía 55 años, era rubia teñida, morena de piel, piernas largas coronadas por unos glúteos verdaderamente enormes, y unas tetas enormes. Yo vivía en la planta baja de un edificio, y el piso de Teresa estaba frente al mío, puerta con puerta.
Vivía solo porque estaba estudiando y mis padres seguían en el pueblo ocupándose de su negocio.
A veces venia a mi casa para contarme si había pasado alguna cosa en la reunión de vecinos o cualquier otro tema. Cuando la veía allí, sentada en el sofá mi polla se ponía a mil, y cuando se iba, me la pelaba a su salud.
Una noche, oí como se despedía de su marido que iba con los hijos a celebrar el cumpleaños de los abuelos. Teresa no iba porque estaban de reformas en casa y no podían dejar solos a los operarios.
Pensar que estaba sola en casa me ponía cachondo y estaba pensando en que podría hacer para verla y llamaron al timbre.
Se disculpó por llamar a esa hora, eran casi las 12 de la noche, pero que de repente, al ver su casa toda revuelta por las obras la había deprimido y que había pensado que a lo mejor le permitía dormir en el sofá.

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Le dije que no había ningún problema, se tranquilizó y empezamos a hablar
Me dijo que era feliz con lo que tenía, pero que últimamente su relación con su esposo no funcionaba demasiado bien. Ya en confianza, me explicó que la vida sexual en la pareja es una parte importante y un complemento del amor, por lo cual era de entender que está situación la tenía algo triste.
Me acerqué y la abrace para consolarla y de pronto, nos estábamos besando apasionadamente. Mis manos recorrían su cuerpo, no podía parar. Le desabroché el vestido y empecé a comerle las tetas. ¡Qué locura! Eran grandes, duras y con unos enormes pezones. Teresa empezó a gemir, diciendo:
– ¡Así, así… bésame más… hazme sentirme mujer!
Estábamos excitadísimos y de repente se levantó, me llevó contra la pared y lentamente me fue desnudando.
Cuando bajó los pantalones del pijama mi polla salió disparada. Estaba dura y babeando. Lamió y relamió el capullo limpiándolo de todo el líquido previo a una corrida mientras, con una mano, me hacia una paja increíble.
Se la metió en la boca hasta que le todo la garganta y lentamente, la mamaba con una maestría que me estaba llevando a una corrida inevitable.
Teresa se dio cuenta y aceleró la chupada, me decía que me corriera, que quería mi leche. Fue oír estas palabras y le solté tal cantidad de leche que casi se ahoga.
Me temblaban las piernas y no podía moverme, entonces, Teresa me cogió de la mano y nos fuimos a mi habitación. Se desnudo totalmente y se tumbo en la cama diciendo:

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-Ahora me gustaría que me comieras el coño. Hace tanto tiempo que mi marido no lo hace que lo necesito.
Hacía pocos días que había visto una película porno en la que a una mujer le comían el chocho tumbada en una mesa y el tío sentado. Le dije que iba a hacérselo pero que cambiaríamos de escenario.
Nos fuimos al salón, quité lo que había en la mesa, puse una colcha para que estuviese cómoda y la acerqué hasta el borde de la mesa. Cogí una silla y me senté.
Para mi sorpresa, llevaba el coño totalmente depilado, lo cual me permitía ver su excitada pepitilla y podía recrearme en mi “trabajo”.
Empecé a pasar la lengua por toda la raja y a besarle el chochito. Teresa se agitaba y colocó muy suavemente sus manos sobre mi cabeza. Noté que cuando le rozaba el clítoris presionaba para que no me apartar de allí. Creí que era el momento de llevarla a un orgasmo bestial.
Separé los labios, dejé el botoncito liberado y empecé a mamarlo, lamerlo y succionarlo sin parar. Ella gritaba que no parara y apretaba mi cara con fuerza. De pronto sus caderas se arquearon y vi que quería apartarme para correrse. No se lo permití e insistí en la rapidez para que se corriera. Menudo orgasmo tuvo, no se acababa nunca, casi me atraganto.
Teresa quería levantarse, pero le dije que ni se le ocurriera. Yo no era un experto comiendo chochos, pero una amiga mía que me enseñó, me explicaba que cuando ya has tenido un orgasmo, el clítoris queda tan sensible que a partir de aquí es como una locura el gusto que sientes. Y así lo hice.
Chupaba despacito y su clítoris crecía y estaba hinchado. Lo lamia suavemente durante un ratito y de pronto lo mamaba hasta que volvía a correrse. Creo que llegó a correrse seis o siete veces.
La incorporé y la cara de vicio que tenía me puso la polla más tiesa de lo que la tenía. Dijo que nunca en su vida se había corrido tantas veces y que quería hacerme un “regalo”. Me ofrecía su culo, virgen todavía ya que nunca le había permitido a su marido que se la metiera.
No me lo podía creer, siempre había deseado darle por el culo a una mujer y saber lo que se sentía al meterla en un agujero tan estrecho.

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Fuimos a mi habitación y recordé que tenía vaselina en el baño. Teresa ya se había colocado a cuatro patas y me estaba esperando. Primero le comí el culo, y se lo unté de vaselina así como mis dedos.
Me coloque debajo de ella, le dije que se bajara un poco para poder comerle el coño y mientras lo hacía le iba metiendo, primero un dedo y luego otro en el ojete. Me llenó la boca al menos con dos orgasmos más.
Cuando creí que estaba a punto, encaucé mi gordo capullo hacia su ojete y empecé a apretar. Se me había olvidado deciros que mi polla es grande y gorda, debe medir unos 19 cm.
Teresa gritaba y decía que le dolía, pero que no parara. Para ayudarla a soportar el dolor, con una de mis manos le restregaba la pepitilla. Se corrió mientras decía que se la clavara sin piedad, y así lo hico.
Era una gozada ver como mi enorme polla se perdía entre sus nalgas. Las aparte para ver como entraba y salía de su culo. Ella no paraba de gemir y se corrió otras dos veces. Yo no podía aguantar más y me concentré en llenarle el culo de leche. Fue una corrida bestial.
Estábamos agotados y decidimos darnos un buen baño, teníamos toda la noche por delante. Ella me lavó a mí y yo a ella. Parecíamos una pareja enamorada.
Nos tumbamos en la cama y de pronto la cara de Teresa cambió. Tenía cara de guarra, de viciosa y de repente me dijo:
-Llevaba tiempo queriendo follar contigo, pero no imaginaba que fueras tan bueno, pero sobre todo, tan eficiente comiendo chochos. ¿Crees que podrías volver a intentarlo y hacerme correr hasta que no pueda más?
Fue dicho y hecho, me tumbe en la cama y le hice poner el coño sobre mi boca. Eso también lo había visto en una peli porno y parecía que a las tías las volvía locas y creo que es lo que le paso, se volvió loca de gusto.

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Empecé a lamer suavemente y en pocos minutos tenía el clítoris completamente rojo e hinchado. Poco a poco, ella misma empezó a restregarme el coño por la boca, se abría los labios para dejar el camino libre a mi lengua y para que chupara su enorme “botón”. Se frotaba sin parar y tuvo su primer orgasmo, a partir de este momento, perdí la cuenta. Estaba como poseída por el diablillo del placer. Se podría decir que me “montó” la cara.
Al final, y después de más de diez corridas, se desmadejó, pero no lo suficiente. Aún tuvo ganas de mamármela magistralmente hasta que le llene la boca de leche.
Pasamos todo el fin de semana igual, si cuando digo igual es verdad. Perdimos la cuenta de las veces que nos corrimos, sobre todo ella.
A partir de aquel día, incluso estando su marido en casa, le decía que iba un momento a mi casa para pedirme algo, aceite, sal, etc., y en cuanto le abría la puerta, la muy zorra, se sentaba en la mesa del comedor y me ofrecía el coño. Le hacia una comidita rápida pero eficaz y se corría en mi boca. Me daba un beso en la boca y se iba. Íbamos alternando las mamadas y las comiditas de chocho.
Me tenía loco y nuestra historia duró casi dos años. Yo no podía pensar en ninguna otra mujer. Había chicas en la Universidad que me tiraban los tejos, pero solo tenía ganas de llegar a casa y en follar con ella.
Lamentablemente era una historia que no nos llevaba a ninguna parte y en el fondo tuvimos suerte de que a su marido le ofrecieran un importante trabajo en Barcelona y se trasladaron. Superar aquello me costó mucho tiempo, pero era joven y al final empecé a salir con una chica que, aunque el sexo nunca fue igual que con Teresa, al final funcionó.
Ahora tengo 45 años, estoy felizmente casado y mi mujer, es muy zorra en la cama, es tan morbosa como Teresa.
Bueno no me alargo más y si mi testimonio os sirve para ir calentitos a la cama, mejor. Muchos besos a todos los lectores de Clima y de Charo Medina.

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