Relato erótico

Mi Ama, mi tesoro

Charo
8 de marzo del 2020

Quiere compartir con todos los lectores de Clima lo feliz que es. Ha conseguido lo que ha soñado toda la vida, encontrar una Ama. La quiere tanto que incluso se casaron y la “ayuda” a conseguir hombres cuando los necesita.

Damián – Valencia
Me gustaría contar la experiencia más profunda y excitante que estoy viviendo desde hace ya varios maravillosos años. Me llamo Damián, tengo 47 años y soy amante de la sumisión, de mi sumisión a una mujer dominante y hermosa.
Había tenido muchas desilusiones para satisfacer mis instintos sexuales hasta que conocí a Victoria, una chica guapísima, con un cuerpo de impresión y que tiene veinte años menos que yo.
Al principio ella no tenía mucha experiencia en esto de las relaciones de dominación/sumisión, pero cuando le confesé mis más íntimos secretos fue entrando en ellas con naturalidad, como si llevara algo dentro que la hiciera ser Ama de una forma natural.
He de confesar que mi Ama Victoria tiene los ojos negros, muy negros y una mirada de esas que te dejan helado, que te llevan a postrarte ante ella y a decir algo así como “soy suyo Ama, puede usted hacer conmigo lo que quiera”. Tiene el pelo castaño que la cae en media melena, la nariz respingona y unos sabrosos labios que le dan un atractivo muy especial. Y sobre todo, es de una preclara inteligencia y lucidez que la hacen una mujer maravillosa para adorar, reverenciar y postrarse ante ella para dejarse llevar por su carácter como si fueras a la deriva, pero a la vez seguro de ella, de su integridad, de su saber estar y de su elegancia, aún cuando duerma.
Es una mujer segura de sí misma que sabe siempre lo que quiere y que tiene una personalidad que te asombra y apabulla.
El problema de nuestra relación era que los dos teníamos trabajo y que no nos podíamos relacionar lo directamente que yo deseaba. Pero eso no es óbice para dos personas que se aman.
Al principio de la relación yo le fui confesando mis más íntimos secretos y ella, aunque andaba un poco reacia pues sabía que nuestra relación era difícil, fue complaciéndome poco a poco, hasta que se metió de lleno en el papel y noté que le comenzaba a gustar.
Nuestra relación era difícil así que le pedí que me diera sus húmedas braguitas para poder adorarla en la distancia, olerla, sentirla muy cerca y dormir por las noches con mi cara apoyada en ella para sentirme como suyo, más suyo, eternamente suyo.

Yo me apañé una especie de cinturón de castidad, me lo puse y le envíe a ella la llave por correo para que al tenerla supiera que lejos de ella, un hombre, su hombre, estaba en castidad permanente, porque no quería tener ningún placer que no pudiera compartir con ella, un placer que ella misma provocara. Ella, por supuesto tenía libertad para gozar allí con otros porque en nuestro trato estaba claro que tenía todo el poder sobre mí, toda la libertad y yo no tenía ninguna pues se la había entregado a ella para que ella gozara con mi sufrimiento.
Quedó claro entre nosotros que yo era masoquista y que mi placer consistía en sufrir al verla a gozar a ella. No sé si me puso los cuernos, pero un día muy concreto dejó de llamarme Damián y comenzó a llamarme Cornudo Sumiso. Supuse que por fin había gozado con la polla de otro macho y aunque al principio me dolió, pronto descubrí que me excitaba, que mi polla se ponía dura al saberlo porque me sentía feliz al saber que ella gozaba. Y que ya era de verdad su cornudo sumiso. De por vida.
Fue entonces cuando le propuse que nos casáramos. Yo le enviaría mi partida de nacimiento y nos casaríamos por poderes. Así lo hicimos y un día amanecí casado por fin con mi Ama, aunque la noche de bodas la celebró ella con un chico muy guapo que había conocido en una fiesta y lo celebró como debía, gozando como una loca. Y yo feliz y excitado al saber que ella gozaba de verdad y me hacía más cornudo sumiso.
Así seguimos por algunos meses, solo carteándonos, hasta que un día me comentó que su jefe le había propuesto un trato.
– Yo te amo, cornudo mío, pero ese hombre me vuelve loca de excitación, la tiene más grande que tú y además me ha propuesto una idea que nos va a permitir estar juntos en el futuro.

Según me comentó él le había propuesto un trabajo con la condición de que fuese su amante durante un año. En ese tiempo yo claro, su marido, no podía tocarla. Me llamó por teléfono y me lo comentó. Y yo le respondí que lo entendía y le dije que sí, que consiento.
– ¿Qué dices, cornudo mío?
– Que consiento.
– ¿En qué consientes?
– Que te acuestes con ese chico y que me pongas los cuernos.
– ¿Quieres ser cornudo?
– Sí, quiero.
– ¿Qué es lo que quieres?
– Quiero que me pongas los cuernos.
– ¿Por qué?
– Porque así te amaré más.
– Pero ya sabes, cornudo mío, que pese a que me acueste con él tú no puedes tener placer, ni tocarte, ni tan siquiera mirar a otra mujer por la calle. ¿Pese a ello aceptas ser mi cornudo sumiso?
– Sí, lo acepto.
– ¿Qué aceptas?
– Ser tu cornudo sumiso.
– ¿Te gusta que, mientras tu mujer te pone los cuernos con otro, tiene placer con otro, tú no puedas ni acariciarte sin mi permiso?
– Sí, me gusta y me excita mucho.
– ¿Por qué?
– Porque soy tú cornudo sumiso.
– Y porque te gusta sufrir por mí.
– Sí, Victoria, me excita que me hagas sufrir.
– Y porque cuanto más cornudo te haga me querrás más, ¿verdad?
– Sí, Victoria, cuanto más cornudo me hagas, más goces tú y más me impidas a mi gozar, más te amaré.
– Entonces tendré que hacerte muy cornudo amor mío, porque quiero que me ames con toda tu alma.
Así fue como ella se trasladó trabajar y a vivir en el piso de su amante, que al final del tiempo pactado sería suyo. Yo sólo podía visitarla algunos domingos que él no estaba, para dejar que ella me pusiera sus braguitas usadas y poder así sentirla junto a mi polla en todos los momentos del día al estar en contacto con la tela que había tocado su adorable sexo.

Y también me permitía lamerla y lamerla, labor a la que me entregaba con frenesí y devoción, aunque supiera que el excitarla más con mis lamidas, serviría para que ella más gozara luego con su amante. Pero me sentía feliz porque cuando estaba junto a ella, y me quitaba el cinturón de castidad para acariciarme con sus pies mi polla, veía en el brillo de sus ojos que era feliz y que estaba satisfecha.
Luego me colocaba a cuatro patas sobre la mesa, se ponía un guante negro de esos largos y me acariciaba y apretaba las pelotas, para ver cómo estaba su semen, su leche hidratante como ella lo llamaba, porque lo utilizaba para mantener tersa la piel de sus pies. Me las estiraba, las estrujaba, las apretaba, las comprimía y cuando comprobaba el estado de su carga, decidía o no ordeñarme según la simiente que hubiera encontrado en ella. Casi siempre se mostraba huraña e insatisfecha porque decía que generaba poco producto, y como sabía que cuando más excitado estaba más leche producía, decidió excitarme más para que su despensa estuviera más llena. Y aquí es donde entraba la personalidad de mi Ama Victoria porque ella me conocía profundamente y sabía que es lo que más me excitaba.
– Voy a tener que ponerte más los cuernos en tu presencia, cornudo mío – me solía decir – porque sé que lo que más te excita es verme en brazos de otro, follada por otro y que te humille al hacerte cornudo. Así tendré suficiente semen para que mis pies estén más bonitos.
Entonces me hacía asistir a sus folladas con su amante, para tenerme más excitado y que produjera más de su producto. Yo la veía allí con él y me humillaba ante ella diciéndole lo que a ella le gustaba tanto.
– Sí mi Ama – le decía, animándola – Goce usted cuanto quiera porque yo la amo tanto, con tal entrega y sumisión, que soy feliz sufriendo humillado para que usted goce, porque me excita verla gozar con él, llena de su gorda polla, corriéndose como una loca, y bien follada como la hembra que usted es y por un macho que se la merece.
Qué bien folla usted con él mi Ama, que placer veo que siente, que delicia saberme cada día más cornudo para que usted goce. Que bella está usted disfrutando con otras vergas y que cara de felicidad se le ve, mi Ama, que hermosa está usted cuando folla con un verdadero macho.

Ella es muy mujer y necesita estar muy satisfecha por lo que a veces no le basta con su amante y me hace buscarle un gigoló para satisfacerla, que por supuesto pago yo. Y si el que le he buscado no le rinde lo suficiente, no la satisface plenamente, cuando él se marcha me dobla sobre sus rodillas y me azota el culo inclemente, mientras me dice que la próxima vez le busque un querido mejor. Y yo tan feliz, porque es que la quiero tanto que siempre quiero lo mejor para ella.
Un saludo para todos de mi parte y de la de mi Ama.

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