Relato erótico

El mejor regalo de mi vida

Charo
12 de noviembre del 2019

El día de su boda, su flamante marido le hizo un regalo que nunca se hubiera imaginado. Le “regalo” un trío con un amigo común que a ella le gustaba.

Victoria – Murcia
Soy una mujer de 27 años, me llamo Victoria y hace dos años que me casé con Antonio, un chico que en la actualidad tiene 30. Vivimos en Murcia, somos muy felices y el voy a contar algo que me ocurrió el mismo día de nuestra boda, por expreso deseo mío y la conformidad de mi reciente marido. Como es natural, durante nuestro noviazgo follamos cuanto nos vino en gana. Antonio es un hombre, además de encantador y simpático, muy potente sexualmente hablando. Tiene una polla, cercana a los 20 centímetros y gruesa como mi muñeca. Yo soy una chica alta y delgada, me considero atractiva de cara y con un cuerpo apetitoso ya que, a pesar de mi delgadez, tengo buenos pechos y un culo respingón. También soy muy ardiente así que la buena polla de mi marido y su aguante me han dado siempre la máxima satisfacción.
Muchas veces, cuando follábamos, yo le comentaba a Antonio lo bonito que podría ser tener dos pollas como la suya a mi disposición, una en el coño y otra en mi boca ya que jamás se me ocurrió meterme nada en el agujero del culo. Esta idea nos calentaba mucho y nuestras folladas nos proporcionaban placeres espectaculares. Pero nunca habíamos pasado de aquí, de comentarlo. Jamás lo hicimos. Así llegó el día de la boda. Paso de contar todo lo que allí ocurrió ya que es conocido de todos los lectores. Lloros de mi madre, nervios míos y de mi novio, etc. Luego la comida en el restaurante de un hotel para tener la cama bien cerca. Al acabar los postres y sin despedirnos de nadie, Antonio y yo desaparecimos de escena, nos metimos en el ascensor, donde ya nos empezamos a meter mano mientras nos besábamos como locos, y entramos en la habitación, yo en brazos de mi marido, como es de rigor.
Nada más entrar, mi marido empezó a desnudarme entre besos y caricias. Habíamos follado muchas veces durante nuestro noviazgo pero aquello era distinto. No sé explicarlo pero yo estaba particularmente excitada y notaba como mi coño ardía al mismo tiempo que chorreaba. Mi marido me dejó sólo con el portaligas y las medias. Mis tetas estaban duras y los pezones tiesos como dos piedras. Antonio, mientras se desnudaba, me miraba con ojos de deseo y, de pronto, me dijo algo que yo no esperaba.
-Tengo un regalo especial para ti – dijo cuando estuvo ya en pelotas- Algo de lo que me has hablado muchas veces.
No hubo manera de que me dijera de que se trataba. Se acercó a mí, me tendió en la cama y empezó a besarme entera. Yo quería cogerle la polla pero él se apartaba. Sus besos y lamidas me estaban poniendo a morir.
– ¡Fóllame, métemela de una vez…! – le suplicaba yo – ¡No puedo más, quiero correrme!
Antonio no me hacía ningún caso y seguía poniéndome a cien ahora lamiéndome muy suavemente el sexo mientras acariciaba mis tiesos peones. Pero cuando notaba que yo pegaba mi coño a su boca buscando el placer, él paraba de comérmelo y se iba a otra zona de mi cuerpo.
-¿A quién meterías en nuestra cama si alguna vez hiciéramos un trío? – me preguntó de pronto.
Dijo algunos nombres de amigos. Entre ellos el de Ramón. A pesar de ser el mayor de todos ellos, a mí siempre me había gustado Ramón aunque jamás pensé en meterlo en nuestra cama. Ahora que me lo citaba mi marido y mientras sufría del placer inacabado que estaba sintiendo, pensé en él como amante. Tenía 41 años, estaba separado, era alto, agradable, muy señor y malas lenguas decían que muy potente.
– Ramón – murmuré.

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-Vaya – exclamó mi marido -¿Así que te gustaría tener la polla de Ramón en el coño o en la boca… y por qué él y no otro?
-Está separado, es correcto, nunca contará lo que hemos hecho… – dije entre suspiros.
-De acuerdo – dijo Antonio apartándose de mí y dirigiéndose a la puerta – Serás complacida.
La abrió y allí estaba Ramón muy sonriente. Instintivamente llevé un brazo a mis pechos y la otra mano a mi coño. Nunca me había visto nadie desnuda, salvo Antonio.
-Este es el regalo erótico que te hago el día de nuestra boda -dijo mi marido mientras Ramón, en silencio, empezaba a desnudarse.
Yo no podía decir nada. Permanecía quieta en la cama, cubriéndome lo que podía con mis brazos y bastante asustada. Ramón ya estaba en pelotas. Tenía un cuerpo atlético pero lo que más me llamó la atención fue su polla. Era tan gorda como la de mi marido pero algo más larga. Además estaba completamente dura, tiesa como una barra de hierro.
-Sabía que te gustaría Ramón y a él, como podrás darte cuenta por la erección que luce, tú también le gustas mucho -dijo mi marido acercándose de nuevo a mí.
Con dulzura me separó los brazos y reemprendió sus caricias con boca y lengua por mi cuerpo pero ahora deteniéndose más en mi coño que en otras partes. El “regalo” de mi marido me asustaba pero también me excitaba. Cerré los ojos para no ver a Ramón pero el morbo de la situación empezaba a llenarme el cuerpo. La lengua de mi marido ahora estaba lamiéndome el clítoris y mis suspiros empezaban a ser ya perfectamente audibles hasta que algo muy duro rozó mis labios. Sabía que era la polla de nuestro amigo. Si me atrevía a abrir la boca y tragármela, ya no habría vuelta atrás. Y la abrí.
Me tragué el capullo y empecé a chupar mientras la lengua de mi marido en mi coño me hacía estremecer de gusto. Acabé mamando con sumo placer la tranca de Ramón. Mi boca estaba acostumbrada a la gordura de la de Antonio y sorbía con relativa facilidad. Así me corrí por primera vez. Entonces Ramón me la sacó de la boca y ocupó el lugar de mi marido. Mientras el amigo se tragaba los jugos de mi corrida, me atreví a abrir los ojos para mirarlo. Era la primera vez que otro hombre me comía el coño. Mi marido, de pie a nuestro lado, con la polla a punto de reventar, nos miraba con cara satisfacción. Le cogí la verga y me la tragué. El placer que me estaba dando Ramón era aún mayor que el que me había dado mi marido.

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Al menos el morbo era mayor. Acabé abandonando la polla de mi marido y cogiendo la cabeza de Ramón con ambas manos, pegué su cara a mi coño y comencé a retorcer la cintura para restregarme con fuerza. Así me corrí otra vez, ahora en la boca de mi primer amante. Cuando Ramón unió su boca, repleta de mis jugos, a la mía no tuve ningún reparo en besarle metiéndole la lengua hasta la campanilla.
Mientras nos besábamos, mi marido separó mis piernas que yo había unido en el espasmo de mi orgasmo y noté como su verga me iba penetrando. Me folló sin prisas, deleitándome con un placer suave y lento. Yo me comía la lengua y la boca de Ramón entre suspiros cada vez más profundos hasta que él, apartándose, volvió a meterme su polla en la boca. Ahora estaba experimentando yo lo que tantas veces había deseado. Tenía dos pollas para mí, una en cada agujero y me sentía llena de un ardor desconocido. Me corrí cuando Antonio explotó, llenándome las entrañas con su preciosa leche. Pero no me dejaron descansar ya que Ramón, con rapidez, abandonó mi boca y cuando Antonio salió de mí, él metió se tranca en mi más que chorreante chocho para empezar a follarme, también con lentitud.
– ¡Que gusto tengo… sí, fóllame… fóllame…! -exclamé presa de un delirio sexual desconocido – ¡Gracias, cariño por este regalo… que polla tiene Ramón, que gorda y larga… me voy a correr otra vez… con mi primer amante… qué bueno es teneros a los dos… oooh… sí, me corro… ya… ya… aaaah…!.
Me corrí sintiendo la descarga de Ramón llenarme por completo el coño. Quedé rendida, destrozada, sobre la cama. Nunca antes me había corrido tantas veces. Los dos hombres se tendieron a mi lado. Cogí sus ahora arrugadas vergas y se las acaricié mientras ellos me sobaban entera. Un suave placer y una dulce tranquilidad me llenaban el cuerpo. Nunca me había sentido tan bien.
Los tres estábamos en silencio, hasta que, a base de mis caricias, fui notando que las vergas se iban poniendo morcillonas. Me incliné sobre la de Ramón y tras lamérsela de abajo a arriba me la tragué, comenzando a chupársela. Quería agradecerle el haber aceptado estar conmigo y todo el placer que me había dado. Mientras se la chupaba acariciándole con mis manos sus gordos huevos, Antonio se entretenía en acariciarme el culo hasta que, poniéndome de rodillas, me penetró el coño por detrás empezando a follarme como a una perra. A mí me gusta mucho esta postura ya que siento mucho más la verga que estirada. No tardé en sentir los espasmos del placer y me corrí atragantándome con la verga de Ramón metida hasta la garganta. Al recobrar mis sentidos tras el profundo orgasmo, tuve una idea. Sin dejar que Ramón cambiara de postura, me subí encima de él clavándome yo misma su dura verga en todo el coño. Lancé un suspiro al sentirme tan llena. Me quede un rato quieta para que la lanza se adaptara perfectamente a mi canal vaginal y entonces, girándome hacia mi marido le dije:

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– Amor, tú me has hecho un regalo magnífico y yo quiero hacerte otro. Todos mis agujeros han sido tuyos menos uno, pienso que es justo que en la noche de bodas también me lo desvirgues. Sí, cariño, mi culo es tuyo… ¡Rómpemelo, llénamelo de leche!
Por la cara que puso mi marido supe que mi oferta le había llegado al corazón. Como ninguno de los dos había previsto esta oportunidad, no teníamos vaselina ni nada parecido así que Manolo se entretuvo un buen rato en lamerme el ano para llenármelo de saliva. Con esta simple acción, esta caricia, yo ya estaba como un flan. Sin olvidar que una enorme polla distendía y llenaba mi caliente coño. Lubricado por su saliva, Antonio comenzó a meterme un dedo en el culo, luego dos y creo que también tres. Me dolía pero era soportable. Lo que no soporté fue cuando empujó y todo su glande penetró en mi estrecho canal. Lancé un grito que debió oírse en todo el hotel. Ramón me abrazó y comenzó a besarme la cara al tiempo que empujaba con sus nalgas para hacer deslizar su verga por mi coño. En otras circunstancias aquellos movimientos me hubieran llenado de placer pero ahora el dolor de mi culo anulaba todos los otros sentimientos. De mis ojos no paraban de caer lágrimas que Ramón lamía. Al poco rato, y a base de nuevos dolores, la verga de mi marido estaba toda alojada en mi culo. Tenía la impresión de que las dos pollas, como si fuera una sola, atravesaban mi cuerpo desde los labios de mi coño hasta el martirizado ano.
Los dos hombres me follaban como podían. Cuando mi marido se retiraba hacia la salida de mi culo, Ramón empujaba para meterse entero en mi coño. Y al revés. Tanta entrada y salida acabaron por ir limitando el dolor. Mi coño fue acusando el placer hasta que, con lentitud, éste fue mayor que el dolor. En este momento me entregué removiendo el cuerpo, intentando llegar a gozar. Lo logré al cabo de cierto tiempo. Antes de que lo esperara me corrí. En el acto comprobé que lo que decían muchas lectoras en los testimonios que leo, era una gran verdad. Mi orgasmo se multiplicó por mucho. Impedida la contracción de mi ano por la verga que lo abría, las convulsiones de mi coño fueron mucho mayores. EL grito de lancé fue aún mayor que cuando me rompieron el culo. Caí sobre el cuerpo de Ramón mientras mi marido me llenaba el recto con su leche y segundos después, Ramón hacía lo mismo con mi coño.
Antonio tuvo que ayudarme a levantar. Me quedé en la cama, como muerta. El culo me dolía como si me lo hubieran roto pero también me dolía el cuerpo entero por la dureza y brutalidad de mi orgasmo.
-¿Te ha dolido mucho, cariño? – me preguntó mi marido besándome con ternura.

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– Sí, mucho pero algún día tenía que hacerse y sé que a base de repetirlo dejará de dolerme – contesté – Pero el placer ha sido tremendo tanto que, cuando deje de dolerme, quizá mañana por la mañana, quiero que me dejes entregarlo a Ramón ya que habiéndome follado por la boca y por el coño tiene también derecho a hacérmelo por el culo.
-¡Te estás volviendo una viciosa! -exclamó mi marido riendo.
– Ahora dejarme dormir, estoy destrozada, pero tú, Ramón, no te vayas, quédate aquí con nosotros que mañana, antes de irnos de viaje de novios, tendrás tu recompensa – añadí tumbándome y cerrando los ojos.
Mi marido y yo dormimos en la cama mientras que Ramón se instalaba en el sofá. A la mañana siguiente, mientras mi marido me follaba el coño, nuestro amigo me acabó de reventar el culo que, por cierto y contrariamente a lo que yo había esperado, aún me dolía terriblemente. Fue un dolor que me duró, aunque perdiendo, día a día, intensidad, casi todo el viaje de novios como recuerdo de mi primer trío que, desde entonces, no ha sido el último aunque siempre con nuestro querido amigo Ramón. Debido a estos encuentros, creo que otro día tendré algo más que contar.
Hasta pronto, besos para todos.

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