Relato erótico

Cariño, me aburro

Charo
1 de febrero del 2020

Este relato es un clásico. Después de varios años de matrimonio las relaciones sexuales van perdiendo fuerza. Se quieren, pero se aburren. El marido proponía montar un trío o hacer un intercambio de pareja, pero a ella no le convencía. Creía que tendría celos.

Rosalía – Almería
Son muchos los años de matrimonio y aunque mi marido es mi más querido compañero y la persona más importante de mi vida, la realidad es que nuestras relaciones sexuales cada vez se espaciaban más, a pesar de todos los intentos, por ambas partes, de procurar no caer en la rutina. Un polvo a la semana y como si actuásemos con un programa, me hizo ver que la pasión entre nosotros se acababa. La verdad es que el mismo plato, aunque sea una buena mariscada, todos los días llega a cansar y acaba con el paladar de cualquiera. Pero esa era la educación que recibimos y ese era nuestro comportamiento.
Somos Rosalía y Jaime, de Almería, de 45 años y 53 años. Jaime me animaba para hacer un intercambio pero yo creía que no estaba preparada para ello de una forma fría, pero tanto insistió que las Navidades pasadas me decidí, más que nada, a causa de su insistencia, por ver como él reaccionaba cuando me viese en brazos de otro hombre, pero mi condición fue la de no intercambiar pero sí tenía la intención de dejarme magrear delante de sus narices para ver si de esta forma se le quitaba la manía del intercambio. Así planeado, contactamos con una pareja de Benidorm, que solicitaba amistad sin intercambio. Eran tan novatos como nosotros. Tras varias cartas y llamadas de teléfono, decidimos conocernos.
El proyecto del viaje nos hizo entrar en una dinámica nueva o al menos olvidada. Jaime me regaló ropa interior muy sexy y más de una buena follada nos pegamos a costa del futuro viaje porque, comentándolo, nos calentábamos de tal manera que parecía que habíamos entrado en una nueva etapa. Llegado el esperado día, nos desplazamos a Roquetas de Mar y a la hora fijada nos reunimos con Carmen y Luís. Eran una pareja de una edad similar a la mía y particularmente me agradó Luís, teniendo por un momento la esperanza de que la velada podría resultar agradable. Era un hombre cortés y educado. Jaime también parecía estar gusto con Carmen. Era pequeña de estatura pero tenía una bonita figura, era simpática y estaba abierta al diálogo. Nos fuimos a cenar y durante la misma marcamos las reglas del juego encuentro, descartando el intercambio.

Tal vez ninguno de los cuatro dijera lo que realmente pensaba porque yo, particularmente y con unos vasos de sidra en el cuerpo por la cena, sentía un especial cosquilleo en la entrepierna cada vez que imaginaba que Luís me pudiera meter mano. El deseo se me estaba despertando y además tenía la tranquilidad de que aquella situación yo no la había buscado sino que era mi propio marido que me animaba y empujaba. Nos invitaron a su domicilio a tomar unas copas y seguir hablando tranquilamente fuera del ruido de cualquier local. Además la idea fue buena ya que así evitábamos la indiscreción de la gente si por cualquier circunstancias, en cualquier discoteca y estando bailando yo con Luís, nos hubiese visto alguien de Almería, cosa muy frecuente en Roquetas.
Hablando y hablando decidimos jugar a una partida de dados al 7-14-21, jugándonos prendas. Se partía con cinco prendas máximo. Quien sacase 7 puntos de un tirada elegía la prenda a quitarse, quien los dados le diese 14, perdía la prenda y quien la suma fuese 21, era el encargado de quitarle la prenda. La juerga comenzó. Entre risas y bromas fuimos quedándonos desnudos, unos más que otros. El primero en lucir su sexo fue Luís. Le tocó quitarse el slip el mismo. Cuando su polla quedó a la vista, me sorprendió su buen tamaño y me hice a la idea del gustazo que “aquello” podía hacerme sentir si me la clavaba totalmente en el coño. Me arrepentí en el acto de aquel pacto tan tonto.
Después de haber llegado a todo aquello, ahora me tenía que quedar con el tremendo calentón que tenía. Como fruta prohibida, nos mirábamos unos a otros, unos desnudos y otros aún no así que, debido a lo calientes que estábamos, Luís propuso irnos a la mullida alfombra del salón y allí follar cada uno con su pareja. Algo es algo, pensé, al menos Jaime me bajará un poco la “fiebre”. Me quité el tanga, que era la única prenda que me quedaba y me quedé, por lo tanto en cueros. Contorneándome dije, casi con coraje:
– ¡Chicos, a follar!
Me tumbé en la alfombra, esperando que Jaime apagara mi calentura y tan pronto como estuve tumbada, Jaime se me tiró a la entrepierna y comenzó a comerme el coño como si fuese la primera vez en su vida que lo hacía, pero yo estaba en otra órbita.
Mi cuerpo, de forma involuntaria, se rozaba con Luís que estaba haciendo un 69 con su mujer. Me producía más placer el leve roce con Luís que las lamidas en el coño que me daba Jaime.

Casi involuntariamente, alargué la mano y comencé a acariciar los pechos de Luís. Parece que él también estaba más pendiente de mí de lo que hacía con su mujer porque no se lo pensó y comiéndole el coño a Carmen, alargó la mano y me cogió las tetas, deseosas de caricias nuevas. Aquella sensación, tan usual con Jaime que apenas si me excitaba, me hizo casi correrme. Mi deseo de probar algo nuevo era enorme. De todas maneras Jaime había querido aquello y yo deseaba más que nada en el mundo, en este momento, cumplir su deseo, agradeciendo su liberalidad. Como si todos pensáramos igual, tan pronto como me giré para abrazarme a Luís, Carmen dejó de chuparle la polla así que él se me tiró, con la boca abierta, encima de mis ardientes tetas poniéndome los pezones como puñales. Carmen también se dio la vuelta y puso su coño a disposición de Jaime, que no se lo pensó dos veces. No me importó. No sentía celos ni nada, solo deseos de follar con Luís.
Me agarré a él con desesperación. Estaba loca por probar aquella polla, tiesa y hermosa, probar algo nuevo por primera vez en mi vida y sentirla clavada en el interior de mi coño. Luís, ya libre totalmente de Carmen, se empleó a fondo conmigo. Me acariciaba, me mordía y lamía los pezones, el vientre, los muslos, el coño… pero yo no me quedaba atrás. Ya no estaba yo para andarme con cortedades. Le mamé la polla y me gustó, le lamí, lo apreté, le hice todo lo pensable y por fin, los dos sudando, lo recogí entre mis piernas por la cintura, notando su polla en la entrada de mi caliente y roja raja, por lo que me dispuse a dejarlo entrar a tope. Abrí mis piernas al máximo y noté como Luís colocaba su capullo en la boca de mi coño y mis labios mojados se fueron tragando el misil de su dura verga. Sentía escalofríos y mareos. Me retorcía con un placer impresionante y le daba tremendas culadas para que se me clavara la polla hasta el fondo, sin desperdiciar ni un solo milímetro. Sentía un gustazo indescriptible con los golpes de cadera que Luís me daba y tenía que sujetarme por la cintura para no salir despedida.
Me la metía y me la sacaba del principio al fin produciéndome, por su tamaño, un roce muy fuerte y placentero en mi vagina. Me corrí como una loca, entre gritos, suspiros, alaridos y todo lo que mi cuerpo quiso expresar. Aunque follar siempre es igual, desde este momento quedé convencida que cada cuerpo da un placer distinto, cada mano acaricia diferente, cada persona folla aportando sensaciones nuevas. Aquella noche la pasé entera follando con Luís. Jaime y Carmen tampoco perdieron el tiempo y follaban sin darse tregua. Parece que una vez superada la barrera habíamos perdido todos los prejuicios. Así fue nuestro primer encuentro.
Al día siguiente, en el camino de vuelta, Jaime y yo no nos atrevíamos a mirarnos ni a sacar el tema. Sentía un poco de vergüenza y preocupación pero al fin, rompiendo el silencio, le pregunté:
– Jaime, después de lo de anoche, ¿qué piensas, sigues queriéndome?

– ¡Más que nada en el mundo! – me contestó Jaime, sonriendo – Te puedo asegurar que lo único que hemos hecho es darle gusto al cuerpo, pero te sigo queriendo. El cuerpo Carmen me ha excitado mucho por ser nuevo para mí, ha sido como cenar una noche en un restaurante y probar un plato desconocido pero eso, diariamente, también cansaría. ¿Y tú qué opinas?
– Comienzo a pensar como tú – le contesté más tranquila y convencida de que la noche había sido de cine.
Un beso para todos vosotros.

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