Relato erótico
Año nuevo, mejor sexo
Aquella noche fue el final y principio de un año y de una nueva etapa en su vida sexual. Fueron a pasar la Nochevieja con sus cuñados y se quedaron a dormir en su casa.
Manuel – Castellón
Era fin de año y tanto mi mujer como mi cuñada, llevaban trajes de fantasía, largos. Entre copa y copa bailaba muy animadamente, tanto con una como con la otra. Ellas bebían menos que yo, y mi cuñado sin alcohol porque tenía que conducir. Mientras bailábamos, las apretaba e incluso las besaba en plan de broma.
Cuando llegamos a su casa, que es donde teníamos que dormir, mi cuñado preparó una copa para él y otra para mí, mientras las hermanas iban a la habitación para cambiarse de ropa. Al poco rato tuve que ir al baño y al pasar por delante de donde se cambiaba mi mujer, le sonreí. Estaba en bragas y sujetadores negros, de blonda, quitándose los pantys, por cierto una prenda horrorosa que ha sustituido a las eróticas medias.
Antes de entrar en el baño, me acerque sigilosamente a la habitación donde duermen ellos para darle un susto a mi cuñada, pero me quedé pasmado. Aún conservaba un body negro que dejaba sus enormes nalgas al descubierto y el resto de tela prácticamente metida en la raja del culo. Me moví un poco hacia atrás, ocultándome de su vista. Estaba llenita y tenía algo de celulitis, pero era sexo cien por cien.
Se movió por la habitación buscando el camisón que se colocó sobre el body. ¡Como me excitó todo aquello! Tras salir del baño, entré en mi habitación. Mi mujer estaba sobre la cama, preparada. Comenzamos un fabuloso juego y apenas tardamos unos minutos en hacer un 69, haciéndola gemir de gusto.
– Creo que no he cerrado la puerta y nos pueden oír – dijo mi mujer, dejando de mamarme la polla.
Sin hacerle caso, le metí la lengua, en forma de polla, en el coño y le follé el culo con un dedo. Los jadeos volvieron repetirse y yo estaba deseando que mi cuñada los escuchara para que se pusiera cachonda. Después del fabuloso 69, mi mujer se colocó sobre mí, restregándome las tetas por la polla y los huevos y luego se ensartó la verga hasta el fondo de su coño, dando sonoras muestras de gusto. No tardamos en llegar a un estupendo orgasmo que, al ser a dúo, pusimos más énfasis en el tema.
Mi mujer se relajó después de dos orgasmos y al cabo de unos instantes oímos la voz de la cuñada que llamaba a su marido.
– Pero, bueno, ¿de donde vienes? – le preguntaba ella.
– Es que se me han caído las llaves del coche y no las encontraba, luego lo he llevado al garaje – respondió él.
Entonces tuve necesidad de ir al servicio y me levanté mientras mi mujer ya estaba adormilada. Entonces oí a mi cuñada decirle a su marido:
– ¡Estás helado… tienes los pies como el hielo!
– Los tengo fríos, sí, pero la polla echa fuego… ¡cógemela! – le contestó él.
Lentamente abrí la puerta del baño y me coloqué al lado de su puerta, que no estaba cerrada del todo. Oí besos.
– ¡Estás húmeda ya! – dijo él – ¡Lo tienes ardiendo!
– ¡Sí, sí, tócamelo así… así… despacio… que gusto…! – contestó ella – ¡No, no, follar aún no… Te corres enseguida…!.
– ¡Hoy no, hoy te rompo el coño, ya sabes que cuando bebo un poco aguanto! – contestó él cachondo perdido.
Mi corazón latía de tal modo que se me salía por la boca. Estaba tan excitado como en los primeros instantes de ir a tocar mi primer coño. Todo estaba oscuro, solo se oían los besos y el ruido del movimiento de la ropa hasta que, de pronto, escuché un profundo gemido.
– ¡Ooooh… hasta adentro…. aaah… así, así… que gusto… despacio… despacio… no tengas prisa…!.
El ruido del taca taca acentuado, era signo del metisaca. Ella gemía a cada envite y él respiraba fuerte, emitiendo una especie de rugido por la nariz. Apenas llevaban dos minutos en pleno polvo cuando mi cuñada lanzó un gemido profundo seguido de una exclamación:
– ¡Aaaah, me viene, córrete, córrete.
No sé qué me pasa… Estoy a tope, estoy muy cachonda y… me corro… mira como me corro… aaah.
Desde mi improvisado observatorio, apenas veía la sombra de su cuerpo moverse. Tenía mi mano derecha impregnada de leche y a pesar de haberme corrido, deseaba cambiarme por mi cuñado, deseaba a Daniela con todas mis fuerzas.
Aquello se fue apagando. Temí que se levantaran para ir al baño porque dieron la luz de la mesita de noche pero no fue así. Ya en la cama pensé que era el primer polvo que escuchaba sin participar.
La mañana del primer día del año, fue como el principio de algo. Empecé a desear a mi cuñada. Tanto ella como yo fuimos los primeros en levantarnos. Nos dimos los buenos días. Vestía un pijama clarito que le marcaba perfectamente las bragas y el sujetador. Al agacharse para coger algo de un cajón bajo, se le marcó claramente la raja del culo a través de la fina tela del pijama y de la braga.
Pasó el tiempo y mi cuñada engordó.
– No tengas manías, estas muy guapa y con buena figura – comentó mi mujer.
– ¿Como que no? – dijo mi cuñada – Me he metido otras dos tallas, ahora es una 48 y arriba, ya ves, una 100 y me rebosa.
A partir de ese día redoblé mis deseos hacia ella, y de nuevo otra noche, esta vez en mi casa, les oí follar, descubriendo que mi cuñado se iba a la primera de cambio.
En el desayuno hablamos los cuatro de mil cosas hasta que salió el sexo.
– En cuanto quiero, le hago correr – comentó ella, hablando de su marido.
Él, justificándose, dijo que era porque ella lo tenía a dieta desde hacía una semana, pero ella, en tono de broma, siguió diciendo:
– Anda, anda, si se te sale en plena faena…
– Claro, es que para llenar tu coño se necesita la polla de un negro – añadió mi cuñado – Lo tuyo no es un coño, es una cueva.
Otro día, hablando con mi mujer, saqué el comentario del gordo coño de su hermana.
– Tiene más coño que una vaca, dice que hay veces que cuando se la mete ni se entera y tiene que cruzar las piernas, una sobre otra, para que le roce la almeja – contestó mi mujer que añadió – ¡Si pillara tu bastón de mando, se moriría!.
Yo gasto una buena medida, 20×6, y que, en algunos momentos, sobre todo en el arranque, me ha dado algún problema y, por supuesto, ningún culo.
Pasado un tiempo, conocimos a una pareja con la que hicimos buena amistad. Eso nos dio argumentos para salir, casi todos los sábados a cenar, al bingo, etc. Yo procuraba colocarme cerca de mi cuñada y con cualquier pretexto rozaba su pierna con la mía o mantenía mi rodilla junto a la suya. Estaba en cada momento, más caliente que el palo de un churrero.
Después de cenar, la chica de la otra pareja comentó que conocía un sitio donde había música de baile y hacia allí fuimos. Bailamos emparejados hasta que la chica me pidió bailar. Mientras lo hacíamos estuve esperando que saliera mi cuñada para hacer el cambio de pareja. No tardé nada en hacerlo.
En varias ocasiones nos empujaron y prácticamente le puse la polla en pleno triángulo, Incluso me atreví a apretarla aunque ella se separaba rápidamente. Pero hubo un momento en que nos quedamos parados con nuestros sexos pegados a través de la ropa. Apreté, no creo que fuera más de dos segundos, pero mi cuñada apretó igualmente su entrepierna. No dijimos nada, solo nos miramos al terminar de bailar juntos.
Fueron pasando los días y alguna vez había suerte. Nos rozábamos por debajo de la mesa, procurando poner mi rodilla cerca de la suya. En otras ocasiones, cuando nos dábamos un beso afectuoso, yo procuraba dárselo cerca de la comisura de los labios y ella no se apartaba.
Una vez, hablando con mi cuñado, salió el tema del sexo y entramos en harina. Me contó que había veces que lo hacía como un autómata y yo le dije que había que tener imaginación, ver videos…
– Ya, ya – me contestó – pero a mi me excita ver escenas reales, de esas que he oído que graban parejas así, normales como nosotros.
Al poco tiempo me hice con un par de videos de los llamados “caseros” y una noche, en su casa, los sacamos después, por supuesto, de visionarlos nosotros. Eran de una pareja de 30 a 35 años, con antifaces, que se chupaban y follaban por toda la casa. Ella era gordita, con una ligera barriga y él igual.
– ¡Esto sí que es auténtico! – dijo mi mujer.
Días después, me encontré con mi cuñado, nos fuimos a comer juntos y charlamos, sobre todo, del video casero. De pronto me dijo:
– Daniela dice que a ella le excita la idea de que la vieran follando en un video pero que jamás se atrevería a hacerlo.
– Pues mira, voy a preparar una cámara en mi dormitorio para que grabe un polvo mío con mi mujer.
– ¿Y si se entera tu mujer? – preguntó.
– Ella se enterará cuando se vea – dije.
Lo preparé y lo grabé. “Si quieres comer del plato del vecino, da a probar el tuyo”. Eso pensé cuando entregué la cinta a mi cuñado. No habían pasado dos días cuando nos llamaron por teléfono y quedamos en su casa.
– Eres un guarro, cuñadito – dijo ella sonriendo al verme – Mi hermana no es muy buena actriz, pero ella no sabía que grababas, ¿verdad?
Aquella tarde visionamos los cuatro la peli. Al principio mi mujer no daba crédito al video.
– ¡Esto que no salga de aquí! – gritaba una y mil veces.
– ¡Caramba, cuñadita, te lo tragas enterito! – le decía el cuñado a mi mujer cuando me la mamaba.
Esto tenía que saltar por algún sitio y lo provoqué. Tanto ellos como nosotros teníamos unos días de vacaciones y decidimos pasarlos fuera. Fuimos a un buen hotel, con habitaciones contiguas y tras instalarnos, decimos ir a un baile pero, antes de salir, no tuve más remedio que echar un polvo de lo excitado que me puse al ver el modelito que se había puesto mi mujer.
– Lo he pedido por correo – me dijo – ¿Te gusta?
Era un corsé negro, liguero y bragas igualmente negras. Le bajé las bragas despacio mientras nos besábamos como locos y acabamos follando en el suelo.
– Ya le podías haber regalado a tu hermana un juego parecido – le dije mientras se arreglaba la ropa.
– Con sus anchuras de cadera y esas tetas que tiene no le caben estas tallas – me contestó.
Entramos en aquel local, que era de intercambio de parejas encubierto como una discoteca un poco privada, para que nadie se llamase a engaño.
Mi cuñada vestía una falda negra por la rodilla y una blusa de seda blanca, la cual dejaba entrever un sujetador del mismo color, casi transparente. Mi mujer llevaba un vestido largo, de una sola pieza, con dos estrechos tirantes.
En el local había poca gente. Una chica nos llevó hacia una pequeña pista de baile, solo iluminada por una bola de espejitos en el centro del techo. Nos sentamos los cuatro en dos cómodos sofás que se daba la cara.
Atraje a mi mujer y la besé largamente en la boca, acariciando sus curvas, y observé como mis cuñados, bailando, se cogían del culo y ella se le restregaba.
– Tu hermana seguro que está cachonda, nunca la había visto bailar así – le dije a mi mujer – Y tú debes de estar igual.
Metí la mano por detrás, cogiéndole el culo. Luego le bajé uno de los tirantes del vestido y le besé la teta, mientras mi mujer me desabrochaba el pantalón y trataba de sacarme la polla, que yo tenía más dura que el hierro.
– Mejor bailamos un poco – le dije a mi mujer, tratando de ponerme cerca de su hermana.
Nos abrazamos y mientras mi mujer me tocaba la polla, yo llevé mi mano a la espalda de mi cuñada y sobé sus prietas nalgas.
– Podíamos cambiar de pareja – les dije mientras la cogía de la mano.
Hubo unos momentos de duda por parte de ella, hasta que observó como su marido cogía a mi mujer de la cintura. Yo me había guardado la polla pero conservaba la cremallera bajada. Nos movimos lentamente al ritmo de la música y yo recorría su espalda, su culo y sus caderas.
– La tengo como el acero – me atreví a decirle posando mis labios en su oído – ¡Como desearía pasarte la lengua por aquí! – añadí pasando mi mano derecha por su entrepierna.
– ¿Donde están? – preguntó como buscando a su marido y a su hermana.
Estaban en los sofás pero la oscuridad era tal que solo se apreciaba el vestido de mi mujer subido hasta los muslos. La cogí de la barbilla y besé sus labios. Ahora sí que me abrazó y prácticamente nos comimos las bocas mientras mis manos, bajo la blusa, acariciaban sus tetas.
– ¡Te deseo tanto! – le dije intentando levantar las cazoletas del sujetador – ¡Que tetazas tienes! – exclamé sintiendo el calor de sus pechos en mis manos.
Nos continuamos besando, acariciándome ella la polla y los huevos con su mano metida en mis pantalones. La llevé hacia uno de los sofás y la senté sobre mis muslos.
– ¿Quieres que te la ponga entre los muslos? – le pregunté.
– No, aquí no, pero si quieres, te la meneo – me dijo tratando de sacármela, cosa a la que la ayudé.
Nos besos y metiendo yo una mano bajo su falda, apretando mis dedos en su coño, le dije:
– ¡Estás empapada!
Se retiró el pelo, se inclinó y se metió mi polla en la boca. Mi mujer hacía rato que practicaba esta cosa con su cuñado. Mi mano recorría la entrepierna de Daniela, excitándola aún más.
– ¡Te la quiero meter! – le dije, mas caliente que nunca.
Mi cuñada metió la mano bajo la falda, bajándose los pantys a medio muslo, recorrí su piel sus gordas nalgas y ella, levantándose, se sentó sobre mí, de cara, apartó ligeramente la braga y me dijo:
– ¡Venga… métemela… métemela!
Tardé una fracción de segundo en colocar, en pleno coño, la punta de mi verga y ella se sentó del todo.
– ¡La tienes toda dentro, toda dentro! – me decía removiéndose mientras me daba la boca.
Su coño era caliente jugoso por la tremenda humedad. Le levantaba sus gordas nalgas y la volvía a bajar, jadeando ella en mis oídos:
– ¡Muévete fuerte, creo que me voy a correr…
Yo no tenía manos para tanto cuerpo. De nuevo volví a sentir su orgasmo cuando me corrí dentro de su coño. Y, mientras tanto, mi cuñado cabalgaba sobre mi mujer, que levantaba las piernas.
Nos arreglamos un poco para salir. Mi mujer y su cuñado cogieron el primer taxi. Nosotros el siguiente. Nada más entrar en la habitación, nos cogimos como si fuera la primera vez. Nos revolcamos por la moqueta.
Por primera vez vi el coño que tantas veces había deseado y que no hacía ni una hora que había follado. Se lo chupé despacio y lamí los labios gordos y rosados. Tenía muy poco vello y me encantaba pasarle la lengua por la pipa mientras le metía el dedo en el ano. Mi cuñada me lamía los huevos y me chupaba la polla como si fuera un caramelo.
Nos tumbamos en la cama y la acaricié toda empezando, desde entonces, una nueva relación, mucho más íntima, entre cuñados.
Besos a todos.